EL PRÍNCIPE CONSTANTE

Pedro Calderón de la Barca

Texto basado en la edición príncipe de EL PRÍNCIPE CONSTANTE en la PRIMERA PARTE DE COMEDIAS DE DON PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA (Madrid: María de Quiñones, 1636). La edición presente fue preparada por Vern Williamsen para ser presentada aquí en 1996.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen los cautivos cantando lo que quisieren, y ZARA
ZARA: Cantad aquí, que ha gustado, mientras toma de vestir Fénix hermosa, de oír las canciones que ha escuchado tal vez en los baños, llenas de dolor y sentimiento. CAUTIVO 1: Música, cuyo instrumento son los hierros y cadenas que nos aprisionan, ¿puede haberla alegrado? ZARA: Sí, ella escucha. Desde aquí cantad. CAUTIVO 2: Esa pena excede Zara hermosa, a cuantas son, pues sólo un rudo animal sin discurso racional, canta alegre en la prisión. ZARA: ¡No cantáis vosotros? CAUTIVO 3: Es para divertir las penas propias, mas no las ajenas. ZARA: Ella escucha, cantad, pues.
Cantan
CAUTIVOS: "Al peso de los años lo eminente se rinde que a lo fácil del tiempo no hay conquista difícil."
Sale ROSA
ROSA: Despejad, cautivos, dad a vuestra canciones fin, porque sale a este jardín Fénix a dar vanidad al campo con su hermosura, segunda aurora del prado.
Vanse los cautivos y salen las moras vistiendo a FÉNIX
ESTRELLA: Hermosa te has levantado. ZARA: No blasone el alba pura que la debe este jardín la luz, ni fragancia hermosa ni la púrpura la rosa, ni la blancura el jazmín. FÉNIX: El espejo. ZARA: Es excusado querer consultar con él los borrones que el pincel sobre la tez no ha dejado.
Danle un espejo
FÉNIX: ¿De qué sirve la hermosura --cuando lo fuese la mía-- si me falta la alegría, si me falta la ventura? CELIMA: ¿Qué sientes? FÉNIX: Si yo supiera, ay Celima, lo que siento, de mi mismo sentimiento lisonja al dolor hiciera; pero de la pena mía no sé la naturaleza, que entonces fuera tristeza, lo que hoy es melancolía. Sólo sé que sé sentir lo que sé sentir no sé; que ilusión del alma fue. ZARA: Pues no pueden divertir tu tristeza estos jardines, que a la primavera hermosa labran estatuas de rosa sobre templos de jazmines, hazte al mar, un barco sea dorado carro del sol. ROSA: Y cuando tanto arrebol errar por sus ondas vea, con grande melancolía el jardín al mar dirá-- Ya el sola en su centro está muy breve ha sido este día. FÉNIX: Pues no me puede alegrar formando sombras y lejos la emulación que en reflejos tienen la tierra y el mar; cuando con grandezas sumas compiten entre esplendores la espumas a las flores, la flores a las espumas. Porque el jardín, envidioso de ver las ondas del mar, su curso quiere imitar; y así, el céfiro amoroso matices rinde y olores que, soplando, en ellas bebe; y hacen las hojas que mueve un océano de flores; cuando el mar, triste de ver la natural compostura del jardín, también procura adornar, y componer su playa, la pompa pierde y, a segunda ley sujeto, compite[n] con dulce efeto campo azul y golfo verde; siendo, ya con rizas plumas, ya con mezclados colores, el jardín un mar de flores y el mar un jardín de espumas. Sin duda mi pena es mucha, no la pueden lisonjear campo, cielo, tierra y mar. ZARA: Gran pena contigo lucha.
Sale el REY con un retrato
REY: Si acaso permite el mal, cuartana de tu belleza, dar treguas a tu tristeza, este bello original --que no es retrato el que tiene alma y vida--es del infante de Marruecos, Tarudante, que a rendir a tus pies viene la corona. Embajador es de su parte, y no dudo que embajador que habla mudo, trae embajadas de amor. Favor en su amparo tengo. Diez mil jinetes alista que envïar a la conquista de Ceuta, que ya prevengo. Dé la vergüenza esta vez licencia. Permite amar a quien se ha de coronar rey de tu hermosura en Fez. FÉNIX: (¡Válgame Alá!) Aparte REY: ¿Qué rigor te suspende de esa suerte? FÉNIX: La sentencia de mi muerte. REY: ¿Qué es lo que dices? FÉNIX: Señor, si sabes que siempre has sido mi dueño, mi padre y rey, ¿qué he de decir? (¡Ay, Muley, Aparte grande ocasión has perdido!) El silencio--¡ay infelice!-- hace mi humildad inmensa. (Miente el alma, si lo piensa. Aparte Miente la voz, si lo dice.) REY: Toma el retrato. FÉNIX: (Forzada Aparte la mano le tomará; pero el alma no podrá.
