EL LINDO DON DIEGO

Agustín Moreto

Texto basado en varios textos tempranos del EL LINDO DON DIEGO. Fue preparado en forma electrónica por Vern Williamsen en el año 1995.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen don TELLO, viejo, y don JUAN, galán
TELLO: Quiera Dios, señor don Juan, que volváis muy felizmente. JUAN: Breves los días de ausente, señor don Tello, serán; pues llegar de aquí a Granada ha de ser mi detención. TELLO: La precisa ocupación de ser hora señalada ésta, de estar esperando dos sobrinos que han venido de Burgos, la causa ha sido de no iros acompañando hasta salir de Madrid; que mi amistad no sufriera, si este empeño no tuviera, dejar de hacerlo. JUAN: Asistid, señor don Tello, a un empeño tan de vuestra obligación; que yo estimo la atención. TELLO: Vos de la mía sois dueño; que el hacer juntos pasaje los dos de Méjico a España, hace amistad tan extraña, que el cariño de un vïaje casi es deudo; y más agora que mi obligación confiesa favor tanto a la condesa, vuestra prima y mi señora. Y pues ha de ser tan breve vuestra ausencia, hasta volver las bodas no se han de hacer. JUAN: ¿Qué bodas? TELLO: De todo debe daros cuenta mi atención. Los dos sobrinos que espero con mis hijas casar quiero. JUAN: (¡Cielos! ¿Qué escucho?) Aparte TELLO: Ellos son don Mendo y don Diego. A Mendo, hijo de hermana menor, le quiero dar a Leonor; y a Inés, en quien yo pretendo fundar de mi honor la basa, para don Diego la elijo, porque de mi hermano es hijo y cabeza de mi casa. Su gala y su bizarría es cosa de admiración; de Burgos es el blasón. JUAN: (¡Ay de la esperanza mía! Aparte ¡Ay, Inés, qué bien se advierte que, de traición prevenida, me has encubierto esta herida para lograrme esta muerte!) TELLO: ¿Qué decís, don Juan? JUAN: Que apruebo vuestros justos regocijos. TELLO: Voy a esperar a mis hijos, que ya este nombre les debo. JUAN: Adiós, don Juan. Él os guarde. TELLO: Y a vos os vuelva con bien.
Vase don TELLO
JUAN: Amor, el golpe detén, que contra la vida es tarde. Ya con tan crüel herida mi amor no puede vivir; pues ¿qué falta por morir, si era amor toda mi vida? ¡Ay, fe muerta a una mudanza! ¿Cómo pudo, aunque se ve, ser tan segura una fe puesta en tan falsa esperanza? ¡Ah, Inés! ¿Para mi partida me reservaste este daño? Pero ¿cuándo un desengaño no viene a la despedida? Pues diré a voces aquí mis ansias y mis desvelos y me quejaré a los cielos para quejarme de ti. Culpen, pues, tu tiranía sus luces y sus estrellas; pero ¿qué han de culpar ellas, si entre ellas está la mía?
Sale doña INÉS
INÉS: Don Juan ¿qué es esto? ¿Tú voces, tú quejas y tú suspiros, cuando de tu ausencia está tan cercano mi peligro? Esperando que se fuese mi padre, me dio el aviso tu voz de que estabas solo; y cuando salgo, te miro triste, enojado, quejoso. ¿Qué ha sido la causa? Dilo, señor, que es crüel la duda. JUAN: Pues ¿tú, ingrato dueño mío, por la causa me preguntas? ¿Tú, que eres de ella el principio, dudas la razón que tengo para llorar tus desvíos? No has de preguntar la causa sino si yo la he sabido; y entonces te respondiera mi amor, aunque muerto, fino, que ya he sabido tu engaño, que ya tu traición he visto y que mi loca esperanza fue de viento y la deshizo el viento que la formaba, como luz de rayos tibios, que de un suspiro se enciende y muere de otro suspiro. INÉS: Don Juan, señor, ¿con quién hablas? que de tan bastardo estilo no puedo ser el sujeto. ¿Tú traición, tú engaño has visto? No sé, por Dios, lo que dices, y turbada te replico; que aunque no tenga razón tu queja, que no averiguo, tu tan horroroso estruendo, para turbar basta el rüido. JUAN: ¿No tiene razón mi queja? ¡Pluguiera al cielo divino que yo comprara mi engaño a precio de ese delito! Pero mira si la tiene, pues ya supe, dueño esquivo, que estás casada, y tu padre esperando a sus sobrinos, que han de ser los dos dichosos a costa de mi martirio. Con Leonor, tu hermana, el uno, y el otro ¡ay de mí! contigo. Don Diego, Inés, es tu dueño; claro está que será digno, tanto como por su sangre, por haberte merecido. Ya halló ocasión tu entereza de disfrazar sus cariños, dando