ACTO TERCERO


Salen BELISARIO, LEONCIO, FILIPO y FLORO
LEONCIO: Bien venga el restaurador del imperio. BELISARIO: Bueno está. FILIPO: Si lo sabe dejará la caza el Emperador. BELISARIO: Su majestad se entretenga al latir de los sabuesos, que de Italia los sucesos podrá saber cuando venga. LEONCIO: ¿No hubiera sido prudencia, sin atender a la ley de vasallo, hacerte rey? FILIPO: Según aquella sentencia, que Eurípedes repetía, Belisario, mal hiciste; Rey de Italia ser pudiste. Por reinar no hay tiranía. LEONCIO: Monarca de este hemisferio fue César siendo atrevido. FILIPO Tirano en efecto ha sido el principio del imperio. LEONCIO: Mudable es la condición. No es monte la voluntad. BELISARIO: (O éstos prueban mi lealtad Aparte o mis amigos no son. Así les responderé ya que su intención ignoro). Tú, ¿qué dices a esto, Floro? FLORO: La fábula contaré de la zorra que cazaba para el lobo noche y día, y solamente comía lo que al lobo le sobraba. Esta sujección dio pena a cierto zorrazo viejo, y dábale por consejo: "No comas por mano ajena." Respondióle: "¿Yo traidora con el lobo mi señor?" Cogiólo de mal humor un día la tal señora; diez gallinas le llevó y él le replicó: "Esta vez, ¿cómo me traes solas diez si he menester once yo? Y pues, no hay quien me socorra en esta hambre canina, a falta de una gallina no será mala una zorra." Bien aplicado lo ves. No hablo a persona sorda. El que cochino engorda comerlos quiere después. BELISARIO: ¡Vive Dios, loco atrevido, que esta lengua he de cortar!
Vase tras él con la daga
FLORO: Tres lenguas puedes sacar si el consejo te ha ofendido. ¿Contra una lengua porfías si son tres las que pecaron? BELISARIO: Estos señores hablaron por ver lo que tú decías. Los reyes por privilegio dioses de la tierra son, y hacer con ellos traición es cometer sacrilegio. Bien sé que contra las leyes han hecho las tiranías imperios y monarquías; traiciones han hecho reyes. Si es fácil la voluntad del hombre, aunque rey se llama, no se ha de perder mi fama de parte de mi lealtad; que obedeciendo a mi dueño, más altos honores hallo en ser yo el mayor vasallo que no ser un rey pequeño.
Pónense a hablar los tres y sale TEODORA
TEODORA: (Locos pensamientos míos, Aparte no os engañen esperanzas, porque son vuestra mudanzas amorosos desvaríos. Quise un tiempo a Belisario y desprecios padecí; sus partes aborrecí y era el amor su contrario. Ya del olvido al amor anda el alma sin sosiego, porque ha recibido el fuego que encubrió mi altivo honor. Si le dan dicha los cielos, si el Emperador le estima, si le quiere bien mi prima, ¿qué mucho que envidia y celos produzcan amor en mí? ¡Qué batalla con mi honor! ¡Ay de mí, si vence amor! FLORO: La Emperatriz está aquí. BELISARIO: Déme vuestra majestad su mano. TEODORA: Salid afuera. FILIPO: (Yo pienso que persevera Aparte en su tirana crueldad).
