ACTO TERCERO


Salen un PASAJERO y un VENTERO, con un velón encendido
PASAJERO: ¡Ventero! ¡Ah, ventero! VENTERO: ¡Necio, ya lo sé!
Pone el velón en una mesilla
PASAJERO: Acá estamos todos. VENTERO: Otro que entraba en galeras a remar, dijo lo proprio. PASAJERO: ¡Pepita...! VENTERO: ¡En quien me maldice! PASAJERO: ¿Habrá qué cenar? VENTERO: Un rollo de congrio no faltará. PASAJERO: ¿Pullas a mí, purgatorio de caminantes? VENTERO: Espinas, que no pullas, tiene el congrio. PASAJERO: ¡Qué santa sinceridad! Por eso os tienen por bobo. VENTERO: El oficio lo requiere. Mas vos, que tan malicioso habláis, ¿quién sois? PASAJERO: Yo soy sastre. VENTERO: Yo ventero. Vamos horros. Pero, ¿de dónde venís? PASAJERO: De este alcázar suntüoso, a quien dan luciente espejo, vueltos en cristal, los copos que en el abrasado estío hurta a la sierra ese arroyo. VENTERO: Esa hermosa recreación es de Pedro de los Cobos. PASAJERO: Hase retirado a ella melancólico y ansioso --dicen que de hipocondría-- el conde don Juan; aunque otros dicen que su padre así, por travesuras de mozo, le castiga; y he venido a hablarle en cierto negocio.
Salen CHICHÓN y los dos BANDOLEROS, con don FERNANDO y TEODORA, atadas las manos atrás
CHICHÓN: Esta venta está dos leguas de Segovia; en ella un poco descansemos, y a la hambre le demos algún socorro, pues estamos ya seguros. BANDOLERO 1: Bien dices. CHICHÓN: ¡Oste! Bon chorno. VENTERO: Si aqui hay bochorno, en la sierra no estaréis tan caloroso. CHICHÓN: ¡Oste...! VENTERO: ¿Os quemo? CHICHÓN: ¿E cualque cosa que manchar? VENTERO: Aceite es proprio para manchar. CHICHÓN: ¿No me entiendes, venterico de mis ojos, que te hablo en italiano? VENTERO: Pues hágase a zaga un poco; que requebrarme y hablarme italiano es peligroso; mas, ¿quién es el de las manos atadas? CHICHÓN: Es el demonio, el tejedor de Segovia. VENTERO: ¡Ah, enhoramala! Mas, ¿cómo no me pedistes albricias, que estoy de contento loco?
Canta y baila
"Ya está metido en la trena el valiente Pedro Alonso..." CHICHÓN: Loco está el viejo. VENTERO: No es mucho, que ha mil días que no como; que de temor no llegaba a esta venta un hombre solo. BANDOLERO 1: Dadnos qué cenar de albricias. VENTERO: De un cebón os daré un lomo, en lo tierno portugués, y provincial en lo gordo. ¡Qué cara tiene el bellaco! Hombre, dime, ¿qué demonio te engañaba? CHICHÓN: No esperéis que os responda más que un tronco; que en prendiéndole, caló la visera y cerró el morro, y no ha hablado una palabra. VENTERO: Decidme, ¿quién es el otro? CHICHÓN: Es un camarada suyo. VENTERO: ¡Triste de él, que es como un oro! ¿Qué digo? Guardaos de hablar en italiano a este mozo. PASAJERO: ¿No me diréis de qué suerte pudistes prenderle? BANDOLERO 2: Todo lo alcanza la humana industria Escuchad y sabréis cómo.
Pónense a hablar en corro el VENTERO, los BANDOLEROS, CHICHÓN y el PASAJERO
FERNANDO: (¡Dadme favor, santos cielos! Aparte que, mientras hablan, dispongo que el fuego de este velón me dé remedio piadoso, aunque las manos me abrase; que si las desaprisiono, hechos ceniza los lazos, han de hacer del fuego proprio en que ellos se abrasen, rayos con que a mis contrarios todos fulmine mi ardiente furia.
Llégase de espaldas a la mesilla donde está la luz
Elemento poderoso, esfuerza la acción voraz, tú, que los húmedos troncos, los aceros, los diamantes, sabes convertir en polvo. ¡Ah! ¡Pese a tu actividad todo me abraso, y no rompo los lazos! Fuego enemigo, ¿dante pasto más sabroso mis manos que esas estopas, que te suelen ser tan proprio alimento? Ya estoy libre.
Desátase
Agora sí cuantos monstruos de Egipto beben las aguas, pacen de Hircania los sotos, se oponen a mi furor, los haré pedazos todos.) PASAJERO: Dicha fue que le dejasen sus camaradas tan solo, para prenderle. CHICHÓN: Obra fue de Dios, que ordenó piadoso que pague tan gran bellaco tantos insultos y robos. FERNANDO: Agora lo veréis, perros.