Disparan una pieza
ZARA: Esta salva es a la entrada de Muley, que hoy ha surgido del mar de Fez. REY: Justa es.
Sale MULEY con bastón de general
MULEY: Dame, gran señor, los pies. REY: Muley, seas bien venido. MULEY: Quien penetra el arrebol de tan soberana esfera, y a quien en el puerto espera tal aurora, hija del sol, fuerza es que venga con bien, dame, señora, la mano, que este favor soberano puede mereceros quien con amor, lealtad y fe nuevos triunfos te previene, y fue a serviros, y viene tan amante como fue. FÉNIX: (¡Válgame el cielo! ¿Qué veo?) Aparte Tú, Muley (¡Estoy mortal!) Aparte vengas con bien. MULEY: (No con mal Aparte será, si a mis ojos creo.) REY: En fin, Muley, ¿qué hay del mar? MULEY: Hoy tu sufrimiento pruebas, de pesar te traigo nuevas porque ya todo es pesar. REY: Pues cuanto supieres di, que en un ánimo constante siempre se halla igual semblante para el bien y el mal...Aquí te sienta, Fénix. FÉNIX: Sí, haré. REY: Todas os sentad... Prosigue y nada a callar te obligue.
Siéntanse el REY y las damas
MULEY: Ni hablar, ni callar, podré. Salí, como me mandaste, con dos galeazas solas, gran señor, a recorrer de Berbería las costas. Fue tu intento que llegase a aquella ciudad famosa, llamada en un tiempo Elisa, aquella que está a la boca del Freto Eurelio fundada, y de Ceido nombre toma --que Ceido, Ceuta, en hebreo vuelto al árabe idïoma, quiere decir, hermosura, y ella es ciudad siempre hermosa-- aquélla, pues, que los cielos quitaron a tu corona quizá por justos enojos del gran profeta Mahoma; y en oprobio de las armas nuestras, miramos agora, que pendones portugueses en sus torres se enarbolan teniendo siempre a los ojos un padrastro que baldona nuestros aplausos, un freno que nuestro orgullo reporta, un Cáucaso que detiene al Nilo de tus victorias la corriente, y, puesta en medio, el paso a España le estorba. Iba con órdenes, pues, de mirar, e inquirir todas tus fuerzas, para decirte la disposición y forma que hoy tiene, y cómo podrás a menos peligro y costa emprender la guerra. El cielo te conceda la victoria, con esta restitución; aunque la dilate agora mayor desdicha, pues creo que está su empresa dudosa, y con más necesidad te está apellidando otra; pues las armas prevenidas para la gran Ceuta, importa que sobre Tánger acudan, porque amenazada llora de igual pena, igual desdicha, igual ruina, igual congoja. Yo lo sé porque en el mar una mañana, a la hora que, medio dormido el sol, atropellando las sombras del ocaso, desmaraña sobre jazmines y rosas rubios cabellos, que enjuga con paños de oro a la aurora lágrimas de fuego y nieve que el sol convirtió en aljófar, que a largo trecho del agua venía una gruesa tropa de naves; si bien entonces no pudo la vista absorta determinarse a decir se eran naos, o si eran rocas, porque como en los matices sutiles pinceles logran unos visos, unos lejos, que en perspectiva dudosa parecen montes tal vez y tal ciudades famosas, porque la distancia siempre monstruos imposibles forma. Así en países azules hicieron luces y sombras, confundiendo mar y cielo con las nubes y las ondas mil engaños a la vista, pues ella entonces curiosa sólo percibió los bultos, y no distinguió las formas. Primero nos pareció, viendo que sus puntas tocan con el cielo, que eran nubes de las que a la mar se arrojan a concebir en zafir lluvias que en cristal abortan; y fue bien pensado, pues esta innumerable copia pareció que pretendía sorberse el mar gota a gota. Luego de marinos monstruos nos pareció errante copia, que a acompañar a Neptuno salían de sus alcobas; pues sacudiendo las