Vanse y quedan TEODORA y BELISARIO
TEODORA: Vos seáis muy bien venido. BELISARIO: Feliz vino quien escucha tal favor. TEODORA: (El alma lucha Aparte con el amor y el olvido. ¡Ayer tanto aborrecer y hoy amor tan singular! Bien dicen que es como el mar el alma de una mujer). BELISARIO: Ya habréis sabido el trofeo de Italia. TEODORA: De más rigor sé que venís vencedor. BELISARIO: (Más apacible la veo. Aparte ­Oh, si se fuese mudando su terrible condición!) TEODORA: (El Amor y la Ocasión Aparte me van aquí despeñando. Hüid, fáciles antojos, dejadme en eterna calma, que se va asomando el alma a los labios y a los ojos). BELISARIO: Ir pretendo, en seguimiento de su majestad, al monte. TEODORA: No os vais. (Corazón, disponte Aparte si no tienes sufrimiento. Mi primera inclinación fue a Belisario. Si agora quien le aborreció le adora, no es mucho. Cenizas son de mis antiguas pasiones, y ya será agradecido pues mi rigor ha temido). BELISARIO: ¿Qué mandas? ¿Qué detenciones en el hablarme son éstas? TEODORA: (Ya atropellado el honor Aparte salga de golpe el amor sin demandas ni respuestas). Belisario, ¿has olvidado aquel tiempo en que yo amaba? BELISARIO: Vuestro pecho adivinaba que le estaba destinado el imperio, y para honrallo con liberal bizarría vuestra majestad me hacía favores como a vasallo. TEODORA: Y tú, entonces, para ser de Antonia, me dabas celos. BELISARIO: (¿Qué lenguaje es éste, cielos? Aparte Mucho temo esta mujer). Conociendo tu grandeza, nunca yo me prometí que hiciese caso de mí tu virtud y tu belleza, porque estaban dedicadas al que es mi dueño y señor. TEODORA: Almas que alienta el amor no han de ser desconfïadas. Yo por desprecio tenía lo que fue desconfïanza, y así tomaba venganza; mas ya Amor... BELISARIO: (Fortuna mía, Aparte tente; que en aquellos labios cuyo silencio deseo, como en un espejo veo mi desdicha y mis agravios. El que no temió escuadrones del africano poder, temiendo está una mujer, temblando está a sus razones. Mujer, mi sepulcro labras. Tres veces darme quisiste la muerte, y hoy me la diste con esas pocas palabras. Mi lealtad es infinita, ¡oh, mi rey y emperador!, mal te quitará el honor quien la haciendo no te quita). TEODORA: (Ya me ha entendido, y mi estrella Aparte que le dé un favor me manda. Cuando levante esta banda pienso dejarle con ella).
Deja caer una banda
BELISARIO: Dame licencia, que debe saber cómo ya llegué el César. TEODORA: (O no la ve Aparte o a tomarla no se atreve). Luego iréis. BELISARIO: (¿Con qué intención Aparte la banda dejó caer? ¡Que pasase una mujer del rigor a la afición tan fácilmente!) TEODORA: (Este guante Aparte hará que la banda vea).
Deja caer un guante
BELISARIO: (Que la levante desea. Aparte Amor muestra en el semblante. Haréme desentendido). TEODORA: (O mi favor le ha turbado, Aparte o el no mirar es cuidado). Un guante se me ha caído. ¿Cómo a alzarlo no te inclinas? BELISARIO: Ya, mi señora, le vi; pero no me toca a mí levantar prendas divinas. Si yo las toco, profano su valor y su deidad; que no será autoridad recibirlas de mi mano. Llamaré quien las levante, porque en mí es acción grosera. ¿No hay una dama allá fuera que dé una banda y un guante a su majestad? TEODORA: (Crüel, Aparte ¨mi favor no has de estimar?) BELISARIO: Antonia viene. (Al pasar Aparte le he de dar este papel).
Sale ANTONIA
Un guante se le cayó a su majestad; y así, como no me toca a mí levantarlo, te llamó. Llega a dárselo. ANTONIA: Sí, haré, pues tan dichosa he venido.
Dale un papel y échaselo ella en la manga
BELISARIO: (Favorecerme ha querido. Aparte Lindamente me escapé).
Vase BELISARIO
ANTONIA: (¿Banda y guante por el suelo? Aparte Mi temor ha sospechado que cayeron con cuidado. Muchas máquinas recelo).
Levanta la banda y el guante y dáselos
TEODORA: ¿Tú, por fuerza, habías de ser la que viniste en oyendo a Belisario? ANTONIA: ¿Te ofendo en servir y obedecer? TEODORA: ¿Qué papel es ése? ANTONIA: ¿Cuál? TEODORA: El que en la manga has echado. ANTONIA: ¿Pues, eso te da cuidado? TEODORA: Hame parecido mal. ¡No has de verle ni saber lo que contiene! ANTONIA: Señora... TEODORA: No hay que replicarme agora, soy curiosa, soy mujer.
