ACTO TERCERO


 
Salen el COMENDADOR y LEONARDO
COMENDADOR: Cuéntame, Leonardo, breve lo que ha pasado en Toledo. LEONARDO: Lo que referirte puedo, puesto que a ceñirlo pruebe en las más breves razones, quiere más paciencia. COMENDADOR: Advierte que soy un sano a la muerte, y qué remedios me pones. LEONARDO: El rey Enrique el Tercero, que hoy Justiciero llaman, porque Catón y Aristides en la equidad no le igualan, el año de cuatrocientos y seis sobre mil estaba en la villa de Madrid, donde le vinieron cartas, que, quebrándole las treguas el rey moro de Granada, no queriéndole volver por promesas y amenazas el castillo de Ayamonte, ni menos pagarle parias, determinó hacerle guerra; y para que la jornada fuese como convenía a un rey el mayor de España, y le ayudasen sus deudos de Aragón y de Navarra, juntó cortes en Toledo, donde al presente se hallan prelados y caballeros, villas y ciudades varias. Digo sus procuradores, donde en su real alcázar la disposición de todo con justos acuerdos tratan el obispo de Sigüenza, que la insigne iglesia santa rige de Toledo agora, porque está su silla vaca por la muerte de don Pedro Tenorio, varón de fama; el obispo de Palencia, don Sancho de Rojas, clara imagen de sus pasados, y que el de Toledo aguarda; don Pablo el de Cartagena, a quien ya a Burgos señalan; el gallardo don Fadrique, hoy conde de Trastamara, aunque ya duque de Arjona toda la corte le llama, y don Enrique Manuel, primos del rey, que bastaban, no de Granada, de Troya ser incendio sus espadas; Ruy López de Ávalos, grande por la dicha y por las armas, Condestable de Castilla, alta gloria de su casa, el Camarero mayor del Rey, por sangre heredada y virtud propia, aunque tiene también de quién heredarla, por Juan de Velasco digo, digno de toda alabanza; don Diego López de Estúñiga, que Justicia mayor llaman; y el mayor Adelantado de Castilla, de quien basta decir que es Gómez Manrique, de cuyas historias largas tienen Granada y Castilla cosas tan raras y extrañas; los oidores del Audiencia del Rey y que el reino amparan: Pero Sánchez del Castillo, Rodríguez de Salamanca, Periáñez... COMENDADOR: Detente. ¿Qué Periáñez? Aguarda, que la sangre se me hiela con ese nombre. LEONARDO: ¡Oh qué gracia! Háblote de los oidores del Rey y del que se llama Peribáñez, imaginas que es el labrador de Ocaña. COMENDADOR: Si hasta agora te pedía la relación y la causa de la jornada del Rey, ya no me atrevo a escucharla. Eso ¿todo se resuelve en que el Rey hace jornada con lo mejor de Castilla a las fronteras que guardan, con favor del granadino, los que le niegan las parias? LEONARDO: Eso es todo. COMENDADOR: Pues advierte (no lo que me es de importancia), que mientras fuiste a Toledo tuvo ejecución la traza. Con Peribáñez hablé, y le dije que gustaba de nombralle capitán de cien hombres de labranza, y que se pusiese a punto. Parecióle que le honraba, como es verdad, a no ser honra aforrada en infamia. Quiso ganarla en efeto, gastó su hacendilla en galas, y sacó su compañía ayer, Leonardo, a la plaza, y hoy, según Luján me ha dicho, con ella a Toledo marcha. LEONARDO: ¡Buena te deja a Casilda, tan villana y tan ingrata como siempre! COMENDADOR: Sí, mas mira que amor en ausencia larga hará el efeto que suele en piedra el curso del agua.
Tocan cajas
LEONARDO: Pero ¿qué cajas son estas? COMENDADOR: No dudes que son sus cajas. Tu alférez trae los hidalgos. Toma, Leonardo, tus armas, por que mejor le engañemos, para que a la vista salgas también con tu compañía. LEONARDO: Ya llegan. Aquí me aguarda.