Saca la espada al PASAJERO y acuchíllalos
CHICHÓN: ¡Ay de mí! ¡Perdidos somos! BANDOLERO 2: ¡Aquí del rey!
Pónese CHICHÓN al lado de don FERNANDO
CHICHÓN: ¡Ah, gallinas! ¿A mi amo Pedro Alonso os atrevistes? ¡A ellos, que a tu lado estoy! TEODORA: Socorro, cielos! FERNANDO: ¡Ah, traidor!
Dale a CHICHÓN
CHICHÓN: ¿Así me pagas, cuando me pongo a tu lado? BANDOLERO 2: ¡Muerto soy!
Vase el VENTERO huyendo
VENTERO: ¡Toca a la Hermandad, Bartolo!
Vanse todos. Salen el CONDE y FINEO, de campo, dentro de la cerca o enverjado
FINEO: Alegre noche. CONDE: A no estar yo tan triste, alegre fuera; mas las luces de su esfera no se pueden igualar en número a mis pesares, como ni a la causa de ellos se igualan en rayos bellos sus hermosos luminares. FINEO: Famosa recreación es ésta de Cobos. CONDE: Buena, si hiciese un punto mi pena treguas con mi corazón. FINEO: ¿Quieres, señor, que con juegos te diviertan los crïados, y que alumbrando estos prados, con luminarias y fuegos te entretengan? CONDE: No, Fineo; antes al campo salí, por dar más lugar aquí a que me mate el deseo. FINEO: No fuera malo traer a Clariana de la aldea. CONDE: No la nombres, si desea tu privanza no perder el lugar que en mí te doy. Todo lo que no es hablar de Teodora, es aumentar pena al infierno en que estoy. FINEO: El moro dicen, señor, que a Madrid tiene sitiado. CONDE: ¡No me dieran más cuidado que sus flechas las de Amor! FINEO: También publica la fama que contra Segovia tiene el mismo intento, y que viene marchando hacia Guadarrama. CONDE: A manos de Amor he muerto, y no temo a Marte ya. FINEO: El rey dicen que saldrá mañana a ocupar el puerto, para impedirles el paso a las moriscas banderas. CONDE: ¡Ah, Teodora! Si supieras cuán ciegamente me abraso! FINEO: (Al fin es vana intención, Aparte tocando una y otra historia, divertir de su memoria la enamorada pasión.) Mas, ¿qué luces son aquéllas que en el valle resplandecen, y exhalaciones parecen en el curso, si no estrellas?
Hablan VILLANOS, dentro; después, Sale don FERNANDO
VILLANO 1: ¡A la quinta! VILLANO 2: ¡Al valle! VILLANO 3: ¡Al prado!
Sale don FERNANDO con la espada quebrada, huyendo por el campo
FERNANDO: (¡Cielo santo! ¿Dónde iré? Aparte ¿Cómo librarme podré, de tanta gente cercado? Imposible es resistir; que me ha llegado a faltar la espada para esperar, y el aliento para huír.)
Entra en el enverjado
Si hay en vosotros piedad, si noble sangre os anima, si ajeno mal os lastima, a un desdichado amparad. CONDE: ¿Quién sois? FERNANDO: Si tenéis valor, basta ser un perseguido de mil contrarios, que os pido contra su furia favor. Si habéis de hacerlo, mirad que airados y temerarios se acercan ya mis contrarios. CONDE: En esa quinta os entrad; que yo os libraré. FERNANDO: Yo espero que seréis sagrado mío. Sin saber de quién, me fío, por ser el lance postrero.
Éntrase. Salen el BANDOLERO 1, el VENTERO y VILLANOS, con armas y hachones de paja, que sacan a TEODORA atada
VENTERO: O la tierra lo ha tragado, o en esta quinta se esconde.
Entran en el enverjado
CONDE: Aguardad. VENTERO: ¿Quién es?
Asómase don FERNANDO a una ventana de la quinta
CONDE: El conde. FERNANDO: (¡Hay hombre más desdichado! Aparte En manos de mi enemigo he dado.) CONDE: ¿Es Celio? BANDOLERO 1: Señor, Celio soy, que al tejedor con toda esta gente sigo. Con Teodora le traía preso; y haciendo pedazos en esa venta los lazos, que Alcides no rompería, y sacando de la cinta la espada a un huésped, hiriendo y matando, escapó huyendo; y si no está en esta quinta, es cierto que se ha librado. CONDE: ¿Y Teodora? BANDOLERO 1: Vesla aquí. FERNANDO: (Todo el infierno arde en mí.) Aparte CONDE: (Pues la palabra que he dado, Aparte le cumpliré al tejedor; que soy noble; y pues alcanza a Teodora mi esperanza, ni mi amor ni mi rigor le quieren dar más castigo.) Él, sin ser visto de mí, no ha podido entrar aquí. Quede Teodora conmigo, y proseguid en buscarle. BANDOLERO 1: Vamos. VENTERO: A fe de ventero, de no dar a pasajero vino puro antes de hallarle.