Sácale el papel de la manga y échalo en la suya
ANTONIA: Pienso que no son desvelos sólo de mujer curiosa. TEODORA: Si no, ¿de quién? ANTONIA: De envidiosa. (Abrasada voy en celos). Aparte
Vase ANTONIA
TEODORA: ¿Que me haya yo declarado sin remedio ni esperanza? Banda, tomemos venganza, que en el suelo os han dejado. Guante, vuestro honor se halla despreciado como mío; sed guante de desafío. Entremos hoy en batalla. Amor, no fuistes amor; sin duda fuistes deseo, pues que así trocado os veo segunda vez en rigor. Declaré mi voluntad. Desprecióme; es mi enemigo. No es bien que viva testigo que vio mi facilidad. Rabiando quedo de enojos. Venguen los muchos agravios, mis querellas en los labios, mis lágrimas en los ojos.
Sale el EMPERADOR
EMPERADOR: Mi Teodora, ¿dónde está Belisario? A verle vengo. Del alborozo que tengo quietud ni gusto me da. A Italia ha restitüido, sujetando nación fiera. TEODORA: No le busques. Más valiera que allá quedara vencido. EMPERADOR: ¿Aún la cólera te dura? ¿Qué te ha obligado a llorar? ¿O pretendes aumentar con lágrimas tu hermosura? TEODORA: Bellezas desdichas son. No sé cómo responderte. Abrame el pecho la muerte; verás en él mi pasión. Tanto aborrecer a un hombre, tanto quererle matar, tanto gemir y llorar en escuchando su nombre, ¿no te han dicho....? EMPERADOR: Espera; calla. Mira qué dices, primero; advierte que bien le quiero y se han de dar la batalla la queja de mi mujer y el crédito de mi amigo, y luchando ambos conmigo no sé cuál ha de vencer; que están en una balanza el amor y la amistad. Tú tienes mi voluntad y él tiene mi confïanza. Mi mujer y amigo aquí balanzas son, ¡vive Dios!, y no sé cuál de los dos ha de poder más en mí. TEODORA: Por eso quiero morir. Por eso quiero ausentarme. Si el callar ha de matarme, si ha de matarme el decir. Mis no creídos agravios, si todo ha de ser rigor, dilatemos el dolor del corazón a los labios. ¿Quieres ver si pesa más mi amor que su confïanza? Pon tu honor en la balanza del amor, y lo verás; que, rica de tu favor con soberbia y vanidad, hallarás que la amistad intenta tu deshonor y, pues mi agravio es un rayo que se ha engendrado en mi seno, sírvame, al nacer, de trueno o mi muerte o mi desmayo.
Siéntase desmayada TEODORA
EMPERADOR: ¿Qué dices, mujer? ¿Qué dices? Desmay¢se y con pasi¢n ha robado el corazón a su cara los matices de púrpura y de clavel. Con su pálida hermosura me ha dicho mi desventura. Sin duda en este papel me escribe la triste suma de rigores alevosos, porque a labios vergonzosos sirve de lengua la pluma. De Belisario es la letra. Nuevo linaje de enojos me está turbando los ojos y el corazón me penetra.
Lee
"Cuando pensé que querías matarme, sin ofenderte, estimaba aquella muerte más que las victorias mías. Porque morir a tus manos fuera vivir mereciendo, como agora estoy muriendo a tus ojos soberanos." ¿Qué duda el alma, que ignora abismos de confusiones? Bien se ve que estas razones sólo son para Teodora. Del pecho el alma revienta. Déme Dios dolor tan fuerte que no le alcance la muerte para que viva y lo sienta. Tu honestidad, tu decoro te han causado tal tormento que envidio tu sentimiento y tus desmayos adoro. ¿Qué tengo ya que esperar, pues desmayada y hermosa ha quedado, como rosa que acabaron de cortar? ¡Hola!