en agrados de esposo envuelto el nombre de primo. De tu elección no me quejo; pero ¿qué triunfo has tenido en que muera de agraviado quien pudo morir de fino? ¿Para qué ha sido engañarme? ¿Para qué alentarme ha sido? Tu rigor... INÉS: Don Juan, deténte. ¿Qué don Diego, qué sobrinos, qué casamientos son éstos? ¿Quién ese engaño te ha dicho? Porque no sólo es engaño, mas ni aun yo de él tengo indicio que llegue a más que saber que son esos dos mis primos, que mi padre hoy los espera, que de Burgos han venido; mas a casarse no sé, si no es que tú hallas camino de que, sin saberlo yo, pueda casarse conmigo. JUAN: Pues ¿esto puede ser falso cuando tu padre lo ha dicho? 0, siendo tú su hija, ¿puedes ignorarle este disinio? Yo, Inés, había deseado, reconociendo el estilo de las mujeres, saber si habrá caso tan preciso o tan claro desengaño donde alguna se haya visto, sin tener qué responder, conclüida en su delito. Pero, pues tú hallas en esto a tu disculpa resquicio, de que no le puede haber, me doy, Inés, a partido. Pero ¡vive Dios!, tirana, que no ha de lograr conmigo tu traición sus agudezas; y si era el intento mío partirme para volver en alas de mi cariño, ha de ser ahora alejarme de tu mentiroso hechizo tanto, que en mi larga ausencia llegue a encontrar el olvido. A esto voy ¡y qué mal voy!; pues si te dejo rendido, a ti te logro el deseo y a mí me doy el castigo. Mas tendré, muriendo, el gozo de saber en mi martirio que eres tú la que me mata, pero yo el que me retiro. No has de lograr la traición, huyendo yo mi peligro, pues por malograrse el rayo voy a morir del aviso. INÉS: Don Juan, señor, oye, espera.
Sale doña LEONOR
LEONOR: Inés, hermana, ¿qué miro? ¿Tú descompuesta? ¿Qué es esto? INÉS: Esto es, Leonor, un delirio. Decir don Juan que mi padre que estoy casada le ha dicho y que esposos de las dos vienen a ser nuestros primos. LEONOR: Pues, Inés, dice verdad porque él agora me dijo que prevenidas estemos porque él va por sus sobrinos, que han de ser nuestros esposos; y que por cierto motivo que ha importado a su atención nos ha callado este aviso. INÉS: ¡Ay de mí! Leonor, ¿qué dices? Que ya te oigo sin sentido. JUAN: Mira, Inés, si fue verdad mi temor. INÉS: Mas ya has oído cómo pude yo ignorarlo. JUAN: Pues ¿qué importa al temor mío? Erré en culpar tu fineza, más no en temer mi peligro; ¿cómo se excusa mi muerte si ya perderte imagino? INÉS: No sé, don Juan; que si es cierto como en mi mal lo colijo, yo replicar a mi padre podré, mas no resistirlo. JUAN: Luego ¿es preciso morir? LEONOR: No, don Juan, no es tan preciso; que en la elección del estado dan fuero humano y divino la proposición al padre y la aceptación al hijo. Las dos, don Juan, nos casamos aunque él nos busque el marido, que la elección no ha de ser de quien no fuere el peligro. El riesgo de un casamiento, que si se yerra es martirio, ha de ser el escogerlo de quien se obliga a sufrirlo. Siendo esto cierto, ¿qué temes de que él tenga ese disinio? ¿Se ha casado alguna dama con el sí que el padre dijo? Y esto no es darte a entender que podrá nuestro albedrío oponerse a su precepto, porque si él lo ha conclüido, no hay resistencia en nosotras; pero, cuando sabe él mismo que nuestras dos voluntades penden sólo de su arbitrio, no es posible que una acción, que es tan de nuestro albedrío, la resuelva su decreto sin lograrnos el aviso. JUAN: Pues ¿qué puede ser, Inés, haberme tu padre dicho que ya estáis las dos casadas? INÉS: Tener él ese disinio y querernos proponer para esposos nuestros primos, mas si él ya no lo ha resuelto, como mi hermana te ha dicho, cuando esté en mi voluntad, está, don Juan, sin peligro. LEONOR: Inés, mira que es forzoso que vamos a prevenirnos. INÉS: ¡Ay, Leonor! ¿Cómo podremos hallar las dos un camino de parecerlos muy mal? LEONOR: Apelar al artificio. Mucho moño y arracadas, valona de cañutillos, mucho color, mucho afeite, mucho lazo, mucho rizo y verás qué mala estás porque yo, según me he visto, nunca saco peor cara que con muchos atavíos. INÉS: Tienes buen gusto, Leonor, que es el demasiado aliño confusión de la hermosura y embarazo para el brío.