Vanse el BANDOLERO, el VENTERO y los VILLANOS
CONDE: Llega; que ofendido estoy, Teodora, de que estos lazos presuman prender los brazos cuyo prisionero soy. FERNANDO: (¿Qué haré sin armas, celoso, Aparte y en poder de mi enemigo? Que aunque se mostró conmigo tan noble, humano y piadoso en ocultarme a la gente que me sigue, ya cumplió la palabra que me dio; y agora temo que intente sus venganzas en mi vida, y en Teodora mis agravios. CONDE: Mueve los hermosos labios; no te muestres ofendida de que te adore... Y advierte que está en mi poder tu amante; y si resistes constante, te he de obligar con su muerte a olvidarle y a quererme; y que al fin, para vencer, la fuerza me ha de valer, si no puede amor valerme. Llama al tejedor, Fineo. FERNANDO: (Esto es hecho.) Aparte
Quítase de la ventana don FERNANDO, y éntrase en la quinta FINEO
TEODORA: (¡Ay, dueño mío! Aparte No librarte es desvarío del peligro en que te veo. Líbrete yo; que después sabré morir resistiendo.) No pienses, conde, que ofendo, con el silencio que ves, a la estimación debida a tu amor y tu grandeza; antes viendo mi bajeza, avergonzada y corrida de no haber antes tu amor, como era justo, pagado, y de haberte despreciado por un bajo tejedor, negaba a la boca el pecho atrevimiento de hablarte. CONDE: Si ya merezco ablandarte, obligado y satisfecho de tu resistencia estoy, pues ella misma la gloria aumenta de la vitoria. TEODORA: No lo dudes, tuya soy.
Sale don FERNANDO, custodiado por FINEO y otros CRIADOS
FERNANDO: ¡Tal escucho! ¡Ah, vil mujer! ¡Ah, múdable! ¡Ah, fementida! CONDE: No la injuries, si la vida también no quieres perder. De la gente que venía siguiéndote, prometí librarte. Ya lo cumplí; y si agora tu osadía la ofende o me ofende, piensa que puedo, sin quebrantar mi palabra, ejecutar el castigo de mi ofensa.
FINEO habla aparte a los CRIADOS
FINEO: Estad todos con cuidado; que es demonio el tejedor. FERNANDO: ¿Qué nobleza, qué valor muestra el haberme librado de mis contrarios, si aquí deslustras ya esa piedad, y ejecuta tu crueldad más fiera venganza en mí? ¿Qué alabanza solicitas de la fe que me cumpliste, pues si la vida me diste el alma en cambio me quitas? Mas no de ti; fementida, de ti me quiero quejar. TEODORA: (Temo que le ha de costar Aparte el injuriarme la vida.) Necio, dí. ¿Qué confïanza te ha dado a entender jamás que yo no estimase más cumplir la justa esperanza del conde, que ser constante a la fe de un tejedor? ¿Tan ciega estoy de tu amor, que a un gran señor, que es Atlante en que estriba dignamente el peso de esta corona, prefiera la vil persona de un bandido delincuente? Conócete, presumido; confïado, vuelve en ti; que el seguirte yo hasta aquí, no amor, sino fuerza ha sido. Y así el furor que te anima sólo fabrica tu daño. Goza, pues, del desengaño, y como a prenda me estima del conde ya, o--¡vive el cielo!-- si me vuelves a injuriar, que yo misma he de manchar de tu infame sangre el suelo! FERNANDO: ¡Tal escucho! CONDE: ¡Que merezco tan gran favor de tus labios! FERNANDO: Ya con tan fuertes agravios mi misma vida aborrezco. Empieza a matarme, fiera; que ya yo empiezo a ofenderte, y alegre aguardo la muerte, como injuriándote muera. ¡Víl, infame! CONDE: El sufrimiento me falta ya. ¡Muera!
Sacan las espadas
TEODORA: ¡Conde, tente! Que no corresponde a tu grandeza ese intento; que en un rendido manchar tu acero no es honra tuya; y para más pena suya, yo misma le he de matar.
A un CRIADO
Dame esa espada. FERNANDO: ¡Ah, enemiga! ¡Cielo santo!, ¿para quién guardáis los rayos?
Toma TEODORA la espada a un criado, dirígese a don FERNANDO como para herirle, y le entrega la espada
TEODORA: Mi bien, tómala, y porque no siga mis medrosos pies el conde, la puerta defiende en tanto que en su tenebroso manto la noche negra me esconde.