Salen MARCIA, CAMILA y ANTONIA
ANTONIA: ¿Señor? EMPERADOR: A Teodora dio un accidente violento. Retiradla a su aposento.
Llévanla
Agora, dolor, agora es el tiempo de acabar el vivir y el padecer. Inmortal debo de ser pues no me acaba el pesar. Cuando matarle quería ella calló estos agravios, que el honor aun a sus labios su misma ofensa no fía.
Sale BELISARIO
BELISARIO: Dame la mano, señor. EMPERADOR: (Aquí es menester paciencia; Aparte aquí es menester prudencia; aquí es menester valor. ¡Oh, duro trance, aquí, aquí era el morir! ¿Para cuándo está la muerte guardando sus rigores para mí?) BELISARIO: A Italia hoy he restaurado y esta victoria, señor, es la victoria mayor que mi fortuna os ha dado. Debe de ser la postrera. EMPERADOR: (¡Que este hombre me esté agraviando Aparte y que estándole mirando tenga él vida y yo no muera! ¿Es posible que mi hechura se haya atrevido a mi honor? ¡No es nuevo que a su criador haga ofensas la criatura!) BELISARIO: Señor, ¿qué mudanza es ésta? ¿Vos negándome la mano? EMPERADOR: Su pensamiento villano este papel manifiesta. ¿Por qué dudas me permito? Ea; muramos los tres: Teodora por si no es verdadero este delito y lo ha sabido fingir; por si es cierto, morid vos; y yo porque sin los dos será imposible vivir). BELISARIO: Mi señor, mi rey, mi dueño, ¿vos sin hablarme y sin verme? EMPERADOR: (Que éste se atrevió a ofenderme, Aparte ¿es verdad, cielos? ¿Es sueño? Mas no, que ya está culpado; no, que ya estoy ofendido, sólo en haberlo creído, sólo en haberlo pensado. Voyme; que el que al ofensor mira con rostro clemente parece que ya consiente en su mismo deshonor). BELISARIO: Tal disfavor, tal mudanza me han de tener admirado. EMPERADOR: Muy mala cuenta habéis dado de mi amistad y privanza. BELISARIO: Señor, a vuestros enojos ni di ocasión ni lugar. EMPERADOR: Los ojos han de pagar lo que pecaron los ojos.
Vase el EMPERADOR
BELISARIO: ¿Cuándo en verle he dado enojos? ¿Qué podrá significar "los ojos han de pagar lo que pecaron los ojos?" Fortuna, ¿ya te has cansado? Fuerza fue, si nunca paras, que agora me derribaras cuando me ves levantado. No me llamo desdichado por lo que empiezo a sentir; que si el correr y el hüir son calidad de tu ser, no es la desdicha el caer, Fortuna, sino el subir. Casi llego a desear la adversidad que estoy viendo, porque pienso ser cayendo el varón más singular; porque el subir y el medrar son escalas de la vida, y honra en mí tan merecida, pues en la virtud se alcanza, no admirará mi privanza y admirará mi caída.
Sale FILIPO
FILIPO: Como amigo desleal, fuerza he de ser el decillo, me envía por el anillo que es de su sello imperial su majestad. BELISARIO: Si es mortal cualquiera por más que prive, ¿qué merced eterna vive? Todas mueren, claro está, porque es hombre quien las da y es hombre quien las recibe. Todo favor es violento cuando no viene de Dios. Tomadlo, y dichoso vos, si yo os sirve de escarmiento. FILIPO: Sabe Dios mi sentimiento pero no puedo mostrallo. BELISARIO: Novedad en eso no hallo; ya sé que es humana ley, que en el semblante del rey se ha de mirar el vasallo.
Vase FILIPO y sale NARSÉS
NARSÉS: Su majestad ha ordenado que os secrete vuestra hacienda. Nuestra amistad no se ofenda que en efecto soy mandado. BELISARIO: No me coge descuidado ese mal; ya lo temía; y así, cuando recibía las mercedes que me daba, en mí las depositaba para darlas este día.