velas, que son del viento lisonja, pensamos que sacudían las alas sobre las olas. Ya parecía más cerca una inmensa Babilonia, de quien los pensiles fueron flámulas que el viento azotan; aquí ya desengañada la vista, mejor se informa de que era armada, pues vio a los sulcos de las proas --cuando batidas espumas ya se encrespan, ya se entorchan-- rizarse montes de plata, de cristal cuajarse rocas. Yo que vi tanto enemigo volví a su rigor la proa, que también saber hüír, es linaje de victoria. Y así como más experto en estos mares, la boca tomé de una cala, adonde al abrigo y a la sombra de dos montecillos, pude resistir la poderosa furia de tan gran poder, que mar, cielo y tierra asombra. Pasan sin vernos, y yo deseoso--¿quién lo ignora?-- de saber donde seguía esta armada su derrota, a la campaña del mar salí otra vez, donde logra el cielo mis esperanzas, en esta ocasión dichosas; pues vi que de aquella armada se había quedado sola una nave, y que en el mar mal defendida zozobra porque, según después supe, de una tormenta que todas corrieron, había salido deshecha, rendida y rota. Y así, llena de agua estaba sin que bastasen las bombas a agotarla, y titubeando ya a aquella parte, ya a estotra, estaba a cada vaivén si se ahoga o no se ahogan. Llegué a ella, y aunque moro, les di alivio en sus congojas, que el tener en las desdichas compañía, de tal forma consuela, que el enemigo suele servir de lisonja. El deseo de vivir tanto a algunos les provoca, que haciendo animoso escalas de gúmenas y maromas, a la prisión se vinieron; si bien otros les baldonan diciéndoles que el vivir eternos, es vivir con honra. Y aun así se resistieron. ¡Portuguesa vanagloria! De los que salieron, uno muy por extenso me informa. Dice, pues, que aquella armada ha salido de Lisboa para Tánger y que viene a sitiarla con heroica determinación, que veas en sus almenas famosas las quinas que ves en Ceuta cada vez que el sol se asoma. Duarte de Portugal, cuya fama vencedora ha de volar con las plumas de las águilas de Roma, envía a sus dos hermanos, Enrique y Fernando, gloria de este siglo, que los mira coronados de victorias, maestres de Cristo y de Avis son, los dos pechos adornan cruces de perfiles blancos, una verde y otra roja. Catorce mil portugueses son, gran señor, los que cobran sus sueldos, sin los que vienen sirviéndolos a su costa. Mil son los fuertes caballos que la soberbia española los vistió para ser tigres los calzó para ser onzas. Ya a Tánger habrán llegado, y esta, señor, es la hora que si su arena no pisan, al menos sus mares cortan. Salgamos a defenderla tú mismo las armas toma, baje en tu valiente brazo el azote de Mahoma, y del libro de la muerte desate la mejor hoja; que quizá se cumple hoy una profecía heroica de Morabitos, que dicen que en la margen arenosa del África ha de tener la portuguesa corona sepulcro infeliz, y vean que aquesta cuchilla corva campañas verdes y azules volvió con su sangre rojas. REY: Calla, no me digas más, que de mortal furia lleno, cada voz es un veneno con que la muerte me das; mas sus bríos arrogantes haré que en África tengan sepulcro, aunque armados vengan sus maestres los infantes. Tú, Muley, con los jinetes de la costa parte luego, mientras yo en tu amparo llego que si, como me prometes, en escaramuzas diestras le ocupas, porque tan presto no tomen tierra, y en esto la sangre heredada muestras, Yo tan veloz llegaré como tú con lo restante del ejército arrogante que en este campo se ve. Y así, la sangre concluya tantos duelos en un día porque Ceuta ha de ser mía y Tánger no ha de ser suya.