Huye
CONDE: ¡Ah, engañadora! FERNANDO: ¡Huye, honor de mujeres! CONDE: ¡Muera, muera! ¡Y seguidla! FERNANDO: Si no fuera el que suele mi valor, la pudiérades seguir, matándome a mí primero. Por la punta de este acero al campo habéis de salir. CONDE: Furia del infierno es. FERNANDO: Presos habéis de quedar; el paso he de asegurar con las manos a los pies.
Mételos a cuchílladas, cierra la verja y vanse. Salen GARCERÁN, CAMACHO, CORNEJO, JARAMILLO y BANDOLEROS
GARCERÁN: Soldados, marchad apriesa. Agora, amigos, agora de nuestro agradecimiento den testimonio las obras. Vuestro capitán va preso, a cuyo valor deudoras son las más de vuestras vidas del libre estado que gozan. Agora, pues, a la suya las sacrifiquemos todas, porque a la ley de amistad como deben corresponda. Apresuremos el paso; que antes que llegue a Segovia, espero restituírlo a la libertad preciosa. CORNEJO: ¡Vive Dios, que hemos de entrar, aunque la corte se ponga en arma, a la cárcel misma si la suerte rigurosa impide que le alcancemos! GARCERÁN: Entre las obscuras sombras viene pisando la falda de la sierra una persona. CORNEJO: Un hombre es solo y a pie. JARAMILLO: Llamémosle, pues que importa informarnos de él si viene por ventura de Segovia.
Sale TEODORA
TEODORA: (¡Ay de mí! Perdida soy.) Aparte GARCERÁN: Hombre, no huyas, reporta el receloso temor y la turbación medrosa, y dinos si has encontrado y adónde llegará agora la gente que lleva preso al tejedor de Segovia. TEODORA: ¿Engáñame mi deseo, o es Garcerán? GARCERÁN: ¿Es Teodora? TEODORA: Teodora soy. GARCERÁN: Pues, ¿qué es esto? ¿Cómo vienes libre y sola? ¿Qué hay de Pedro? TEODORA: Hacia la quinta que al pie de la sierra borda ese arroyo, que en las peñas hace del cristal aljófar, caminemos; que por dicha vuestro socorro le importa; y refiriéndoos iré en el camino su historia. GARCERÁN: Vamos apriesa. Mas dinos si queda libre.
Don FERNANDO habla desde dentro
FERNANDO: ¡Teodora! Dentro TEODORA: ¡Ay, cielos! Su voz es ésta. FERNANDO: ¡Teodora! Dentro TEODORA: ¡Suerte dichosa! ¡Libre está! ¡Pedro! GARCERÁN: Otra vez le llama, porque conozca tu voz y siga sus ecos. TEODORA: ¡Pedro! CORNEJO: Ya de entre las rocas sale al camino. GARCERÁN: Llegad; que aquí vuestra escuadra toda os aguarda.
Sale don FERNANDO
FERNANDO: ¿Es Garcerán? GARCERÁN: Y vuestra gente. FERNANDO: ¿Y Teodora? TEODORA: Dame los brazos. CAMACHO: Y a todos los que en tu dicha se gozan. GARCERÁN: Supimos de un pasajero que os llevaban a Segovia presos, y juntando al punto vuestra cuadrilla animosa, partimos en vuestro alcance. FERNANDO: Mi valor me dio vitoria de aquellos traidores viles, que con industria alevosa me prendieron; y después me dio la vida Teodora, honor de su patria, afrenta de las romanas matronas. Al conde y a sus crïados dejo encerrados agora en la quinta por defuera. Amigos, si en la memoria tenéis lo que os he servido, en esta ocasión me importa que vuestro agradecimiento en los efetos conozca. GARCERÁN: La prevención es agravio, la duda ofensa notoria, para quien la vida os debe. CAMACHO: No hay aquí quien no se oponga por vos a la muerte misma. CORNEJO: Todos por vos se conhortan a dar guerra al mismo infierno. JARAMILLO: Prueba tu gente animosa. FERNANDO: Seguidme, pues. GARCERÁN: ¿Dónde vamos? FERNANDO: A hacer que el mundo conozca el valor que esconde el pecho del tejedor de Segovia.
Vanse. Salen el CONDE y FINEO
CONDE: Mal reposa un agraviado, mal sosiega un ofendido; de avergonzado y corrido no ha permitido el cuidado a mis ojos un momento de sueño. ¡Que pueda tanto un hombre vil! ¡Cielo santo! De tener vida me afrento. FINEO: Toda la noche, señor, sin reposar has pasado. CONDE: ¡Ojalá que hubiera dado fin a mi vida el dolor! ¡Ojalá, cuando me veo de un vil tejedor vencido, mi vida hubiera dormido el postrer sueño, Fineo! ¡Que una mujer me engañase! ¡Que un hombre vil me venciese! ¡Que en mi poder le tuviese, y la ocasión no gozase! ¡Ah, cielo airado y crüel! Si os ofende nombre igual, dadme ya el último mal, y os diré piadoso en él. ¡Hoy me matad, cielos! ¡Hoy me matad! Haz prevenir caballos en que partir a la corte, pues estoy obligado a acompañar al rey, que hoy parte a la sierra.