Sale LEONCIO
LEONCIO: El César manda prenderte y de tus males me pesa. BELISARIO: ¡Con qué priesa, con qué priesa se muda la humana suerte! El rey es como la muerte: despacio favores hace. La vida al hombre que nace y la muerte, --¡ah desengaños!-- lo que hizo en muchos años con sólo un soplo deshace. Yo no le he ofendido en nada; el mismo sol es mi fe y solamente daré a su majestad mi espada más gloriosa y más honrada porque siempre le he servido.
Salen JULIO, FABRICIO y el EMPERADOR
EMPERADOR: Yo te prendo y yo la pido. BELISARIO: Pisen tus pies la cuchilla que fue octava maravilla. EMPERADOR: Haced lo que os he advertido.
Dale un papel a LEONCIO
BELISARIO: Monarca de dos imperios, rey del orbe, dueño mía, si para honrar las virtudes y castigar los delitos ha menester el que es rey usar de los dos oídos que le dio Naturaleza, que me deis uno os suplico. ¡Oh quién aquí enmudeciera, que referir beneficios no es de magnánimos pechos! Pero si Séneca dijo que se deben referir si el que los ha recibido o es ingrato o los olvida, justamente los repito. Cuando el Tigris os temió como a celestial prodigio y de sus cóncavos senos salió con mayores bríos, tropezó vuestro caballo y amenazaba el peligro fin en globos de cristal, muerte en montañas de vidrio. Mi amor os vio agonizando y me arrojé a los abismos de nieve donde estos brazos, remos humanos y vivos, hecho yo bajel con alma, del hundoso precipicio os libraron y el sepulcro os negaron cristalino porque el amor que os tenía las ondas ha dividido con bombas de fuego. ¿Cuándo teme nada el que bien quiso? Otra vez cuando los persas, que son legítimos hijos de Marte porque pelean vencedores y vencidos, rompieron los escuadrones del imperio y, sin aviso, vuestra juventud bizarra se empeñó en los enemigos, con valor se defendía, pero con vanos designios. Hidras eran, roto un cuello, resultaban infinitos. Ya el caballo sin aliento, manchado el acero limpio, despedazado el escudo, vos vencido de vos mismo, os vi yo porque mis ojos de vista no os han perdido. Bien como a la luz del cielo girasoles amarillos, acometí, pareciendo rayo que en ardientes giros bajó violento abrasando chapiteles y edificios. Amor fue, no el corazón, el que aquella facción hizo. La dicha fue, no el valor el que os sacó de peligro; que como felices hados os tenían prometido un imperio, no pudieron ser allí contra sí mismos. De vuestro muerto caballo pasasteis, señor, al mío, y yo delante de vos os iba abriendo camino. Desde la muerte a la vida os hice allí un pasadizo, que dar vida a un casi muerto amagos de Dios han sido. Vos el imperio heredasteis, yo lo dilaté hasta el Nilo, competidor de los mares y monarca de los ríos, aquel que entra en su sepulcro con estruendo y con rüido y la cuna calla tanto que aun no saben su principio. Cuanto Alejandro ignoró sujeté a vuestro albedrío, hasta el origen del Ganges que ve al sol recién nacido. Más reinos os tengo dados que heredasteis. Abisinios, etíopes, medos, persas, vándalos, lombardos, indios, por mí besan vuestro pie. Cuando Anastasio y Lisinio contra vos se conjuraron, ¿no os di vida? ¿Qué designios tenéis hoy en deshacer, con el borrón del olvido, hechura que os sirvió tanto, vasallo que tanto os quiso? Pasando la primavera de la edad, llegó el estío de la juventud lozana, y a los ejércitos fuimos donde el águila de Roma, como el pavón más lucido, llena de ojos y de cuellos mira al sol de hito en hito. ¿Por qué allí me habéis honrado con magistrados y oficios, si era el subirme tan alto para mayor precipicio? Más bien me hubiérades hecho, más piedad hubiera sido dejarme en mi humilde estado donde viviera bien quisto, ni envidiado ni