Sale MOSQUITO
MOSQUITO: ¡Jesús, Jesús! Dadme albricias. LEONOR: ¿De qué las pides, Mosquito? MOSQUITO: De haber visto a vuestros novios; que apenas el viejo hoy dijo la sobriniboda cuando partí como un hipogrifo, fui, vi y vencí mi deseo, y vi vuestro par de primos. LEONOR: Y ¿cómo son? MOSQUITO: Hombres son. LEONOR: Siempre estás de un humor mismo, pues ¿podían no ser hombres? MOSQUITO: Bien podían ser borricos; que en traje de hombre hay hartos. LEONOR: Y ¿cómo te han parecido? MOSQUITO: El don Mendo, que es el tuyo, galán, discreto, advertido, cortés, modesto y afable; menos algún revoltillo que se le irá descubriendo con el uso de marido. LEONOR: Si él es tan afable agora, casado será lo mismo. MOSQUITO: Eso no, que suelen ser como espadas los maridos, que en la tienda están derechas, y comprándolas sin vicio, en el primer lance salen con más corcova que un cinco. INÉS: ¿Y don Diego? MOSQUITO: Ése es un cuento sin fin pero con principio; que es lindo el don Diego y tiene, más que de Diego, de lindo. Él es tan rara persona que, como se anda vestido, puede en una mojiganga ser figura de capricho. Que él es muy gran marinero se ve en su talle y su brío porque el arte suyo es arte de marear los sentidos. Tan ajustado se viste, que al andar sale de quicio, porque anda descoyuntado del tormento del vestido. De curioso y aseado tiene bastantes indicios porque, aunque de traje no, de sangre y bolsa es muy limpio. En el discurso parece ateísta y lo colijo de que, según él discurre, no espera el día del juicio. A dos palabras que hable le entenderás todo el hilo del talento, que él es necio pero muy bien entendido. Y porque mejor te informes de quién es y de su estilo, te pintaré la mañana que con él hoy he tenido. Yo entré allá y le vi en la cama, de la frente al colodrillo ceñido de un tocador, que pensé que era judío. Era el cabello, hecho trenzas, clin de caballo morcillo, aunque la comparación de rocín a rüin ha ido. Con su bigotera puesta estaba el mozo jarifo, como mulo de arriero con jáquima de camino; las manos en unos guantes de perro, que por aviso del uso de los que da, las aforra de su oficio. De este modo, de la cama salió a vestirse a las cinco y en ajustarse las ligas llegó a las ocho de un giro. Tomó el peine y el espejo y, en memoria de Narciso, le dio las once en la luna; y en daga y espada y tiros, capa, vueltas y valona dio las dos y después dijo, "Dios me vuelva a Burgos, donde sin ir a visitas vivo, que para mí es una muerte cuando de priesa me visto. Mozo, ¿dónde habrá agora misa?" Y el mozo, humilde, le dijo, "A las dos dadas, señor, no hay misa sino en el libro." Y él respondió muy contento, "No importa, que yo he cumplido con hacer la diligencia. Vamos a ver a mi tío." Éste es el novio, señora, que de Burgos te ha venido; tal que primero que al novio esperara yo un novillo. INÉS. ¡Ay, don Juan! Con estas nuevas es menos ya el temor mío, pues mi padre no es posible que me entregue a este martirio. JUAN: Inés, por cualquiera parte crece el temor y el peligro, no es nuevo ser tú mi vida y ya en tus labios la miro. INÉS. Vete, don Juan, que es forzoso ir las dos a prevenirnos. JUAN: Ya no es posible ausentarme. INÉS. Albricias doy al peligro, mas ¿cómo, si de mi padre ya has quedado despedido? JUAN: Fingiré algún embarazo. INÉS: ¿Y lograrásme un alivio? JUAN: A eso voy. INÉS. ¡Guárdete el cielo! JUAN: Guárdeste tú, que es lo mismo. MOSQUITO: ¡Ah, señor don Juan! JUAN: ¿Qué quieres? MOSQUITO: Tres portes de papelillos, que, a doblón, montan... JUAN: Ve a casa, y llevarás un vestido.