Vase FINEO
¿Qué hazañas hará en la guerra? ¿Qué moros ha de matar un hombre, cuyo valor, con ventaja tan notoria, no pudo llevar vitoria de un humilde tejedor?
Sale CHICHÓN, entrapajada la cabeza, con báculo, y macilento
CHICHÓN: A besar llega tus pies la sangrienta calavera de tu crïado. Pondera cuál me viste, y cuál me ves por cumplir tus intenciones. CONDE: ¡Chichón! CHICHÓN: Ya puedes pasar al plural del singular. Llámame, señor, chichones. Preso el tejedor y presa Teodora, se desató por ensalmo, y empezó a matarnos tan apriesa las pulgas, que los venteros, de sangre de mis costillas dieron en hacer morcillas que coman los pasajeros.
Sale FINEO
FINEO: Perdidos somos, señor; que un gran escuadrón de gente mascarada y diligente ha cercado alrededor la quinta, y poniendo guardas a las puertas, con violento furor viene a tu aposento. CONDE: ¿Qué temes? ¿Qué te acobardas? A mí, ¿quién se ha de atrever?
Salen don FERNANDO, GARCERÁN, doña ANA y BANDOLEROS, con máscaras
GARCERÁN: Aquí está el Conde. CHICHÓN: (Sin duda Aparte es el tejedor. ¡Ayuda, cielos! Quiérome esconder tras de la cama del conde. ¡Aquí pagaréis, Chichón! Tarde o presto, a la traición el castigo corresponde.
Escóndese
CONDE: Hombres, ¿quién sois? ¿Qué queréis, que con tal loca osadía el respeto y cortesía a mi grandeza perdéis? FERNANDO: No admiréis mi atrevimiento; que yo aquí para con vos de la justicia de Dios soy tan humano instrumento. Y aunque vale tanto el nombre que os da el mundo, viene a ser, en queriéndole ofender, el mayor señor un hombre. ¿Conocéis esta villana? CONDE: Bien la conozco. FERNANDO: ¿Sabéis que es esta mujer, que veis en traje humilde, doña Ana Ramírez, cuyo linaje es igual, si no mejor, que el vuestro, y que vuestro amor la disfraza en este traje, dando a sus prendas, perdidas por ser en vos empleadas, esperanzas engañadas y promesas mal cumplidas? CONDE: ¿Yo a doña Ana? FERNANDO: Yo no espero aquí vuestra confesión; que plenaria información basta a mover el acero. Dadle, pues, conde, al momento, la mano que le debéis, o a vuestro suplicio haréis teatro de este aposento.
FINEO habla aparte al CONDE
FINEO: Sin duda es el tejedor en la voz; y pues es vano resistir, dale la mano. Libra tu vida, señor, del gran peligro que ves; pues siendo obligado a ello con violencia, el deshacello será tan fácil después. CONDE: Bien dices. Llega, doña Ana; que felizmente se emplea en ti mi mano. No sea tan justa esperanza vana. ANA: Bien sabes, conde y señor, que cuando no te obligara tu palabra y fe, bastara a merecerte mi amor. CONDE: A tu fineza es debida tan justa correspondencia. (¡Ah, enemiga, esta violencia Aparte me pagaréis con la vida!)
Danse las manos
Mi mano es ésta; ya soy tu esposo. ANA: Y yo venturosa, pues doy la mano de esposa a quien vida y alma doy. FERNANDO: Dejadnos solos agora; que al conde tengo que hablar. FINEO: (¿Más queda que averiguar?) Aparte CONDE: (Por ti, enemiga Teodora, Aparte vengo a tan pesado lance. ANA: (Pedirle querrá sin duda Aparte que con el rey le dé ayuda para que perdón alcance; mas no le hubiera ofendido si esta fuera su intención. En medrosa confusión llevo anegado el sentido.)
Vanse todos, menos el CONDE y el tejedor don FERNANDO, que cierra las puertas
CONDE: (No espere suerte mejor Aparte quien desenfrenado yerra. Una y otra puerta cierra por de dentro el tejedor. Al cielo tiene enojado mi soberbio pensamiento, pues con tal vil instrumento mi altivez ha derribado.) FERNANDO: Conde, ¿conocéisme?
