Salen la INFANTA y ELVIRA, criada INFANTA: Esta ya es resolución, no me aconsejes, Elvira. ELVIRA: Infanta, señora, mira que aventuras tu opinión. INFANTA: Aunque lo advierto no ignoro también que en desprecio tal, una mujer principal atropella su decoro. Deja ya de aconsejarme y repara que, agraviada, ofendida y despreciada, he de morir o vengarme. A muchas han sucedido desprecios de voluntad, mas no de la calidad que yo los he padecido. Bien que Inés es muy bizarra, y aunque hermosa llegue a verse, no es justo llegue a oponerse a una infanta de Navarra, que compitiendo las dos, aunque es grande su belleza, para igualar mi grandeza el sol es poco, ¡por Dios! ELVIRA: El rey sale. INFANTA: Pues, Elvira, déjame sola, que agora he de hablar claro. ELVIRA: ¿Señora? INFANTA: Obedece, calla y mira. ELVIRA: Ya me voy, y ruego al cielo que se acabe tu cuidado. Vase ELVIRA INFANTA: El agravio declarado no admite ningún consuelo. Sale el REY, y COELLO REY: Déjenme solo, Coello, que a solas pretendo hablarla; quisiera desenojarla. INFANTA: (Pues mE ofrece su cabello Aparte la Ocasión, quiero lograr mi intento). ¿Señor? REY: ¿Infanta? INFANTA: ¿Tanto favor? ¿Merced tanta? ¿Que vos me vengáis a honrar: ¡Gran ventura! REY: Blanca hermosa, tanto os estimo y venero, tanto, bella Infanta, os quiero, que fuera dificultosa la acción que para serviros no emprendiera; y este afecto, hijo de vuestro respeto, me obliga siempre a asistiros con un mudo afecto, y tal, que en lo entendido y bizarra, dudo si sois en Navarra nacida, o en Portugal. INFANTA: Con tanto favor tratáis mi fe, que ciega os adora, que confusa el alma, ignora el modo con que me honráis; pero advierte mi cuidado, viendo estos extremos dos, que me habéis querido vos hablar como desposado, y advertido del rigor que el príncipe usa conmigo, como padre y como amigo me mostráis en vos su amor. REY: ¿En qué estaba divertida, hija mía, vuestra alteza? INFANTA: Sólo en pensar la presteza, gran señor, de mi partida. REY: ¿Cómo? ¿Con tal brevedad, infanta, queréis partir? INFANTA: Eso le quiero decir; oiga vuestra majestad. Por concierto de mi hermano y vuestros mudos pesares, --hoy hable la estimación, los demás afectos callen-- a este mar de Portugal de nuestros navarros mares, en una ciudad de leños, en una escuadra volante de delfines que volaban a competencia del aire, llegué, señor, --¡ay de mí!-- un lunes, para mí martes, que en el dueño y no en el día se contienen los azares. Fue tan próspero y feliz este deseado viaje que parece que anunciaban tan venturosas señales presagios de la desdicha que ahora llega a atormentarme. Salió vuestra majestad a recibirme y honrarme con su persona y amor, hijo de los afectos de padre. Y cuando al príncipe, --¡ay cielos!-- esperaba para darle entre la mano de esposa tiernos requiebros de amante, posesión del albedrío uniendo las voluntades, supe que quedó en Lisboa sin que su cuidado pase siquiera a saber con quién su alteza pasa a casarse. Este cuidado o descuido cuidadoso fueron parte para empezar, --¡qué desdicha!