Vase
MULEY: Aunque de paso, no quiero dejar, Fénix, de decir, ya que tengo de morir, la enfermedad de que muero; que aunque pierdan mis recelos el respeto a tu opinión, si celos mis penas son, ninguno es cortés con celos. ¿Qué retrato--¡ay enemiga!-- en tu blanca mano vi? ¿Quién es el dichoso, di? ¿Quién?... Mas espera. No diga tu lengua tales agravios. Basta, sin saber quién sea que yo en tu mano le vea, sin que le escuche en tus labios. FÉNIX: Muley, aunque mi deseo licencia de amar te dio, de ofender y injuriar, no. MULEY: Es verdad, Fénix. Ya veo que no es estilo ni modo de hablarte, pero los cielos saben que, en habiendo celos, se pierde el respeto a todo. Con grande recato y miedo te serví, quise y amé; mas si con amor callé, con celos, Fénix, no puedo. No puedo. FÉNIX: No ha merecido tu culpa satisfacción; pero yo por mi opinión satisfacerte he querido, que un agravio entre los dos disculpa tiene, y así te la doy. MULEY: Pues, ¿hayla? FÉNIX: Sí. MULEY: ¡Buenas nuevas te dé Dios! FÉNIX: Este retrato ha envïado... MULEY: ¿Quién? FÉNIX: Tarudante el infante. MULEY: ¿Para qué? FÉNIX: Porque ignorante mi padre de mi cuidado... MULEY: ¿Bien? FÉNIX: Pretende que estos dos reinos... MULEY: No me digas más. ¿Esa disculpa me das? ¡Malas nuevas te dé Dios! FÉNIX: Pues, ¿qué culpa habré tenido de que mi padre lo trate? MULEY: De haber hoy, aunque te mate, el retrato recibido. FÉNIX: ¿Pude excusarlo? MULEY: ¿Pues no? FÉNIX: ¿Cómo? MULEY: Otra cosa fingir. FÉNIX: Pues, ¿qué pude hacer? MULEY: Morir; que por ti lo hiciera yo. FÉNIX: Fue fuerza. MULEY: Más fue mudanza. FÉNIX: Fue violencia. MULEY: No hay violencia. FÉNIX: Pues, ¿qué pudo ser? MULEY: Mi ausencia, sepulcro de mi esperanza. Y para asegurarme de que te puedes mudar, ya me vuelvo yo a ausentar. Vuelve, Fénix a matarme. FÉNIX: Forzosa es la ausencia. Parte. MULEY: Ya lo está, el alma primero. FÉNIX: A Tánger, que en Fez te espero donde acabes de quejarte. MULEY: Sí, haré; si mi mal dilato. FÉNIX: Adiós, que es fuerza el partir. MULEY: Oye, ¿al fin me dejas ir sin entregarme el retrato? FÉNIX: Por el rey no le he deshecho.
Quítale el retrato
MULEY: Suelta, que no será en vano que saque yo de tu mano a quien me saca del pecho.
Vanse. Tocan un clarín, hay ruido de desembarcar, y van saliendo don FERNANDO, don ENRIQUE, don JUAN Coutiño, y soldados
FERNANDO: Yo he de ser el primero, África bella, que he de pisar tu margen arenosa, porque oprimida al peso de mi huella, sientas en tu cerviz la poderosa fuerza que ha de rendirte. ENRIQUE: Yo en el suelo africano la planta generosa el segundo pondré.
Cáe[se]
¡Válgame el cielo! Hasta aquí los agüeros me han seguido. FERNANDO: Pierde, Enrique, a esas cosas el recelo porque el caer agora antes ha sido que ya, como a señor, la misma tierra los brazos en albricias te ha pedido. ENRIQUE: Desierta esta campaña y esta sierra los alarbes, al vernos, han dejado. JUAN: Tánger las puertas de sus muros cierra. FERNANDO: Todos se han retirado a su sagrado. Don Juan Coutiño, conde de Miralva, reconoced las tierra con cuidado, ante que el sol, reconociendo el alba, con más furia nos hiera y nos ofenda, haced a la ciudad la primer salva. Decid que defenderse no pretenda, porque la he de ganar a sangre y fuego, que el campo inunde, el edificio encienda. JUAN: Tú verás que a sus mismas puertas llego, aunque volcán de llamas y de rayos, le deje al sol con pardas nubes ciego.