envidioso, que una humilde caña, un lirio vive sin temer el rayo, no cual relevado pino que está expuesto a su rigor sobre alcázares de riscos. Crüel sois haciendo bien, avaro en beneficio, tirano dando la vida, engañoso en vuestro estilo. ¿Qué más hiciera algún áspid entre acantos y narcisos, una sirena cantando y llorando un cocodrilo? Si pensáis que os ofendí, ¿en qué tiempos, en qué siglos no hubo traidores y engaños? Porque son un laberinto los humanos corazones, y en los palacios más ricos anda la envidia embozada con máscara y artificio. Entre las cosas más claras ojos engañados vimos; los remos parecen corvos en las ondas y zafiros del mar, y paloma negra suele volar y, a los visos del sol, parecen sus alas oro y púrpura de Tiro. Pues si en el agua y el sol vemos engaños, rey mío, ¡en las lenguas de los hombres cuantas veces se habrán visto! ¡Vive Dios, que pude ser en los reinos adquiridos más poderoso que vos! Pero no quise; que os sirvo con lealtad y por reinar no la guarda al padre el hijo, yo sí que he sido vasallo el más fiel, el más digno de eterna fama. Señor, a vuestras plantas me inclino. Mirad que estoy inocente, suspended vuestro castigo. Si es el rey un casi Dios, advertid que Él no deshizo al hombre, que antes al mundo para repararlo vino. ¡No deshagáis vuestra imagen!
Vuelve el EMPERADOR las espadas y paséase
¿Así os vais, airado, esquivo, que no me habéís consolado, que no me habéis respondido? Pues, daré a los cielos voces; con mil quejas y suspiros romperé esferas del aire. ¡Sed testigos, sed testigos cielos, hombres, fieras, plantas, de mi inocencia, y a gritos publicad la ingratitud de los monarcas del siglo! Bien sé de mi fortuna son éstos los parasismos, y que quieren ya expirar su máquina y edificio. ¡Oíd, mortales, oíd! ¡El César y yo fuimos de la Fortuna dos ejemplos vivos, y ya será mi vida el ejemplo mayor de la desdicha!
Vanse los soldados y llévanle preso a BELISARIO
FLORO: Tragóse el lobo a la zorra. Mi villa, señor, aplico para servirte con ella. Finezas haré contigo. EMPERADOR: Preven tú la montería en ese bosque vecino al punto, porque Teodora divierta allí los sentidos y yo venza mi tristeza.
Vase NARSÉS
Di, Julio, ¿cómo te ha ido en las fronteras de Persia? JULIO: Bien, gran señor. A Fabricio, que es un valiente soldado, te encomendé, y no ha tenido premio alguno; dos banderas ganó en Asia. EMPERADOR: No me olvido. Una villa he dado a Floro por esa hazaña. FLORO: Servicio muy enano. FABRICIO: Yo fui sólo quien tales facciones hizo, y Floro me hurtó un papel. FLORO: Yo no ofendo a Jesucristo en el séptimo precepto. FABRICIO: Ni le ofendes en el quinto. EMPERADOR: La merced hecha, ha de ser del que venciere. Permito que aquí saquéis las espadas. FLORO: De aquesta vez me desvillo. FABRICIO: ¡Ea!, que el César lo manda. FLORO: Dios no lo manda y yo rindo
Saca la espada
villa y espada, y seremos yo y el señor Fabricio de la Fortuna dos ejemplos vivos, y yo seré sin villa el ejemplo menor de la desdicha.
Vanse. Salen LEONCIO y FILIPO con un papel
LEONCIO: En efecto, Filipo, éste es el orden que ejecutar el César ha mandado, y así miras ligado a Belisario a un árbol, el que fue segundo César. ¡Tal es la condición de la Fortuna!
Lee FILIPO
FILIPO: "Sacaréis con cien soldados de guarda a Belisario, fuera de los muros, y allí le saquen los ojos, pues con ellos ofendió la cesárea majestad poniéndolos en lo sagrado de su honor; y ninguno le socorra, pena de mi desgracia, porque quiero que mendigue usó mal de las riquezas que tenía. Justiniano Emperador" LEONCIO: Acto terrible ha sido. Ya el verdugo le ha quitado los ojos y el vestido, y a dar adonde estamos ha venido.