-- el alma a alborotarme, y a temer lo que lloré dentro de pocos instantes. Cuatro veces murió el sol en los brazos de la tarde, por cuya muerte la noche vistió luto funerable, primero que de su cuarto fuese al mío a visitarme, si fue agravio a mi decoro, júzguelo quien amar sabe. Al fin vuestra majestad fue a visitarle una tarde; lo que le mandó no sé, mas buen puedo asegurarme que en defender mi justicia sería todo de mi parte. Al fin me fio, y los empeños que tuve en sólo un instante que le di audiencia, no es bien que mi lengua los relate; báteme, siendo quien soy, que los sepa y que los calle. Que a no ser dentro de mí tan bizarra y tan galante, ¿cómo pudiera pasar por el tropel de desaires que me han sucedido? ¿Cómo, sin que abortara volcanes que en cenizas convirtieran a quien intentó agraviarme atrevido y poco atento? Vamos, señor, adelante, y perdonad que los celos llegan a precipitarme, y el corazón a los labios se asomó para quejarse. Pasadas muchas injurias, que es bien que en silencio pase, a una quinta del Mondego fui, porque vos me llevasteis, a volver más despreciada que me había mirado antes, pues se siente más la ofensa cuando delante se hace de quien, mirando el desprecio, llegará a vanagloriarse; esto, señor, que parece que es sentimiento que hace mi persona en exterior, según os muestre el semblante, no es sino que así he querido de mi suceso informarle, porque sepa que no ignoro lo que vuestra alteza sabe. Que a no ser así, es sin duda que no pasara el desaire de ir a requebrar los nietos, cuando me ofreció vengarme; y a no ser así también, ¿cómo pudiera llevarse que doña Inés compitiera --aunque muchas son sus partes-- conmigo? Que no lo hermoso puede igualar a lo grande. Decid al príncipe vos, no como rey, como padre, que sus empeños disculpo; que ha acertado al emplearse en quien tan bien le merece, y que mire cuando agravie, que no todas, como yo, podrán desapasionarse. Este pliego es a mi hermano, donde le pido que trate de enviar por mí, sin que sepa lo que ha podido obligarme; que no es bien que le dé cuenta de semejantes desaires. Con mi partida, señor, pongo fin a mis pesares, principio al gusto de Inés, y medio para que trate don Pedro su casamiento, sin que yo pueda estorbarle; que, aunque ya lo está en secreto, como llegó a declararme, parece que aumenta el gusto saber que todos lo saben. Adiós, señor; no me tenga tu majestad ni me trate jamás sino de partirme; porque sería obligarme a que haga, por detenerme, lo que no por despreciarme; que, aunque agora soy prudente, no sé, en llegando a enojarme, si me valdrá la prudencia para no precipitarme. No detenerme es cordura; a mi cuarto voy, que es tarde. No hay, señor, de qué advertirme; que, pues llegué a declararme, todo lo habré ya mirado ¡Voy muriendo! Dios le guarde. REY: Oye, infanta. INFANTA: Alonso invicto, vuestra majestad no mande que un instante me detenga, o vive Dios, que a esos mares Parténope desdichada, me arroje para anegarme. Vase la INFANTA REY: ¡Alvar González! ¡Coello! Salen ÁLVAR González y EGAS Coello ÁLVAR: ¿Señor? REY: Partid al instante, y detened a la infanta. ÁLVAR: Ya voy. EGAS: El príncipe sale. REY: No sé cómo de mi enojo agora podrá librarse. ¡Que así me empeñe mi hijo! Irme quiero sin hablarle, que si le hablo sospecho que no podré reportarme. Sale el PRÍNCIPE solo PRÍNCIPE: Señor, ¿vuestra majestad conmigo airado el semblante? ¿La espalda volvéis, señor, a vuestra hechura? REY: Dejadme, no me habléis, que estoy cansado de ver vuestros disparates. Príncipe, no