Vase. Sale BRITO
BRITO: ¡Gracias a Dios que abriles piso y mayos y en la tierra me voy por donde quiero, sin sustos, sin vaivenes ni desmayos! Y no en el mar adonde, si primero no se consulta un monstruo de madera --que es juez de palo, en fin, el más ligero-- no se puede escapar de una carrera en el mayor peligro. ¡Ah, tierra mía! No muera en agua yo, como no muera tampoco en tierra hasta el postrero día. ENRIQUE: [¿Qué dices loco?] [BRITO]: Una oración de fragua fúnebre, que es sermón de Berbería panegírico es que digo al agua y en emponomio horténsico me quejo porque este enojo, desde que se fragua con ella el vino, me quedó, y ya es viejo. [sin razón, sin arbitrio y sin consuelo. . . . . . . . . . . . . . . { --ejo} . . . . . . . . . . . . . . .{ --elo} . . . . . . . . . . . . . . . . { --ena} . . . . . . . . . . . . . . . . .{ --elo}.] ENRIQUE: ¡Que escuches este loco! FERNANDO: ¡Y que tu pena tanto de ti te priva y te divierte! ENRIQUE: El alma traigo de temores llena echado juzgo contra mí la suerte desde que de Lisboa, al salir solo, imágenes he visto de la muerte. Apenas, pues, al berberisco polo prevenimos los dos esta jornada, cuando de un parasismo el mismo Apolo, amortajado en nubes, la dorada faz escondió, y el mar sañudo y fiero deshizo con tormentas nuestra armada. Si miro al mar, mil sombras considero; si al cielo miro, sangre me parece su velo azul; si al aire lisonjero, aves nocturnas son las que me ofrece; si a la tierra, sepulcros representa, donde mísero yo caiga y tropiece. FERNANDO: Pues descifrarte aquí mi amor intenta causa de un melancólico accidente. Sorbernos una nave una tormenta, es decirnos que sobra aquella gente para ganar la empresa a que venimos; verte púrpura el cielo transparente es gala, no es horror, que si fingimos monstruos al agua y pájaros al viento, nosotros hasta aquí no los trajimos; pues si ellos aquí están, ¿no es argumento que a la tierra que habitan inhumanos pronostican el fin fiero y sangriento? Esos agüeros viles, miedos vanos, para los moros vienen, que los crean, no para que los duden los cristianos. Nosotros dos lo somos, no se emplean nuestras armas aquí por vanagloria de que en los libros inmortales lean ojos humanos esta gran victoria, la fe de Dios a engrandecer venimos, suyo será el honor, suya la gloria, si vivimos dichosos, pues morimos; el castigo de Dios justo es temerle, . . . . . . . . . . . . . . .[--imos.] . . . . . . . . . . . . . . .[--erle] Éste no viene envuelto en medios vanos, a servirle venimos, no a ofenderle. Cristianos sois; haced como cristianos.
Sale don JUAN
¿Pero qué es esto? JUAN: Señor, yendo al muro a obedecerte a la falda de ese monte vi una tropa de jinetes, que de la parte de Fez corriendo a esta parte vienen tan veloces, que a la vista aves, no brutos, parecen. El viento no los sustenta, la tierra apenas los siente. Y así la tierra ni el aire sabe si corren o vuelen. FERNANDO: Salgamos a recibirlos, haciendo primero frente los arcabuceros, luego los que caballos tuvieren salgan también, y su usanza, con lanzas y con arneses. Ea, Enrique, buen principio esta ocasión nos ofrece, ¡ánimo! ENRIQUE: Tu hermano soy, no me espantan accidentes del tiempo, ni me espantara el semblante de la muerte.
Vanse
BRITO: El cuartel de la salud me toca a mí guardar siempre; ¡oh, qué brava escaramuza! Ya se embisten, ya acometen, famoso juego de cañas, ponerme en cobro conviene.
Vase y tocan al arma, salen pelando don JUAN y don ENRIQUE con los moros
ENRIQUE: A ellos, que ya los moros vencido la espalda vuelven. JUAN: Llenos de despojos quedan, de caballos y de gentes estos campos. ENRIQUE: Don Fernando, ¿dónde está, que no parece? JUAN: Tanto se ha empeñado en ellos que ya de vista se pierde. ENRIQUE: Pues a buscarle, Coutiño. JUAN: Siempre a tu lado me tienes.