Sale BELISARIO, corriendo sangre de los ojos, con una sotanilla vieja y sin valona, sin capa ni sombrero, cayendo y levantando
BELISARIO: Si tuviere culpa alguna para tanto padecer, no era maravilla ser escarnio de la Fortuna; mas que el valor y lealtad padezcan desdichas tales no han oído los mortales tan nunca usada crueldad. Dadme escudo de paciencia en este trance, mi Dios, pues que solamente Vos sabéis mi mucha inocencia. Con la virtud fui subiendo, pero cuando más subía la envidia me detenía; mas yo trepando y cayendo con la gran solicitud de ambas a dos, di en despojos a la envidia hacienda y ojos, y la fama a la virtud. FILIPO: Tengamos piedad alguna. BELISARIO: ¿Quién habló? FILIPO: Filipo. BELISARIO: Amigo, ya que a mísero mendigo me ha traído la Fortuna, algo me dad con que pueda dar, no siendo mi homicida, sustento a una poca vida que es la hacienda que me queda. LEONCIO: Nos darán por alevosos. BELISARIO: No me socorráis, señores, si en efecto son traidores ya los hombres virtüosos. FILIPO: Sólo este palo te doy porque te sirva de arrimo.
Vanse
BELISARIO: Es gran merced; yo la estimo. Siempre agradecido soy. ¿En qué han pecado los ojos que la luz vital les quitan? Haberme dado la muerte menor tormento sería. Mi Dios, mucho te ofendí, pues de esta suerte castigas mis pecados. Tú lo sabes, eterna sabiduría. Hombres, Belisario soy; el que reinos y provincias ganó al imperio, sin ojos por estos campos mendiga.
Sale NARSÉS
NARSÉS: Las telas se han de poner desde el bosque hasta la orilla de este camino. BELISARIO: Señores, dad limosna a quien podía ser rey del mundo, y se ve derribado de la envidia. Dad limosna a Belisario cuya famosa cuchilla Asia y Africa temieron. NARSÉS: Tu adversidad me lastima. BELISARIO: ¿Es quien habló Narsés? NARSÉS: Sí. BELISARIO: Pues de escarmiento te sirva ver del mayor edificio las asoladas rüinas. Lee en mis ojos los sucesos de los mortales, y mira las vueltas de la Fortuna en mis calientes cenizas. NARSÉS: Admiración das al mundo. BELISARIO Socórrese en la fatiga de mi adversidad. NARSÉS: No puedo, que el Emperador se indigna con quien pretende ampararte.
Vase NARSÉS
BELISARIO: Socórranme las divinas manos de Dios, que ellas solas son liberales y ricas. ¿Qué mucho que los amigos hoy me nieguen las reliquias y migajas de sus mesas si temen la tiranía de un emperador ingrato? Pero callemos; no digan que muriendo le ofendió quien no le ofendió en la vida.
Sale FLORO
FLORO: Mi señor. BELISARIO: ¿Quién habla? FLORO: Floro. También fui zorra. La villa me han quitado. BELISARIO: Si los ojos te dejan, ten alegría. Mendiguemos por el mundo, ya que mis pasos imitas dejando yo a las historias ejemplos de la desdicha. ¡Mortales, alerta, alerta! Esta es la mayor caída que dieron ni que darán los privados. A mi dicha no llegó ningún vasallo. Con el César competía mi fortuna.
Salen el EMPERADOR y los demás
EMPERADOR: Quite el campo mis graves melancolías. BELISARIO: Caminantes peregrinos, si hay lástima que os permita tener dolor, Belisario es ya la fábula y risa de la Fortuna. Limosna va pidiendo el que solía hacer bien a todos, y hoy no hallo persona viva que me favorezca. EMPERADOR: (¡Cielos! Aparte ¨Este espectáculo miran mis ojos? Piedad es ya la que hasta aquí fue justicia). BELISARIO: Dadme siquiera consuelo, porque la inocencia mía lo merece. No ofendí jamás al César. Malicia o envidia me han derribado porque mi nombre eterniza el cielo en mi adversidad. EMPERADOR: Mudo estoy, y solicita la lengua hablar y no puede. Temo que fue tiranía mi rigor. Tarde lo temo; no quisiera que me digan las historias "el crüel").