me veáis. Egas Coello, aquesta tarde de Santarén al castillo le llevad preso, allí pague inobediencias que han sido causas de tantos males. EGAS: ¡Qué príncipe tan prudente! PRÍNCIPE: Pues yo, señor... ¿por qué? REY: ¡Baste! Agora veréis si es mejor obedecer o enojarme. Vase el REY PRÍNCIPE: En fin, Coello, ¿que voy preso a Santarén? EGAS: Así lo manda su alteza. A mí, que noble crïado soy, me toca el obedecer. PRÍNCIPE: ¿Sois vos mi alcalde? EGAS: El cuidado y el guardaros ha fïado a mi noble proceder y a sola la lealtad mía, y así es forzoso el hacello. PRÍNCIPE: Si agora anochece, Coello, mañana será otro día. EGAS: En cualquier aurora es mi lealtad muy de español. PRÍNCIPE: Mil cosas fomenta el sol que las deshace después. EGAS: Yo sé que llego a servir con fe, señor, verdadera, y así muera cuando muera, como os sirva con morir. PRÍNCIPE: Creo que pena os ha dado el ver que preso voy. EGAS: Sé que vuestro esclavo soy, y que sólo mi cuidado os sirve días y noches como crïado de ley. PRÍNCIPE: Coello, sirvamos al rey; id a prevenir los coches. Vase COELLO y sale BRITO PRÍNCIPE: ¿Qué hay, Brito? ¿Qué te parece de estrella tan importuna? BRITO: De esto nos da la fortuna cada día que amanece. PRÍNCIPE: ¡Qué doloroso trasunto! Muerto estoy, estoy perdido. BRITO: Sólo Belerma ha vivido con el corazón difunto. PRÍNCIPE: Parte, Brito; dile a Inés... ¿Así te vas? Hace BRITO que se va BRITO: ¿Por qué no? PRÍNCIPE: ¿Qué le dirías? BRITO: ¿Qué sé yo? Ya te lo diré después. Quisiera, señor, ponerme en la iglesia de San Juan porque esperezos me dan de que el rey ha de prenderme. PRÍNCIPE: ¿Y esto temes, Brito? Vete; mas ¿por qué te ha de prender? BRITO: Fácil es de conocer; porque he sido tu alcahuete; y en ocasión semejante llegara a sentir de veras ir a bogar a galeras, como me dijo Violante. PRÍNCIPE: Brito, ve a la esposa mía, y dila que pierdo el seso hasta que la vea. BRITO: Y tras eso, ¿cómo el rey preso te envía? PRÍNCIPE: Que a explicar mi sentimiento no basto, y si a eso te obligo, di todo lo que no digo, pues no cabe en lo que siento. BRITO: Diréle que partes ciego por su amor, lo que la adoras, lo que suspiras y lloras, cuánto te abrasa su fuego. PRÍNCIPE: A mucho te has obligado; que el mal a que estoy rendido bien cabe en lo padecido; mas no cabrá en lo contado. Dila que el rey inhumano... Oye, Brito, y no la aflijas, y aquellas dos perlas, hijas de aquel nácar castellano... BRITO: No te enternezcas, señor; mira que llorando estás. PRÍNCIPE: ¡Ay, Brito! No puedo más. BRITO: ¿Adónde está tu valor? Préndate el rey, que el proceso podrás romper algún día. PRÍNCIPE: Mas si preso me quería, ¿para qué dos veces preso? Vanse los dos [En la quinta orillas del Mondego] Salen doña INÉS y VIOLANTE VIOLANTE: ¿Acabaste ya el papel? INÉS: No. VIOLANTE: Pues, ¿cómo? INÉS: He reparado que no cabrá mi cuidado ni mis finezas en él. VIOLANTE: ¿Leíste la glosa? INÉS: Sí, y es tal, que pude llegar cuando la miré, a pensar que se escribió para mí. VIOLANTE: ¿Sábesla ya? INÉS: Ya lo sé. VIOLANTE: ¿Toda? INÉS: Nada hay que te espante; mientras estuve, Violante, en mi cuarto la estudié. VIOLANTE: ¿Quieres decirla, señora? INÉS: Sí, Violante, aquésta es. Atiende. VIOLANTE: Ya escucho. INÉS: Pues no te diviertas agora. "Mi vida, aunque sea pasión, no