Vase don JUAN
MOSQUITO: Pues si él ha de ser llevado, no me le dé usted traído. INÉS: Vamos, Leonor. MOSQUITO: ¡Ah, señora! INÉS: ¿Qué dices? MOSQUITO: Tengo contigo una intercesión y un ruego, y aunque con sol tan divino es osadía, me atrevo a título de Mosquito. INÉS: ¿Qué es lo que quieres? MOSQUITO: Beatriz, después que la has despedido, anda pidiendo limosna. INÉS: Pues si mi padre lo hizo, ¿qué puedo yo remediar? MOSQUITO: Ése es rigor. INÉS: Mas no mío. MOSQUITO: Pues pide, dale; que es pobre. INÉS: ¿Qué la he de dar? MOSQUITO: Un recibo, y vuelva a servirte a casa pues ya llora el pan perdido. INÉS: Espero hoy otra crïada. MOSQUITO: No la llegará al tobillo ninguna de cuantas vengan. INÉS: ¿Por qué no? MOSQUITO: Eso ¿no está visto? Ella es golosa, chismosa, respondona y alza el grito, ventanera y todo el día gasta en tratar de su aliño. Pues ¿dónde has de hallar crïada que cumpla más con su oficio? INÉS: Porque se ha crïado en casa siento haberla despedido, mas como ella, por agora, quiera estarse en mi retiro sin que la vea mi padre, la recibiré. MOSQUITO: ¡Ah, Dios mío, lo que hace un buen abogado! INÉS: Dila que venga, Mosquito. LEONOR: Y entre sin verla mi padre. MOSQUITO: ¿Y si está aquí? INÉS: Entre contigo.
Vanse doña INÉS y doña LEONOR
MOSQUITO: ¡Vitoria, por mis camisas! ¡Ah, Beatricilla!
Sale BEATRIZ
BEATRIZ: ¿Qué ha habido? MOSQUITO: Que estás recibida ya. BEATRIZ: ¿Qué dices? MOSQUITO: Que Tito Livio no pudo hablar en tu abono como yo de tu servicio. Ponderé aquí tus labores, tu cuidado y tu buen pico, y hace tanto un buen tercero, que te recibió al proviso. BEATRIZ: Siempre conocí yo en ti tu buena intención, Mosquito. MOSQUITO: Mira, yo naturalmente hablo bien de mis amigos. BEATRIZ: Seré tuya eternamente. MOSQUITO: Mas ya que te han recibido, ¿no me das carta de pago? BEATRIZ: Tú verás si es mi amor fino. MOSQUITO: Toca esos huesos y vamos. BEATRIZ: Toco y taño. MOSQUITO: Salto y brinco. BEATRIZ: Y ¿esto ha de pasar de aquí? MOSQUITO: ¡No, sino amarnos de vicio! BEATRIZ: Pues querernos en silencio. MOSQUITO: No podré, siendo Mosquito. BEATRIZ: ¿Por qué no? MOSQUITO: Porque los moscos, para picar, hacen ruido.
Vanse BEATRIZ y MOSQUITO. Salen dos CRIADOS con dos espejos, don DIEGO y don MENDO
DIEGO: Poneos los dos enfrente, porque me mire mejor. MENDO: Don Diego, tanto primor es ya estilo impertinente. Si todo el día se asea vuestra prolija porfía, ¿cómo os puede quedar día para que la gente os vea? DIEGO: Don Mendo, vos sois extraño, yo rindo, con salir bien, en una hora que me ven, más que vos en todo el año. Vos, que no tan bien formado os veis como yo me veo, nos os tardéis en vuestro aseo, porque es tiempo mal gastado. Mas si veis la perfección que Dios me dio sin tramoya, ¿queréis que trate esta joya con menos estimación? ¿Veis este cuidado vos? Pues es virtud más que aseo porque siempre que me veo me admiro y alabo a Dios. Al mirarme todo entero, tan bien labrado y pulido, mil veces he presumido que era mi padre tornero. La dama bizarra y bella que rinde el que más regala, la arrastro yo con mi gala; pues dejadme cuidar de ella. Y vos, que vais a otros fines, vestíos de priesa; yo no, que no me he de vestir yo como frailes a maitines. MENDO: Si lo hacéis con ese fin, ¿qué dama hay que os quiera bien? DIEGO: Cuantas veo, si me ven, porque en viéndome dan fin. MENDO: ¡Que lleguéis a imaginar locura tan conocida! ¿Habéis visto en vuestra vida mujer que os venga a buscar? DIEGO: Eso consiste en mis tretas, que yo a las necias no miro y en las que yo logro el tiro sufren, como son discretas, y aunque las mueva su fuego a hablar, callarán también, porque ven que mi desdén ha de despreciar su ruego. MENDO: ¿Vos desdén? Tema graciosa. DIEGO: Pues ¿queréis que me avasalle fácil yo, con este talle? No me faltaba otra cosa. MENDO: Mirad que eso es bobería de vuestra imaginación. DIEGO: No paso yo por balcón donde no haga batería pues al pasar por las rejas donde voy logrando tiros, sordo estoy de los suspiros que me dan por las orejas. MENDO: Vive Dios