Descúbrese
CONDE: Sí, y en vuestro valor osado, antes de haberos quitado la máscara, os conocí. FERNANDO: ¿Quién soy? CONDE: Sois el tejedor Pedro Alonso, no me olvido. FERNANDO: Aún no me habéis conocido. Miradme, conde, mejor. CONDE: Por lo que decís, pensara, si pudiera ser, mirando el retrato de Fernando Ramírez en vuestra cara, que érades él. FERNANDO: Sí soy, conde. CONDE: ¡Válgame Dios! Si ofendido de mí el cielo, ha permitido que del sepulcro que esconde vuestro cadáver helado, que yo mismo vi enterrar, os levantéis a vengar vuestra hermana, ya he pagado la deuda, y cobró su honor con la mano que le di. ¿Qué más pretendéis de mi? FERNANDO: No quiero que mi valor deslustréis, atribuyendo a milagro soberano las hazañas de mi mano; y aunque justamente entiendo que es el cielo quien ordena que yo os castigue, no estoy muerto, conde; vivo soy, y ha de ser de vuestra pena mi valor el instrumento. CONDE: ¿Cómo es posible? Yo mismo os vi entregar al abismo de un obscuro monumento. FERNANDO: Engaño fue, no verdad; y porque no le quitéis la gloria que le debéis a mi valor, escuchad. Seis años ha que el diente venenoso de la infernal envidia, que derrama furia mortal y tósigo rabioso contra el valor, virtud, nobleza y fama, a mi padre se opuso, que dichoso fue mariposa a la luciente llama de la gracia del rey, pues halló en ella o la causa de perderse y de perdella. La enemistad, la emulación y el miedo que en sus contrarios la privanza cría, pues ni mi padre pudo ni yo puedo faltar a la lealtad y sangre mía, con el moro Celián, rey de Toledo, a mi padre imputaron que tenía trato alevoso; y la malicia pudo vencer de la verdad el fuerte escudo. Rindió el cuello inocente al vl suplicio el alcaide leal, y quiso el cielo que pretendiendo por el mismo indicio manchar de mi inculpada sangre el suelo, para ocultarme al capital jüicio me prestase el temor alas, y velo la sacra habitación de Martin santo; que aun duran las piedades de su manto. Sabiendo, pues, alli que de mi hermana era vuestro cuidado la belleza, porque no la obligase a ser liviana, conde, o vuestro poder o su flaqueza, la quise atosigar; mas a doña Ana preservó la piedad o la destreza del que el veneno fabricó; de suerte que fingiendo morir, huyó la muerte. Sólo restaba hurtarme a la amenaza y al golpe fiero de mi suerte dura, y la necesidad me dio una traza si bien horrible, por igual segura; que cuando en sueño más profundo enlaza al viviente mortal la noche obscura, dándome mi temor atrevimiento, doy a la ejecución mi pensamiento. A una bóveda llego, en que escondía despojos de la muerte el templo santo; la fuerza aplico, y una losa fría, puerta del hondo túmulo, levanto. Entro, y tentando por la cueva umbría, poco diversa al reino del espanto, saco de su ataúd un cuerpo helado, la misma noche en él depositado. La mortaja quité al cadáver yerto, y púsele mi propria vestidura; y para que no fuese descubierto mi engaño, le deshice la figura del rostro con heridas; y así el muerto traslado de su quieta sepultura a la calle, y mi planta el campo pisa con sola su mortaja por camisa. Hallando, pues, el sol el cuerpo frío con mis vestidos, llaves y papeles, que en publicar que era el cadáver mío fueron tenidos por testigos fieles, voló la fama, y el desastre impío enterneció los pechos más crüeles, y dándole en la tierra el común puerto, se asentó la opinión de que soy muerto. Yo, fugitivo, en curso acelerado a Guadarrama caminé, y fingiendo que he sido de ladrones salteado, a la piedad cristiana me encomiendo del cura del lugar, que lastimado de mi desdicha y desnudez, pidiendo limosna al pueblo, me compró un vestido, con que a Segovia parto agradecido. Y antes de entrar en ella, despojado de la barba, mi rostro desfiguro; si bien antes la pena y el cuidado me dio la nueva forma que procuro; Pedro Alonso me nombro, y obligado de la necesidad, su imperio duro y mis desdichas evité sirviendo a un tejedor, cuyo ejercicio aprendo. Seis veces las corrientes del Oronte en hielo convirtió la invernal bruma, y la cabeza de ese altivo monte ornó la nieve de rizada espuma, mientras gozaba yo en este horizonte suma felicidad y quietud suma, como quien de la arena de este estado miraba de ambición el golfo airado. De mi tranquilidad y mi ventura se cansó la Fortuna, y de Teodora tomó por instrumento la hermosura de la tormenta en que me anego agora. Conquisté su belleza, y con fe pura paga el amor con que mi fe la adora. Es noble, es bella, es firme, y yo dichoso en la palabra que le di de esposo. En esto estaba yo, cuando los cielos trajeron a Segovia el cortesano tumulto, porque diese a mis desvelos fiera ocasión vuestro poder tirano, añadiendo a la rabia de mis celos y al agravio feroz de vuestra mano el de mi hermana, donde a cada ofensa es sola vuestra vida recompensa. Ésta es mi historia, conde; y satisfecho con esto de que vivo y es humana la fuerza de mi brazo y de mi pecho, o prodigio no de sombra soberana, sustentad los agravios que habéis hecho, y empuñando el acero, la tirana mano se muestre aquí tan atrevida, como contra el honor, contra la vida.