querría yo perdella, por no perder la razón que tengo de estar sin ella." Dichoso y favorecido me vi, Nise, en un instante, y luego pasé de amante a extremos de aborrecido; mas, aunque airado Cupido, la flecha trocó en arpón, no pudo ser ocasión para desear mi muerte, que he de querer por quererte, mi vida, aunque sea pasión. El alma con que vivía se fue a ti cuando pensaba que en mi pecho la hospedaba como tuya, siendo mía; y aunque perdida la vía, sin formar de amor querella, contento me vi sin ella; mas a no ser en despojos, Nise, de tus bellos ojos, no querría yo perdella. Gobierno del hombre han sido voluntad y entendimiento con que a la razón atento mientras hombre fui, he vivido; pero después que Cupido puso en ti mi inclinación, puede tanto mi pasión que jamás, bella mujer, no te quisiera perder por no perder la razón. Cautivo y sin libertad vivo después que te vi, y aunque viví en mí sin mí, rendido a tu voluntad, esperé de ti piedad; pero después que a mi estrella tu imperio, Nise, atropella, es tan corta mi ventura, que ella misma me asegura que tengo de estar sin ella. Sale BRITO BRITO: Esconde, Inés, si es posible, que no será fácil, de esos peligrosos dulces ojos los hermosos rayos negros. Esconde, por vida tuya, lo canicular, lo fresco, lo florido, lo nevado, lo apacible, lo severo, lo buscado, lo temido, lo juguetón, lo compuesto, lo alegre, lo mesurado, lo lindo, lo más que bello de esa cara, que un nublado no le ha de faltar a un cielo donde hay tantas pesadumbres. INÉS: ¿Qué dices? BRITO: Vete de presto, que viene la Infanta acá. INÉS: ¿La Infanta acá? BRITO: Pretendiendo hallar en esa ribera, por no perder el trofeo, una garza que del aire hoy ha derribado, entiendo que ha de llegar. INÉS: Oye, Brito, ¿garza? BRITO: Sí. INÉS: ¿Y ella la ha muerto? BRITO: Ella ha sido, que a volar con un escuadrón soberbio de pájaros salió armada. INÉS: Escuadrón sería de celos, pues vino a matarme a mí. BRITO: En un alazán soberbio, con la rienda en una mano y en la otra uno de ellos, la vieras como una Palas, o la borracha de Venus. INÉS: Válgame Dios, ¿qué he de hacer? Quiero retirarme, quiero que no me vea; mas no, sin duda es mejor acuerdo esperarla y ver si pueden cortesanos cumplimientos obligarla. BRITO: Dices bien. INÉS: Dime agora de mi dueño. ¿Cómo le dejaste, Brito? ¿Tiene el príncipe don Pedro salud? BRITO: Aunque de su parte sólo a visitarte vengo, para que sepas, señora, lo que pasa allá de nuevo, no es posible, sólo digo, mi señora, que te puedo asegurar que esta noche vendrá a verte. INÉS: ¿Cierto? BRITO: Cierto. INÉS: Y dime, Brito, ¿qué hay de la infanta? BRITO: Que la veo ya junto a ti. INÉS: Enhoramala venga a estorbar mis intentos. Salen la INFANTA, ÁLVAR González, EGAS Coello y cazadores INFANTA: Mucho he sentido perdella. ÁLVAR: Remontó, señora, el vuelo tanto, que ha sido imposible el hallarla. INFANTA: El aire creo que en sí la habrá transformado para volar más ligero, pues de ella envidiosa pudo tomar ligereza. INÉS: El cielo dé a vuestra alteza, señora, la vida que yo deseo. INFANTA: (No me estuviera muy bien). Aparte Inés, levantad del suelo. ¿Vos aquí? INÉS: Si esta ventura de hablaros, señora, y veros, por estar aquí he ganado, decir sin lisonja puedo que sólo he sido dichosa aqueste instante que os