Vanse y salen don FERNANDO con la espada de MULEY, y MULEY con adarga sola
FERNANDO: En la desierta campaña que tumba común parece de cuerpos muertos, si ya no es teatro de la muerte, sólo tú, moro, has quedado porque, rendida, tu gente se retiró, y tu caballo que mares de sangre vierte envuelto en polvo y espuma que él mismo levanta y pierde, te dejó, para despojo de mi brazo altivo y fuerte, entre los sueltos caballos de los vencidos jinetes. Yo ufano con tal victoria, que me ilustra y desvanece más que el ver esta campaña coronada de claveles; pues es tanta la vertida sangre con que se guarnece, que la piedad de los ojos fue tan grande, tan vehemente de no ver siempre desdichas, de no mirar ruinas siempre, que por el campo buscaban entre lo rojo lo verde. En efecto, mi valor sujetando tus valientes bríos, de tantos perdidos un suelto caballo prende, un monstruo, que siendo hijo del viento, adopción pretende del fuego, y entre los dos lo desdice y lo desmiente el color, pues siendo blanco, dice el agua, "Parto es éste de mi esfera, sola yo pude cuajarle de nieve. En fin, en lo veloz, viento, rayo, en fin, en lo eminente, era por los blanco cisne, por lo sangriento era sierpe, por lo hermoso era soberbio, por lo atrevido valiente, por los relinchos lozano, y por las cernejas fuerte. En la silla y en las ancas puestos los dos juntamente, mares de sangre rompimos, por cuyas ondas crüeles este bajel animado, hecho proa de la frente, rompiendo el globo de nácar desde el codón al copete, pareció entre espuma y sangre, ya que bajel quise hacerle, de cuatro espuelas herido, que cuatro vientos le mueven. Rindióse al fin, si hubo peso que tanto Atlante sufriese, si bien, el de las desdichas hasta los brutos lo sienten; o ya fue que enternecido, entre sus instinto dijese, "Triste camino el alarbe y el español parte alegre. Luego yo contra mi patria ¿soy traidor y soy aleve?" No quiero pasar de aquí y puesto que triste vienes tanto, que aunque el corazón disimula cuanto puede por la boca y por los ojos --volcanes que el pecho enciende-- ardientes suspiros lanza y tiernas lágrimas vierte. Admirado mi valor de ver, cada vez que vuelve que a un golpe de la Fortuna tanto se postre y sujete tu valor, pienso que es otra la causa que te entristece, porque por la libertad, no era justo, ni decente, que tan tiernamente llore quien tan duramente hiere. Y así, si el comunicar los males alivio ofrece al sentimiento, entre tanto que llegamos a mi gente, mi deseo a tu cuidado, si tanto favor merece, con razones le pregunta comedidas y corteses, "Qué sientes, pues ya yo creo que el venir preso no sientes?" Comunicado el dolor se aplaca, si no se vence, y yo, que soy el que tuve más parte en este accidente de la Fortuna, también quiero ser el que consuele de tus suspiros la causa, si la causa lo consiente. MULEY: Valiente eres, español y cortés como valiente tan bien vences con la lengua como con la espada vences. Tuya fue la vida, cuando con la espada entre mi gente me venciste, pero agora que con la lengua me prendes es tuya el alma, porque alma y vida se confiesen tuyas, de ambos eres dueño; pues ya crüel, ya clemente por el trato y por las armas me has cautivado dos veces. Movido de la piedad de oírme, español, y verme preguntado me han la causa de mis suspiros ardientes. Y aunque confieso que el mal repetido y dicho suele templarse, también confieso que quien le repite quiere aliviarse, y es mi mal tan dueño de mis placeres que, por no hacerles disgusto y que aliviado me deje, no quisiera repetirle; mas ya es fuerza obedecerte, y quiérotela decir, por quien soy y por quien eres. Sobrino del rey de Fez soy, mi nombre es Muley Jeque, familia que ilustran tantos bajáes y belerbeyes. Tan hijo fui de desdichas desde mi primer oriente, que en el umbral de la vida nací en brazos de la muerte. Una desierta campaña que fue sepulcro eminente de españoles, fue mi cuna; pues