Saca la espada
CONDE: Siendo Fernando de doña Ana hermano, ¿mostráis contra su esposo airado brío? FERNANDO: Ella cobró el honor con vuestra mano, y yo con vuestra muerte cobro el mío. CONDE: De vuestra afrenta el sentimiento es vano, pues no agravió mi injusto desvarío a Fernando Ramírez, sino a un hombre, tejedor en oficio y Pedro en nombre. FERNANDO: Éste es el rostro mismo en que la afrenta de vuestra injusta mano se retrata; si al tejedor la hicistes, haced cuenta que el tejedor, y no Fernando, os mata. Éste es el pecho que ofender intenta vuestro amor con mi esposa. CONDE: Si ella ingrata resiste a mi afición, ¿en qué os ofendo? FERNANDO: Al marido se ofende pretendiendo.
Acuchíllanse, y cae el CONDE
CONDE: ¡Muerto soy! ¡Cielo! justo es el castigo de mis culpas. Escucha, ya que muero. Yo contra ti y tu padre fui testigo; falso, Fernando, fui, no verdadero. Orden fue de mi padre; que conmigo y con él de la envidia el rigor fiero tan grande fue; perdonáme, pues eres cristiano, y muero.
Muere
FERNANDO: Perdonado mueres.
Vase. Sale CHICHÓN de donde ha sido escondido
CHICHÓN: Ya ha pasado la tormenta, si doy crédito al silencio. Quedito. ¿Si ya se fue el tejedor caballero? ¡Bravas cosas he sabido! ¡Válgate el diablo por Pedro! ¿Que eres Fernando Ramirez? Por Dios, que lo dije luego, que tejedor tan valiente ocultaba algún secreto. ¡Ah, conde! Como un atún está tendido en el suelo. Pero la llave le ha echado por de fuera al aposento. ¡Triste de mí! ¿Qué he de hacer, encerrado con un muerto? ¡Qué gustosa compañía! Temblando estoy. Yo confieso que fui siempre con los vivos gallina; mas con los muertos soy un tátaragallina. Por esta ventana quiero descolgarme. Ya la turba de los salteadores fieros hacia la sierra camina. De las sábanas del lecho del triste conde podré hacer escalas al viento; que hay tan mal olor aquí, que me atafago y mareo; aunque no sé de los dos cuál huele mal, yo o el muerto.
Vase. Salen don FERNANDO, GARCERÁN, CAMACHO, CORNEJO y BANDOLEROS. Dentro ruído de batalla
FERNANDO: Ésta es la ocasión, amigos, en que justamente espero que adore un honroso fin todos los pasados yerros. Vitorioso el berberisco, sigue el alcance, y los nuestros sin orden ya se retiran; por mil valemos los ciento en la sierra, donde estamos ejercitados y diestros, acometamos en orden, y la fuga reparemos de los castellanos. ¡Ea! Al rey, a la patria, al cielo, a quien viviendo ofendimos, obliguemos hoy muriendo. GARCERÁN: Con tan valiente caudillo y con tan honrado intento, será un rayo cada brazo, y una peña cada pecho. CORNEJO: ¡Acomete, capitán, que todos te seguiremos! CAMACHO: ¡Restauremos lo perdido! JARAMILLO: ¡Acometamos! ¡A ellos!
Pónense las máscaras. Salen el REY y el MARQUÉS, armados, con las espadas desnudas
MARQUÉS: ¡Toma un caballo, señor, y salva tu vida! REY: ¡Ah, cielos! ¡Defended la causa mía, pues yo la vuestra defiendo! FERNANDO: ¡Volved, volved, castellanos; que no los moros, el miedo es quien os vence y os sigue! ¡Volved! ¡Santïago! ¡A ellos!
Vanse don FERNANDO y los suyos
REY: ¿Qué escuadra es ésta, marqués, que con los rostros cubiertos, valerosamente embiste contra el campo sarraceno? MARQUÉS: Favor al cielo has pedido, y te da favor el cielo. REY: ¡Volved, soldados, volved! ¡Cobren los heroicos pechos la reputación perdida! MARQUÉS: ¡Ya sube el moro sangriento huyendo por los peñascos, por donde bajó siguiendo! REY: ¡Embestid, marqués, volved por mi honor y por el vuestro, pues por vos y vuestro hijo, que en un lance tan estrecho se ha ocultado, os obligastes a pelear! MARQUÉS: Sabe el cielo que estoy de haberle engendrado tan corrido, que deseo morir por no verle vivo, y vivir por verle muerto. REY: Partid; que yo, de cansado, llamas doy en vez de aliento, y sobre esta dura peña con la vitoria os espero. SOLDADOS: ¡Vitoria! ¡Castilla! Dentro REY: ¡Gracias os hago, Señor inmenso, que de las piedades vuestras el tesoro habéis abierto!