veo. INFANTA: ¿Cómo estáis? INÉS: Para serviros como mi señora y dueño. INFANTA: (Parece que está triste. Aparte ¿Si ha sabido que a don Pedro le prendió el rey? Es, sin duda. Pues, Amor, examinemos si podéis vivir en mí, que, aunque ya muerto os contemplo, para llegarlo a creer falta el último remedio). Triste estáis. INÉS: Señora, ¿yo? INFANTA: No os aflijáis, que os prometo que me holgara de poder daros, doña Inés, consuelo. El príncipe en asistiros nunca pudo ser eterno, siempre ha menester casarse, ya lo está conmigo. INÉS: ¡Cielos! ¿Qué decís? INFANTA: Que a Santarén como ya sabéis, fue preso, y saldrá para que así, en un dichoso himeneo, junte dos almas que vos habéis dividido. INÉS: (Esto Aparte no se puede ya llevar, que, fuera de ser desprecio, son celos, y nadie ha habido cuerda en llegar a tenerlos. Responderla quiero). INFANTA: Inés, suspended un poco el vuelo con que altiva, habéis volado, reducíos a vuestro centro, y sírvaos de corrección, de aviso y de claro ejemplo que a una blanca garza, hija de la hermosura del viento, volé esta tarde, y, altiva, cuando ya llegaba al cielo, la despedazó en sus garras un gerifalte soberbio, enfadado de mirar que a su coronado cetro desvanecida intentase competir. Eso os advierto. INÉS: (No puedo Aparte callar ya). ÁLVAR: Mucho la infanta se ha declarado. EGAS: Yo temo alguna desdicha aquí. INÉS: Infanta, con el respeto que a tanta soberanía se debe, deciros quiero que no ajéis de mi nobleza lo encumbrado con ejemplos. Yo soy doña Inés de Castro Coello de Garza, y me veo, si vos de Navarra infanta, reina de aqueste hemisferio de Portugal, y casada con el príncipe don Pedro estoy primero que vos; mirad si mi casamiento será, Infanta, preferido, siendo conmigo y primero. No penséis, señora, no, que es profanar el respeto que debo, hablaros así, sino responder que intento desempeñar a mi esposo; pues si él asiste en mi pecho, con él habláis, no conmigo; y puesto que soy él, debo, si habláis con doña Inés, responder como don Pedro. INFANTA: ¡Oh, Inés, cómo os olvidáis que la que cayó del cielo era garza! INÉS: Y blanca y todo, según vos dijisteis. INFANTA: Bueno, ¿vos me respondéis a mí, equívocos desacuerdos? INÉS: Mal he hecho yo, señora. ÁLVAR: ¡Que así perdiese el respeto a tanta soberanía! INÉS: Sí, dije --¡válgame el cielo!-- que era blanca. INFANTA: Bien está; retiraos. INÉS: Amor, ¿qué es esto? EGAS: El rey viene ya. INFANTA: Mi enojo quiero reprimir. INÉS: Yo entro temerosa y afligida. Vamos, Violante, que espero hallar en Dionís y Alonso, si no remedio, consuelo.Vanse doña INÉS y VIOLANTE y sale el REY y acompañamiento REY: Lograr no pensé el hallaros. BRITO: Voy a decir a don Pedro todo cuanto ha sucedido. Vase BRITO REY: Hija infanta, ¿qué es aquesto? ¿Cómo ha pasado la tarde vuestra alteza en el empleo de la caza? INFANTA: Gran señor, en la falda de ese cerro, que la guarnece de plata un lisonjero arroyuelo, descubrimos una garza, y aunque al remontar el vuelo perdió la vida, volvió a vivir, señor, de nuevo, que no tengo con las garzas ni jurisdicción ni imperio, después que una garza a mí con viles celos me ha muerto. REY: No os entiendo. INFANTA: ¡Ay, gran señor, pues bien podéis entenderlo! Que no es la enigma difícil ni es el engaño encubierto. Doña Inés agora acaba de