Váyase Leonardo. Entra una compañía de labradores, armados graciosamente, y detrás PERIBÁÑEZ con espada y daga
PERIBÁÑEZ: No me quise despedir sin ver a su señoría. COMENDADOR: Estimo la cortesía. PERIBÁÑEZ: Yo os voy, señor, a servir. COMENDADOR: Decid al Rey mi señor. PERIBÁÑEZ: Al Rey y a vos... COMENDADOR: Está bien. PERIBÁÑEZ: ...que al Rey es justo, y también a vos, por quien tengo honor; que yo, ¿cuándo mereciera ver mi azadón y gabán con nombre de capitán, con jineta y con bandera del Rey, a cuyos oídos mi nombre llegar no puede porque su estatura excede todos mis cinco sentidos? Guárdeos muchos años Dios. COMENDADOR: Y os traiga, Pedro, con bien. PERIBÁÑEZ: ¿Vengo bien vestido? COMENDADOR: Bien. No hay diferencia en los dos. PERIBÁÑEZ: Sola una cosa querría. No sé si a vos os agrada. COMENDADOR: Decid, a ver. PERIBÁÑEZ: Que la espada me ciña su señoría, para que ansí vaya honrado. COMENDADOR: Mostrad, haréos caballero, que de esos bríos espero, Pedro, un valiente soldado. PERIBÁÑEZ: ¡Pardiez, señor, hela aquí! Cíñamela su mercé. COMENDADOR: Esperad, os la pondré, por que la llevéis por mí. BELARDO: Híncate, Blas, de rodillas; que le quieren her hidalgo. BLAS: Pues ¿quedará falto en algo? BELARDO: En mucho, si no te humillas. BLAS: Belardo, vos, que sois viejo, ¿hanle de dar con la espada? BELARDO: Yo de mi burra manchada, de su albarda y aparejo entiendo más que de armar caballeros de Castilla. COMENDADOR: Ya os he puesto la cuchilla. PERIBÁÑEZ: ¿Qué falta agora? COMENDADOR: Jurar que a Dios, supremo Señor, y al Rey serviréis con ella. PERIBÁÑEZ: Eso juro, y de traella en defensa de mi honor, del cual, pues voy a la guerra, adonde vos me mandáis, ya por defensa quedáis, como señor desta tierra. Mi casa y mujer, que dejo por vos, recién desposado, remito a vuestro cuidado cuando de los dos me alejo. Esto os fío, porque es más que la vida con quien voy; que, aunque tan seguro estoy que no la ofendan jamás, gusto que vos la guardéis, y corra por vos, a efeto de que, como tan discreto, lo que es el honor sabéis; que con él no se permite que hacienda y vida se iguale, y quien sabe lo que vale, no es posible que le quite. Vos me ceñistes espada, con que ya entiendo de honor, que antes yo pienso, señor, que entendiera poco o nada. Y pues iguales los dos con este honor me dejáis, mirad cómo le guardáis, o quejaréme de vos. COMENDADOR: Yo os doy licencia, si hiciere en guardalle deslealtad, que de mí os quejéis. PERIBÁÑEZ: Marchad, y venga lo que viniere.
Éntrese, marchando detrás con graciosa arrogancia
COMENDADOR: Algo confuso me deja el estilo con que habla, porque parece que entabla o la venganza o la queja. Pero es que, como he tenido el pensamiento culpado, con mi malicia he juzgado lo que su inocencia ha sido. Y cuando pudiera ser malicia lo que entendí, ¿dónde ha de haber contra mí en un villano poder? Esta noche has de ser mía, villana rebelde, ingrata, por que muera quien me mata antes que amanezca el día.
Éntrase. En lo alto COSTANZA y CASILDA e INÉS
COSTANZA: En fin ¿se ausenta tu esposo? CASILDA: Pedro a la guerra se va, que en la que me deja acá pudiera ser más famoso. INÉS: Casilda, no te enternezcas, que el nombre de capitán no comoquiera le dan. CASILDA: ¡Nunca estos nombres merezcas! COSTANZA: A fe que tiene razón Inés, que entre tus iguales nunca he visto cargos tales, porque muy de hidalgos son. Demás que tengo entendido que a Toledo solamente ha de llegar con la gente. CASILDA: Pues si eso no hubiera sido, ¿quedárame vida a mí? INÉS: La caja suena. ¿Si es él? COSTANZA: De los que se van con él ten lástima, y no de ti.