que eso es manía que tenéis. DIEGO: Mujer sé yo que dos veces se sangró por haberme visto un día. MENDO: Yo desengañaros quiero. DIEGO: ¿Cómo? MENDO: Que a una dama vamos a festejar y veamos a cuál se rinde primero. DIEGO: Pues ¿no tenemos aquí a nuestras primas yo y vos? ¿Cuánto va que ambas a dos hoy se enamoran de mí? MENDO: ¿No veis que en ellas es más el honor que las refrena? DIEGO: Hasta verme, norabuena, pero en mirándome, ¡zas! MENDO: (Loco soy, pues quiero yo Aparte a tal necio disuadir.) DIEGO: ¿Qué decís? MENDO: Que ya temo ir con vos. DIEGO: ¡Pues no sino no!. Mas dejadme que yo mismo vuelva el talle a repasar, que hoy por vos temo sacar en mi gala un solecismo. Alzad esos dos espejos. MARTÍN: ¿Bien están ansí? DIEGO: No están. LOPE: Pues ¿cómo bien estarán? DIEGO: Mirándose los reflejos. MARTÍN: La luna se mira toda. DIEGO: No tal. LOPE: Pues ¿cómo ha de ser? DIEGO: ¿Que no aprendáis a poner los espejos a la moda! MARTÍN: Di cómo, y no te alborotes. LOPE: ¿Qué es moda? DIEGO: ¡Mi rabia toda! ¡Que no sepan lo que es moda hombres que tienen bigotes! MARTÍN: ¿Están bien así? DIEGO: Eso quiero, que así todo me divisa. MENDO: (Cayéndome estoy de risa Aparte de ver a este majadero.) DIEGO: ¡El pelo va hecho una palma! ¡Guárdese toda mujer! Yo apostaré que al volver en cada hebra traigo un alma. Los bigotes son dos motes, diera su belleza espanto. ¡Si hiciera una dama un manto de puntas de estos bigotes! El talle está de retablo, el sombrero va sereno; de medio arriba está bueno, de medio abajo es el diablo. Lo bien calzado me agrada. ¡Qué airosa pierna es la mía! De la tienda no podía parecer más bien sacada. Pero tened, ¡vive Dios!, que aquesta liga va errada; más larga está esta lazada un canto de un real de a dos. Llega, mozo, a deshacella. MENDO: ¡Que aqueso os cueste fatiga! Pues ¿qué importará esa liga? DIEGO: No caer pájaro en ella. MENDO: Mirad que ésas son locuras, que a quien las ve a risa obliga. DIEGO: Sólo con aquesta liga cazo yo las hermosuras. MARTÍN: Ya está buena. DIEGO: Agora están iguales las dos; bien voy. Con el reparillo estoy cuatro dedos más galán. Siempre que el verme repito, queda el alma más ufana. Mozo, acuérdate mañana de traerme pan bendito.
Sale MOSQUITO
MOSQUITO: Ya está aquí el coche, señor. DIEGO: ¿Mosquito? Vamos, don Mendo. MENDO: Según vais, ya voy temiendo que he de parecer peor. DIEGO: ¿Voy bien? MENDO: (La risa reprimo.) Aparte A desconfïar me obliga. DIEGO: Miren si importó la liga pues ya se rinde mi primo. MOSQUITO: (Al mirarle estoy suspenso. Aparte ¡Que éste piense que es galán! Mas hartos lo pensarán, que lo piensan por el pienso.) DIEGO: Mosquito, ¿hay gran prevención? ¿Cómo mis primas están? MOSQUITO: Tales, señor, que podrán tocarse entrambas a un son. Cualquiera está tan bizarra de las dos que al sol da cola, y cualquiera prima sola puede hacer una guitarra. DIEGO: También acá arde la fragua, que todo eso es menester. MOSQUITO: ¿Pues no? DIEGO: A fe que hemos de ver quién se lleva el gato al agua. MOSQUITO: Pues dudarse eso ¿no es yerro? Sólo de oír tu retrato, las vi que no sólo el gato llevarás tú, sino el perro. DIEGO: Pues ¿ves? Sólo me lastima... MOSQUITO: ¿Qué, señor? DIEGO: ...mi estrella mala. ¡Que venga toda esta gala a parar en una prima! MOSQUITO: Cierto que tienes razón, y a mi también me lastima. DIEGO: ¿No me malogro en mi prima? MOSQUITO: Merecías tú un bordón. Mas de eso no te provoques. DIEGO: El ser tan rica me anima. MOSQUITO: Y yo pienso que la prima saltará antes que la toques. DIEGO: ¿Cómo saltar? MOSQUITO: Es galante, y baila famosamente. DIEGO: ¡Oh, pues viéndome presente bailará el agua delante! Y ella ¿me merece a mí? MOSQUITO: Ése es, señor, mi recelo, porque es un ángel del cielo y no te merece a ti. DIEGO: ¿Qué dices? MOSQUITO: Si no es que sea ley de estrella poderosa. DIEGO: Miren, si esto es siendo hermosa, ¿qué haría si fuera fea? MOSQUITO: ¿Sabes quién estoy pensando que te merecía? DIEGO: ¿Quién fuera? MOSQUITO: Una dama que estuviera toda su vida ayunando. MENDO: Vamos presto, que mejor allá lo podréis juzgar. DIEGO: Vamos, don Mendo, a matar estas dos primas de amor. MOSQUITO: Al verte será delito si no se desmayan luego. DIEGO: Juicios tienes de don Diego. MOSQUITO: (Y tú sesos de Mosquito.) Aparte