para que lo confieses, en los Gelves nací el año que os perdisteis en los Gelves. A servir al rey mi tío vine, infante, pero empiecen las penas y las desdichas, cesen las venturas, cesen. Vine a Fez, y una hermosura a quien he adorado siempre junto a mi casa vivía, porque más cerca muriese. Desde mis primeros años, porque más constante fuese este amor, más imposible de acabarse y de romperse, ambos nos crïamos juntos y amor en nuestras niñeces no fue rayo, pues hirió en lo humilde, tierno y débil con más fuerza que pudiera en lo augusto, altivo y fuerte; tanto, que para mostrar sus fuerzas y sus poderes hirió nuestros corazones con arpones diferentes. Pero como la porfía del agua en las piedras suele hacer señal, por la fuerza no, sino cayendo siempre, así las lágrimas mías, porfiando tiernamente, la piedra del corazón, más que los diamantes, fuerte, labraron y no con fuerza de méritos excelentes pero con mi mucho amor, vino, en fin, a enternecerse. En este estado viví algún tiempo, aunque fue breve, gozando en auras süaves mil amoroso deleites. Ausentéme, por mi mal; harto he dicho en "ausentéme," pues en mi ausencia otro amante ha venido a darme muerte. Él dichoso, yo infelice, él asistiendo, yo ausente, yo cautivo, y libre él, me contrastara mi suerte cuando tú me cautivaste. Mira si es bien me lamente. FERNANDO: Valiente moro y galán, si adoras como refieres, si idolatras como dices, si amas como encareces, si celas como suspiras, si como recelas temes, y si como siente amas, dichosamente padeces. No quiero por tu rescate más precio de que le aceptes. Vuélvete y dile a tu dama que por su esclavo te ofrece un portugués caballero; y si obligada pretende pagarme el precio por ti, yo te doy lo que me debes, cobra la deuda de amor y logra tus intereses. Ya el caballo que rendido cayó en el suelo, parece con el ocio y el descanso que restituído vuelve; y porque sé qué es amor y qué es tardanza en ausentes, no te quiero detener. Sube en tu caballo y vete. MULEY: Nada mi voz te responde, que a quien liberal ofrece, sólo aceptar es lisonja. Dime, portugués, ¿quién eres? FERNANDO: Un hombre noble y no más. MULEY: Bien lo muestras, seas quien fueres; para el bien y para el mal soy tu esclavo eternamente. FERNANDO: Toma el caballo, que es tarde. MULEY: Pues si a ti te lo parece, ¿qué hará a quien vino cautivo y libre a sus dama vuelve?
Vase
FERNANDO: Generosa acción es dar, y más la vida.
Dentro MULEY
MULEY: ¡Valiente portugués! FERNANDO: Desde el caballo habla. ¿Qué es lo que me quieres? MULEY: Espero que he de pagarte algún día tantos bienes. FERNANDO: ¡Gózalos tú! MULEY: Porque al fin hacer bien nunca se pierde. ¡Alá te guarde, español! FERNANDO: Si Alá es Dios, con bien te lleve.
Suenan dentro cajas y trompetas
Mas, ¿qué trompa es aquesta, que el aire turba y la región molesta? Y por esta otra parte cajas se escuchan; música de Marte son las dos.
Sale don ENRIQUE
ENRIQUE: ¡Oh, Fernando! Tu persona veloz vengo buscando. FERNANDO: Enrique, ¿qué hay de nuevo? ENRIQUE: Aquellos ecos ejércitos de Fez y Marruecos son, porque Tarudante al rey de Fez socorre, y arrogante el rey con gente viene, en medio cada ejército nos tiene de modo que, cercados, somos los sitiadores y sitiados. Si la espada volvemos al uno, mal del otro nos podemos defender, pues por una y otra parte nos deslumbran relámpagos de Marte. ¿Qué haremos, pues de confusiones llenos? FERNANDO: ¿Qué? Morir como buenos, con ánimos constantes. ¿No somos dos maestres, dos infantes? . . . . . . . . . . . . [ --eses] Cuando bastara ser dos portugueses particulares, para no haber visto la cara al miedo. Pues Avis y Cristo a voces repitamos, y por la fe muramos, pues a morir venimos.
Sale don JUAN
JUAN: Mala salida a tierra dispusimos. FERNANDO: Ya no es tiempo de medios, a los brazos apelen los remedios, pues uno y otro ejército nos cierra en medio. ¡Avis y Cristo! JUAN: ¡Guerra, guerra!