Vase. Sale CHICHÓN, con la espada desnuda
CHICHÓN: Agora que por la sierra suben los moros huyendo, seguro podré salir de entre las peñas, y quiero participar de la gloria de los vencedores. ¡Perros! ¿De perros os volvéis liebres? ¡Aguardad; que quiere haceros Chichón a todos chichones!
Salen el MARQUÉS, herido, don FERNANDO, acuchillándole
MARQUÉS: ¿Quién eres, hombre? ¿Qué es esto, que después de haber vencido los moros, el fuerte acero contra los cristianos vuelves? FERNANDO: Sólo contra ti lo vuelvo. Fernando Ramírez soy...
Sale el REY, y quédase retirado escuchando
REY: (¡Qué escucho!) Aparte FERNANDO: A quien quiso el cielo dar vida porque mostrase las lealtades de mi pecho, dándole vitoria al rey, y a ti el castigo sangriento de los injustos agravios que a mi padre y a mi has hecho. REY: (¡Misterios del cielo son! Aparte No quiero oponerme al cielo. CHICHÓN: (El tejedor al marqués Aparte le está dando pan de perro.)
El MARQUÉS se cae
MARQUÉS: ¡Muerto soy! ¡Tente, Fernando, y pues ya muero, confieso que a ti y a tu noble padre la vida y honor os debo! Testimonio os levanté, de la envidia vil efeto. REY: ¡Basta, Fernando; detén, pues lo confiesa, el acero! FERNANDO: ¿Tu majestad lo ha escuchado? Con eso estoy satisfecho, y con que su hijo el conde ha confesado lo mesmo. CHICHÓN: De ello soy testigo yo; que debajo de su lecho, lo que refiere Fernando, le vi confesar muriendo. FERNANDO: Yo, señor, le di la muerte por agravios que me ha hecho, que su injusta tiranía me obligó a ser bandolero. Por él y su padre el mio manchó el teatro funesto, y yo con astuto engaño libré mi vida, poniendo mis vestidos a un cadáver, con que mi muerte creyeron. Quitó el honor a mi hermana, y a mi esposa pretendiendo, porque lo impedi, en mi rostro imprimió los cinco dedos. Humilde pongo a tus pies la cabeza, si merezco pena cuando, siendo noble, tan justamente me vengo. REY: Fernando, a vuestro valor y al de vuestra gente debo la vitoria que hoy alcanzo; y cuando fueran los vuestros delitos, y no venganzas tan justas, os diera, en premio de hazaña tan valerosa, en mi gracia el lugar mesmo que os quitó la envidia. Lleguen vuestros soldados, que quiero conocerlos y premiarlos.
Salen GARCERÁN, CAMACHO, CORNEJO, JARAMILLO, y BANDOLEROS
GARCERÁN: Todos, gran señor, ponemos a vuestros pies estas vidas, que leales os sirvieron. REY: Todos quedaréis premiados de vuestros heroicos hechos. Mas decid, Fernando, ¿vive vuestra hermana? FERNANDO: En ese pueblo traje aldeano la oculta pero ya con el contento de la vitoria se acercan los villanos, y con ellos mi hermana y mi esposa, a daros la norabuena.
Salen TEODORA, doña ANA y VILLANOS
ANA: Lleguemos a besar los pies al rey. FERNANDO: Llega, esposa; que ya el cielo dio fin a nuestras desdichas, y a tus firmezas el premio. Llega, hermana, y a su alteza, por la merced que me ha hecho, besa las reales plantas. TEODORA: Humildes besan el suelo que honran tus pies nuestros labios. REY: Alzad; que honraros deseo, por esposa y por hermana de Fernando. FERNANDO: Y yo con eso, lo que ofrecí tejedor, cumpliré, Teodora, siendo Fernán Ramírez, pues eres de noble sangre, y les debo la mano, el honor y vida a tus firmes pensamientos. Y vos, Garcerán, pues ya veis sin mancha el claro espejo de mi honor, y el de mi hermana quedó restaurado siendo su esposo el conde, la mano le dad, si acaso os merezco por cuñado. GARCERAN: Si doña Ana quiere premiar mis deseos será colmada mi dicha, pues gano en un punto mesmo el más verdadero amigo y el más valeroso deudo. ANA: Bien merece tanto amor la mano y alma. CHICHÓN: Y con esto puede Fernando en albricias darme perdón de mis yerros. FERNANDO: Yo los perdono, con ser tan grandes, por ver si puedo obligar así al senado a que perdone los nuestros.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002