Por otra puerta salen ANTONIA, MARCIA y CAMILA
MARCIA: Ven, Antonia, ven Camila, ya que se queda Teodora entre aquellas fuentecillas. BELISARIO: Hacia aquí ha sonado gente. Señores, si el mal lastima cuando no se ha merecido, dad limosna a quien castiga la Fortuna por leal. ANTONIA: ¿Qué ilusión, qué sombras frías, qué sueño, qué devaneos perturban mis fantasías? Belisario, hablar no puedo; toda el alma me lastimas. Temblando en el pecho, ¡cielos!, salir ha querido aprisa el sentimiento del pecho, mas no pudo y se retira hasta que resuelto en llanto destile tantas fatigas. Belisario, Belisario, sólo entre lágrimas vivas puedo pronunciar tu nombre. BELISARIO: Antonia, esa voz me quita, después de tanta miseria, después de estas dos heridas, la vida que me quedaba, porque el alma para oírla se va asomando a la boca. Tú sabes que no ofendía a su majestad. Mi honor te encomiendo. Adiós.
Déjase caer junto al paño y queda cubierto
ANTONIA: ¿Qué arpía, qué tigre, qué fiera habrá que a tal dolor se resista? Emperador riguroso, tirano, crüel, homicida, que a deshacer tus hechuras te arrojas y determinas, tan a ciegas Belisario cortesmente me servía y Teodora me envidiaba; un papel, que me escribía Belisario, me quitó, y viéndose aborrecida de tu vasallo leal convirtió su amor en ira. EMPERADOR: Calla Antonia, calla Antonia, más palabras no repitas, que las creo y me atormentan. ¡Mal haya el rey que derriba sin acuerdo y sin firmeza al hombre de quien se fía! Murió el mayor capitán que las naciones antiguas ni venideras tendrán. Vengue en mis entrañas mismas el cielo su mal. Teodora repudiada y abatida ha de ser, y sola Antonia, porque él la amó, será mía. ANTONIA: Eso no; que vendré a menos. EMPERADOR: ¿Por qué? ANTONIA: Tuvo Roma invicta muchos Césares y sólo un Belisario. EMPERADOR: Altas piras y túmulos honorosos honras varias y exquisitas le haré en su muerte. ANTONIA: Ya es tarde. EMPERADOR: No me niegues. ANTONIA: Soy muy fina. EMPERADOR: Bien le quise yo. ANTONIA: No hiciste. EMPERADOR: Su virtud amé. ANTONIA: Es mentira. EMPERADOR: Engañéme. ANTONIA: No eres cuerdo. EMPERADOR: Tuyo seré. ANTONIA: Mal porfías. EMPERADOR: Amaré. ANTONIA: A Teodora puedes. EMPERADOR: Fue desleal. ANTONIA: No la olvidas. EMPERADOR: Ya la repudio. ANTONIA: La adoras. EMPERADOR: Mataréla. ANTONIA: No me obligas. EMPERADOR: Sola Antonia... ANTONIA: No me nombres. EMPERADOR: ¿Qué temes? ANTONIA: Que solicitas... EMPERADOR: ¿Qué? ANTONIA: Mi muerte. EMPERADOR: No la temas. ANTONIA: Miro ejemplos. EMPERADOR: Y fe miras. ANTONIA: Fui de Belisario. EMPERADOR: Y yo. ANTONIA: Si más fuiste... EMPERADOR: ¿Qué? ANTONIA: Homicida. EMPERADOR: Te estimaré. ANTONIA: Soy constante. EMPERADOR: ¿No me querrás? ANTONIA: ¡No en mis días! EMPERADOR: ¿No has de amar? ANTONIA: ¡No! EMPERADOR: Pues acabe en tu firmeza y su vida el ejemplo mayor de la desdicha.
Vanse

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 28 Jun 2002