Vanse don DIEGO, don MENDO, MOSQUITO y los criados. Salen don JUAN y don TELLO
JUAN: Suspendióse, don Tello, mi partida, porque mi prima, estando prevenida para ir a cumplir una novena que tenía ofrecida a Guadalupe, que me detenga ordena, y es fuerza que me ocupe en asistir sus pleitos entretanto. (No será sino el mío.) Aparte TELLO: Estimo tanto vuestra amistad, don Juan, que habiendo habido justa ocasión que os haya detenido, os he de suplicar que a honrarme asista vuestra persona, agora que a la vista de mis hijas espero a mis sobrinos. JUAN: Siempre de honrarme halláis nuevos caminos. (¡Cielos, no haya logrado yo esta suerte Aparte para ver la sentencia de mi muerte!) TELLO: Ya aquí vienen las dos. JUAN: Y yo quisiera me aviséis, por no errar de adelantado, si están ya los conciertos en estado de poder dar el parabién. TELLO: Sí, amigo; bien se le podéis dar. JUAN: (¡Cielos! ¿Qué espero? Aparte Más que del golpe, de temerlo muero.) TELLO: Que aunque Inés y Leonor no lo han sabido ya yo el concierto tengo conclüido, y el haberle callado ha sido por no estar asegurado de la venida de mis dos sobrinos, por tener ellas otros pretendientes, amantes y parientes que estorbarle intentaron. Y, en efeto, se ha logrado el venir con el secreto, y ésta la causa ha sido de que Leonor y Inés no lo han sabido porque no fuera bien que yo un concierto les propusiese que saliera incierto; mas ya, por mi palabra asegurado, nos dais el parabién adelantado. JUAN: Muy como vuestra la atención ha sido. (¡Cielos, yo estoy hablando sin sentido!) Aparte
Salen CRIADAS, doña LEONOR y doña INÉS tocadas de boda
INÉS: (¡Muerta salgo!) Aparte LEONOR: (Tus dudas son forzosas.) Aparte TELLO: ¡Bien prevenidas salen! ¡Son curiosas! JUAN: (Esfuércese el corazón Aparte a este tormento también.) En tan dichosa ocasión es precisa obligación, señoras, mi parabién. Logréis el feliz estado a medida del deseo. (Y a costa de un desdichado.) Aparte INÉS: No sé a qué va encaminado ni el parabién ni el empleo. TELLO: El parabién da don Juan de los casamientos hechos con vuestros primos. INÉS: Y ¿están en estado que podrán admitirle nuestros pechos? TELLO: ¿Pues no, si ellos han venido de mi palabra fïados? INÉS: No habiéndoles admitido nosotras, en vano ha sido darlos por efectüados. TELLO: Pues ¿podéis las dos hacer a mi gusto resistencia? LEONOR: Yo, señor, no sé tener voluntad y si ha de ser alguna, ésa es mi obediencia. INÉS: Contigo también, señor, es mi voluntad ajena; sólo tu gusto es mi amor, mas este mismo primor tu resolución condena porque cuando yo he de estar pronta siempre a obedecer, no me debieras mandar cosa en que puedo tener licencia de replicar; y si me da esta licencia el cielo y tu autoridad me la quita con violencia, casaráse mi obediencia pero no mi voluntad. Siendo este estado, señor, de tantos riesgos cercado, ¿no pudiera algún error dar asunto a mi dolor y empeños a tu cuidado? Luego aunque yo me concluyo, debieras a mi albedrío proponerlo, no por suyo, sino porque, aunque él es tuyo, tiene el título de mío. TELLO: Aunque es la queja tan vana, por queja de amor la he oído, Inés, callando tu hermana, que no eres tú tan liviana que tuviera otro sentido; ni yo tan poco mirado que a todo vuestro deseo no le exceda mi cuidado, habiendo ya examinado los peligros de este empleo. En gusto, quietud y honor lográis toda la ventura que pudiera vuestro amor y el mío, que es el mayor, que vuestro bien asegura; y, mi palabra empeñada ya, Inés, no tiene lugar tu queja, aunque bien fundada, pues, sobre que estás casada no tienes que replicar. JUAN: (¡Cielos! Yo de mi tormento Aparte he venido a ser testigo.) INÉS: (Y yo del dolor que siento.) Aparte Pues si ya mi casamiento das por hecho, sólo digo que, aunque tan llano lo ves, falta una duda por ti no fácil. TELLO: Y ésa ¿cuál es?