decirme que don Pedro, el príncipe, es ya su esposo; y aunque él lo dijo primero, no lo creí, por pensar que pudiera ser incierto; mas después que doña Inés, sin decoro y sin respeto, se atrevió a decirlo a mí, ha sido fuerza el creerlo. REY: ¿Que la modestia de Inés, virtud y recogimiento, pudo atreverse a perder la veneración que os tengo? Vive Dios, Alvar González, que el príncipe, loco y ciego ha de ocasionarme a dar con su muerte un escarmiento tan grande, que a Portugal sirva de futuro ejemplo. Yo remediaré esta injuria. INFANTA: Señor, el mejor remedio es no buscarle, que yo desde este instante os prometo olvidar, que sólo olvido puede ser, si bien lo advierto, medio para que se acabe mi enojo, señor, y el vuestro. REY: ¿Qué os parece, Alvar González? ALVAR: Señor, si ya todo el reino espera con alegría este feliz casamiento, será grande inconveniente --así, gran señor, lo entiendo-- que no llegue a ejecutarse; y así, fuera buen acuerdo apartar a doña Inés de Portugal. REY: ¿Cómo puedo, si está casada? ALVAR: Señor, cuando aqueste impedimento, que es el mayor, no se pueda remediar... REY: Dame consejo. ALVAR: Me parece que la vida de Inés... REY: ¿Qué decís? ALVAR: Entiendo... REY: Declaraos. ¿Por qué teméis? ¡Acabad! ALVAR: Tengo por cierto que peligrará. REY: ¿Por qué? ALVAR: Señor, porque en sólo eso consistía el que pudiese gozar la infanta a don Pedro. INFANTA: Eso no, que mis agravios, aunque ofendida los siento, no han de pasar a poder conmigo más que yo puedo. Viva mil siglos Inés, que si hoy por ella padezco, no es culpada en mis desdichas, yo sí, pues yo las merezco. REY: Vamos a mirar mejor lo que se ha de hacer en esto. ALVAR: ¿A la ciudad? REY: No, que estoy cansado y algo indispuesto. Vamos a la casería, Alvar González, de Coello. INFANTA: ¿Está cerca? ALVAR: Sí, señora. REY: Disponed, piadoso cielo, modo para consolarme, que si aquesto dura, temo que me han de acabar la vida, pesares y sentimientos. INFANTA: Vamos, señor. REY: Vamos, hijo. INFANTA: ¡Qué valor! REY: ¿Qué entendimiento! INFANTA: ¡Qué prudencia! REY: ¡Qué cordura! Dadme la mano que quiero ser vuestro escudero yo. INFANTA: Tanto favor agradezco. REY: ¡Quién viera de aquesta suerte, Blanca hermosa, a vos y a Pedro!Vanse todos y salen doña INÉS y el príncipe don PEDRO INÉS: Digo que no me aseguro. PRÍNCIPE: ¿Posible es que no conoces que es imposible engañar, Inés, tus hermosos soles? Cese el disgusto, mi bien, y acábense los rigores; no me mates con desaires, basta matarme de amores. ¿Tú enojada? ¿Tú tan triste? ¿Cómo puede ser que borren nublados de tus discursos tus hermosos esplendores? Habla, Inés, dime tu pena, ¿por qué, mi bien, no respondes? Más vale si he de morir que me refieran tus voces la causa por que me matas; no es bien que sintiendo el golpe, cuando no ignoro el morir el por qué, mi bien, ignore. INÉS: Señor, esposo, mi vida, dueño mío, Pedro... PRÍNCIPE: Ahorre tu lengua, Inés, epítetos y dime ya quién te pone a ti con tal desconsuelo y a mí en tantas confusiones. INÉS: Tu padre... PRÍNCIPE: Habla. INÉS: ...pretende... PRÍNCIPE: Acaba, amores. INÉS: ...dispone... PRÍNCIPE: ¿Qué te turbas? INÉS: ...que te cases. PRÍNCIPE: Si aquesos son tus temores, inadvertida has andado, pues sabes que en todo el orbe no he de tener otro dueño. INÉS: Aunque miro tus acciones, esposo y señor, dispuestas a hacerme tantos favores, es bien que adviertas que ya la Fortuna cruel dispone que te pierda, dueño mío, y que de tus brazos goce la infanta que te previene tu padre para consorte. Y puesto que no es posible que seas mío ni que logre más finezas en tus brazos, será fuerza que me otorgues, Pedro, dueño de mi alma, piadosas intercesiones para que el rey, de mi vida la vital hebra no corte. Con tus hijos viviré en lo áspero de los montes, compañera de las fieras; y con gemidos feroces pediré justicia al cielo, pues que no la hallé en los hombres, de quien de tan dulce lazo aparta dos corazones. Mis hijos y yo, señor, con tiernas exclamaciones, huérfanos y sin abrigo, daremos ejemplo al orbe de los peligros que pasa y a cuántas penas se expone quien, sin ver inconvenientes, se casa loca de amores. Por lo que un tiempo me quiso, señor, es bien que me otorgue esta merced, no padezca quien fue vuestra los rigores de una injusticia, mi bien, que mármoles hay y bronces que harán vuestra fama eterna. Ahora es tiempo de que note la mayor fineza en vos; mostrad, mostrad los blasones de vuestra heroica piedad, para que conozca el orbe que si matarme el rey ha pretendido, me habéis, heroico dueño, defendido con valiente osadía y fe constante, por mujer, por esposa y por amante. PRÍNCIPE: No creyera, bella Inés, que jamás desconfiaras de la fe con que te adoro; alza del suelo, levanta, enjuga los bellos ojos, que las perlas que derramas parecen mal en la tierra, en tu nácares las guarda, que no hay en el mundo quien se atreva, esposa, a comprarlas. Si mi padre la cerviz me derribara a sus plantas; si la infanta, que aborrezco, la vida, Inés, me quitara porque mi padre contento quedase, y ella vengada, no sólo fuera su esposo, pero yo de mi garganta derribara la cabeza primero que me obligara a decir sí, que te adoro de tal suerte, prenda amada, que sin ti no quiero vida. INÉS: ¿Cumplirásme esa palabra? PRÍNCIPE: Digo mil veces que sí. INÉS: Pues ya mi temor se acaba. Dime, ¿cómo has quebrantado la prisión? PRÍNCIPE: Esta mañana a Egas Coello le pedí me dejase que llegara a verte, y aunque es traidor, temiendo que me enojara, no me impidió. INÉS: Pues, señor, volved antes que las guardas os echen menos, que es tarde, y volvedme a ver mañana. PRÍNCIPE: Adiós, Inés. INÉS: Adiós, Pedro, no me olvides. PRÍNCIPE: Excusada está, esposa, esa advertencia. INÉS: ¿Si vuestro padre os lo manda? PRÍNCIPE: No puede tener mi padre jurisdicción en mi alma. INÉS: ¿Y si la infanta porfía? PRÍNCIPE: Aunque porfíe la infanta. INÉS: ¿Y si el reino se conjura? PRÍNCIPE: Aunque se perdiera España. INÉS: ¿Tanta firmeza? PRÍNCIPE: Soy monte. INÉS: ¿Tanto amor? PRÍNCIPE: Sólo le iguala el tuyo. INÉS: ¿Tanto valor? PRÍNCIPE: Nadie en el valor me iguala. INÉS: ¿Tan grande fe? PRÍNCIPE: Sí, que ciego a tus luces soberanas, no es menester que te vea para que te adore. INÉS: Basta; adiós, mi bien. PRÍNCIPE: Adiós, dueño, ¡quién contigo se quedara! INÉS: ¡Quién se partiera contigo! Muerta quedo. PRÍNCIPE: ¡Voy sin alma! INÉS: Adiós, adorado esposo. PRÍNCIPE: Adiós, esposa adorada. Vanse todos
Texto electrónico por Vern G. Williamsen
y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
Actualización más reciente: 26 Jun 2002