Éntranse sacando las espadas, dase la batalla y sale BRITO
BRITO: Ya nos cogen en medio un ejército y otro sin remedio. ¡Qué bellaca palabra! La llave eterna de los cielos abra un resquicio siquiera, que de aqueste peligro salga afuera quien aquí se ha venido sin qué, ni para qué. Pero fingido muerte estaré un instante, y muerto lo tendré para adelante.
Échase en el suelo y sale[n don ENRIQUE Y] un moro acuchillándo[se]
MORO: ¿Quién tanto se defiende, siendo mi brazo rayo que desciende desde la cuarta esfera? ENRIQUE: Pues aunque yo tropiece, caiga y muera en cuerpos de cristianos, no desmaya la fuerza de las manos, que ella de quien yo soy mejor avisa. BRITO: (¡Cuerpo de Dios con él, y québien pisa!) Aparte
Písanle, y éntranse, y salen MULEY y don JUAN Coutiño riñendo
MULEY: Ver, portugués valiente, en ti fuerza tan grande no lo siente mi valor, pues quisiera daros hoy la victoria. JUAN: ¡Pena fiera! Sin tiento y sin aviso con cuerpos de cristianos cuantos piso. BRITO: (Yo se lo perdonara Aparte a trueco, mi señor, que no pisara.)
Vanse los dos y sale don FERNANDO, retirándose del REY y de otros moros
REY: Rinde la espada, altivo portugués; que si logro el verte vivo en mi poder, prometo . . . . . . . . . . . . .[ --eto] ser tu amigo. ¿Quién eres? FERNANDO: Un caballero soy, saber no esperes más de mí. Dame muerte.
Sale don JUAN, y pónese a su lado
JUAN: Primero, gran señor, mi pecho fuerte, que es muro de diamante, tu vida guardará puesto delante. ¡Ea, Fernando mío, muéstrese agora el heredado brío! REY: Si esto escucho, ¿qué espero? Suspéndanse las armas, que no quiero hoy más felice gloria que este preso me basta por victoria. Si tu prisión o muerte con tal sentencia decretó la suerte, de ala espada, Fernando, al rey de Fez.
Sale MULEY
MULEY: ¿Qué es lo que estoy mirando? FERNANDO: Sólo a un rey la rindiera, que desesperación negarla fuera.
Sale don ENRIQUE
ENRIQUE: ¿Preso mi hermano? FERNANDO: Enrique, tu voz más sentimiento no publique; que en la suerte importuna éstos son los sucesos de Fortuna. REY: Enrique, don Fernando está hoy en mi poder y aunque mostrando la ventaja que tengo pudiera daros muerte, yo no vengo hoy más que a defenderme, que vuestra sangre no viniera a hacerme honras tan conocidas, como podrán hacerme vuestras vidas. y para que el rescate con más puntualidad al rey se trate, vuelve tú, que Fernando en mi poder se quedará aguardando que vengas a libralle. Pero dile a Duarte, que en llevalle será su intento vano, si a Ceuta no me entrega por su mano. Y agora vuestra alteza, a quien debo esta honra, esta grandeza a Fez venga conmigo. FERNANDO: Iré a la esfera cuyos rayos sigo. MULEY: (¡Porque yo tenga, cielos, Aparte más que sentir entre amistad y celos!) FERNANDO: Enrique, preso quedo, ni a mal ni a la Fortuna tengo miedo. Dirásle a nuestro hermano que haga aquí como príncipe cristiano en la desdicha mía. ENRIQUE: ¿Pues quién de sus grandezas desconfía? FERNANDO: Esto te encargo y digo que haga como cristiano. ENRIQUE: Yo me obligo a volver como tal. FERNANDO: Dame esos brazos. ENRIQUE: Tú eres el preso, y pónesme a mí lazos. FERNANDO: Don Juan, adiós. JUAN: Yo he de quedar contigo; de mí no te despidas. FERNANDO: ¡Leal amigo! ENRIQUE: ¡Oh infelice jornada! FERNANDO: Dirásle al rey... Mas no le digas nada, si con grande silencio el miedo vano estas lágrimas lleva al rey mi hermano.
Vanse y salen dos moros, y ven a BRITO como muerto
MORO 1: Cristiano muerto es éste. MORO 2: Porque no causen peste, echad al mar los muertos. BRITO: En dejándoos los cascos bien abiertos a tajos y reveses, que "ainda mortos" somos portugueses.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

El príncipe constante, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002