Sale MOSQUITO
MOSQUITO: Los novios están aquí. TELLO: Déjalo para después. ¿Dónde están? MOSQUITO: Veslos allí, que el coche, con gran sosiego, los va ya dando de sí.
Salen don MENDO, don DIEGO y CRIADOS
TELLO: Prevenid sillas aquí. MOSQUITO: (Y albarda para don Diego.) Aparte DIEGO: Buen lugarillo es Madrid. MENDO: Dadnos, señor, los pies vuestros. TELLO: Llegad, hijos, a mis brazos que ya de padre os prevengo. DIEGO: Bravos lodos hace, tío. TELLO: Pues ¿qué embarazo os han hecho viniendo los dos en coche? DIEGO: Antes lo digo por eso, que hemos perdido ocasión de venir gozando de ellos. TELLO: ¿Pues echáis menos los lodos? MOSQUITO: Es adamado don Diego, y le ha olido bien el barro. TELLO: Hablad a Inés. DIEGO: Eso intento. Lo primero que habla un novio, dicen todos los discretos que es necedad; pues aposta he de hablar yo poco y bueno. Señora, ya os habrán dicho que sois mía y yo soy vuestro, mas os puedo asegurar que en mí os da mi tío un dueño que hay muchas que le tomaran con dos cantos a los pechos. Con decir una verdad se excusa uno de ser necio. INÉS: (¡Muerta estoy!) Aparte En mí, señor, la voluntad que yo tengo es de mi padre y no mía, y vuestra, por su precepto. (¿Qué hombre ¡cielos! es aquéste Aparte tan torpe, exquisito y necio?) DIEGO: (¡Alto! Clavóse hasta el alma. Aparte Ya por mí perderá el seso.) MOSQUITO: (Si ella se casa contigo, Aparte que le perderá es bien cierto.) TELLO: Hablad, don Mendo, a Leonor. MENDO: En su hermosura suspenso, del primer yerro en mi labio tendrá disculpa el proverbio; y ya turbado, señora, a las luces del sol vuestro con tanta razón, sería acertar el mayor yerro. LEONOR: Nada puede errar quien lleva por norte tan buen lucero como la desconfïanza. (Discreto y galán es Mendo; Aparte yo he sido la más dichosa.) DIEGO: Mi primo, con lo modesto, vence el no ser muy galán. LEONOR: Vos lo sois con tanto extremo que haréis menos a cualquiera. (¡Hay más loco majadero!) Aparte DIEGO: (También cayó la Leonor. Aparte Buena mi primo la ha hecho en ir a vistas conmigo.) TELLO: Tomad, sobrinos, asiento. DIEGO: Yo por mí, ya estoy sentado. TELLO: Muy llano venís, don Diego. (Muy tosco está mi sobrino; Aparte mas la corte le hará atento.) DIEGO: (¡Hola! Por Dios, que también Aparte se me ha enamorado el viejo.) MOSQUITO: (Dicha tienes en que aquí Aparte no esté también el cochero.) JUAN: (¡Cielos! Mienten los que dicen Aparte que puede ser de consuelo el competidor indigno; que antes es de más tormento, pues el uso de las dichas se aseguran en el necio.) TELLO: Los dos al señor don Juan conoced, que es a quien debo tan íntima obligación que le viene el nombre estrecho de amistad a nuestro amor. JUAN: Y en mí tendréis un deseo de serviros que dará indicios de aqueste empeño. MENDO: Ya, señor don Juan, le logro en las noticias que tengo. DIEGO: Y yo desde hoy con más veras he de ser amigo vuestro, que tiráis algo a galán y para mí es bravo cebo. JUAN: Delante de vos no puede ningún galán parecerlo, que tiráis tanto, que dais en el blanco de ese acierto. DIEGO: No, antes doy poco en el blanco, porque es color que aborrezco, y el usarse aquestas mangas de garapiña me han hecho sacar blanco algunas veces pero ya es todo mi anhelo una color de pepino que ha traído un extranjero. JUAN: ¿De pepino? Pues ¿no es verde? DIEGO: Es gran color. MOSQUITO: Será bueno para aforrar ensaladas. DIEGO: Sólo unos guantes me he puesto de este color, pero estaba que era prodigio con ellos. INÉS: (Leonor, este hombre no tiene Aparte uso del entendimiento.) LEONOR: (Ni aun del sentido tampoco.) Aparte DIEGO: (Ya hablan las dos en secreto. Aparte ¡Luego dije yo que había de parar el caso en celos!) ¿Qué se murmura, señoras? LEONOR: Alabaros de discreto. DIEGO: ¿Y no de galán? LEONOR: También. DIEGO: Pues eso es cuento de cuentos, porque en Burgos unas damas trataron de hacer lo mesmo y en sólo los pies tardaron un día. MOSQUITO: Según son ellos, bien de priesa los pasaron. MENDO: (¡Corrido estoy, vive el cielo, Aparte de venir con este tonto!) TELLO: (Mi sobrino está algo necio, Aparte mas yo le reprenderé para que enmiende este yerro.) Venid a ver vuestro cuarto. DIEGO: Sí, señor, vamos a eso, porque el mío ha menester mucha luz para el espejo. MENDO: Señora, no se despide quien deja el alma asistiendo al culto de vuestros ojos desde que vive de verlos. DIEGO: Yo, prima, no sé de cultos, porque a Góngora no entiendo ni le he entendido en mi vida, pero después nos veremos.
Vanse don MENDO, don DIEGO y don TELLO
INÉS: ¿Qué dices de esto, Leonor? LEONOR: No sé, hermana, ni me atrevo a hablar; y viendo tu pena, por no afligirte, te dejo.
Vase doña LEONOR
MOSQUITO: ¿Y si yo me atrevo a hablar y a decirte que aunque luego te case con él tu padre, yo a descasarse me atrevo? Porque este novio es un macho y hace mulo el casamiento. JUAN: Inés, señora, ¿qué dices? ¿Quédale ya a mi tormento esperanza que le alivie? Ya todo el peligro es cierto, ya dio palabra tu padre, ya está acetado el empeño, ya yo te perdí, señora, y ya... Pero ¿cómo puedo referir mayor desdicha que haber dicho que te pierdo? INÉS: Don Juan, según yo he quedado, ni aun para hablar tengo aliento; ni yo sé si me has perdido, ni de mi padre el empeño, ni si ya ha dado palabra, ni aun razón tampoco tengo para saber de mi pena; mira qué haré del remedio. Si hay alguno en el discurso, es no tenerle don Diego, ser sujeto tan indigno, y mi padre no tan ciego que no lo haya conocido. A él con mis quejas apelo, y a decirle que el casarme con hombre tan torpe y necio es condenarme a morir o a vivir en un tormento. MOSQUITO: Y que es pecado nefando casarte con un jumento. JUAN: Y si a tu padre le obliga de su palabra el empeño y desprecia tu razón por su atención que es primero, ¿qué haré, perdiéndote, yo? MOSQUITO: Lo que yo hago cuando pierdo. JUAN: ¿Qué haces tú? MOSQUITO: Romper los naipes o llevármelos enteros. INÉS: Don Juan, mi padre no es en mi amor tan poco atento que viendo tan justa causa como de quejarme tengo, a toda una vida mía anteponga otro respeto. Esta apelación me falta; si es tan uno nuestro riesgo, admítela, que parece que no es tuyo mi deseo. JUAN: ¿Cómo he de admitirla, Inés, viendo a tu padre resuelto a cumplir con su palabra, y es de su honor este empeño? INÉS: Y el mío, ¿no es de mi vida? JUAN: Sí, pero con él es menos. INÉS: ¿No puede ser que se mueva a mi llanto? JUAN: No lo espero. INÉS: Pues, don Juan, si tu temor da mi peligro por cierto, resolvernos a morir, que aquí no hay otro remedio. JUAN: Pues ¿para cuándo es, Inés, un atrevido despecho, que tiene tantas disculpas? INÉS: Don Juan, no hables en eso; que aunque es tan grande mi amor, es mi obligación primero. JUAN: ¿Y ése puede ser amor? INÉS: Amor es, pero sujeto a la ley de mi decoro. JUAN: ¿Que, en fin, niegas un aliento al temor de mi esperanza? INÉS: ¿Ya no te doy el que puedo? JUAN: ¿Qué puede importar, si es poco? INÉS: Pudiendo bastar lo menos ¿por qué he de empeñar lo más? JUAN: ¿Y si lo requiere el riesgo? INÉS: Vete, don Juan; que los daños empeñan a los remedios. JUAN: Esa esperanza me alivia. INÉS: Pues deja ver el suceso. JUAN: Quiera Amor que sea feliz. INÉS: Más de mi parte está el ruego. JUAN: ¡Qué temor! INÉS: Adiós, don Juan. JUAN: Guárdete, señora, el cielo. MOSQUITO: Miren si es verdad que ya pierde el juicio por don Diego.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

El lindo don Diego, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002