La caja y PERIBÁÑEZ, bandera, soldados
BELARDO: Véislas allí en el balcón, que me remozo de vellas; mas ya no soy para ellas, ni ellas para mí no son. PERIBÁÑEZ: ¿Tan viejo estáis ya, Belardo? BELARDO: El gusto se acabó ya. PERIBÁÑEZ: Algo dél os quedará bajo del capote pardo. BELARDO: ¡Pardiez, señor capitán, tiempo hue que al sol y al aire solía hacerme donaire, ya pastor, ya sacristán! Cayó un año mucha nieve, y como lo rucio vi, a la Iglesia me acogí. PERIBÁÑEZ: ¿Tendréis tres dieces y un nueve? BELARDO: Esos y otros tres decía un aya que me criaba, mas pienso que se olvidaba. Poca memoria tenía! Cuando la Cava nació me salió la primer muela. PERIBÁÑEZ ¿Ya íbades a la escuela? BELARDO: Pudiera juraros yo de lo que entonces sabía, pero mil dan a entender que apenas supe leer, y es lo más cierto, a fe mía; que como en gracia se lleva danzar, cantar o tañer, yo sé escribir sin leer, que a fe que es gracia bien nueva. CASILDA: ¡Ah gallardo capitán de mis tristes pensamientos! PERIBÁÑEZ: ¡Ah dama la del balcón, por quien la bandera tengo! CASILDA: ¿Vaisos de Ocaña, señor? PERIBÁÑEZ: Señora, voy a Toledo a llevar estos soldados que dicen que son mis celos. CASILDA: Si soldados los lleváis, ya no ternéis pena dellos, que nunca el honor quebró en soldándose los celos. PERIBÁÑEZ: No los llevo tan soldados que no tenga mucho miedo, no de vos, mas de la causa por quien sabéis que los llevo. Que si celos fueran tales que yo los llamara vuestros, ni ellos fueran donde van, ni yo, señora, con ellos. La seguridad, que es paz de la guerra en que me veo, me lleva a Toledo, y fuera del mundo al último estremo. A despedirme de vos vengo y a decir que os dejo a vos de vos misma en guarda, porque en vos y con vos quedo, y que me deis el favor que a los capitanes nuevos suelen las damas que esperan de su guerra los trofeos. ¿No parece que ya os hablo a lo grave y caballero? ¡Quién dijera que un villano que ayer al rastrojo seco dientes menudos ponía de la hoz corva de acero, los pies en las tintas uvas, rebosando el mosto negro por encima del lagar, o la tosca mano al hierro del arado, hoy os hablara en lenguaje soldadesco, con plumas de presunción y espada de atrevimiento! Pues sabed que soy hidalgo y que decir y hacer puedo, que el Comendador, Casilda, me la ciñó, cuando menos. Pero este menos, si el cuando viene a ser cuando sospecho, por ventura será más, que yo no menos bueno. CASILDA: Muchas cosas me decís en lengua que ya no entiendo; el favor sí, que yo sé que es bien debido a los vuestros. Mas ¿qué podrá una villana dar a un capitán? PERIBÁÑEZ: No quiero que os tratéis ansí. CASILDA: Tomad, mi Pedro, este listón negro. PERIBÁÑEZ: ¿Negro me lo dais, esposa? CASILDA: Pues ¿hay en la guerra agüeros? PERIBÁÑEZ: Es favor desesperado; promete luto o destierro. BLAS: Y vos, señora Costanza, ¿no dais por tantos requiebros alguna prenda a un soldado? COSTANZA: Bras, esa cinta de perro, aunque tú vas donde hay tantos, que las podrás hacer dellos. BLAS: ¡Plega a Dios que los moriscos las hagan de mi pellejo si no dejaré matados cuantos me fueren huyendo! INÉS: ¿No pides favor, Belardo? BELARDO: Inés, por soldado viejo, ya que no por nuevo amante, de tus manos le merezco. INÉS: Tomad aqueste chapín. BELARDO: No, señora, deteneldo, que favor de chapinazo, desde tan alto, no es bueno. INÉS: Traedme un moro, Belardo. BELARDO: Días ha que ando tras ellos. Mas, si no viniere en prosa, desde aquí le ofrezco en verso.
LEONARDO, capitán, caja y bandera y compañía de hidalgos
LEONARDO: Vayan marchando, soldados, con el orden que decía. INÉS: ¿Qué es esto? COSTANZA: La compañia de los hidalgos cansados. INÉS: Más lucidos han salido nuestros fuertes labradores. COSTANZA: Si son las galas mejores, los ánimos no lo han sido. PERIBÁÑEZ: ¡Hola! Todo hombre esté en vela y muestre gallardos bríos. BELARDO: ¡Que piensen estos judíos que nos mean la pajuela! Déles un gentil barzón muesa gente por delante. PERIBÁÑEZ: ¡Hola! Nadie se adelante, siga a ballesta lanzón.
Vaya una compañía al derredor de la otra, mirándose
BLAS: Agora es tiempo, Belardo, de mostrar brío. BELARDO: Callad, que a la más caduca edad suple un ánimo gallardo. LEONARDO: ¡Basta que los labradores compiten con los hidalgos! BELARDO: Estos huirán como galgos. BLAS: No habrá ciervos corredores como éstos, en viendo un moro, y aun basta oírlo decir. BELARDO: Ya los vi a todos huír cuando corrimos el toro.
Éntranse los labradores
LEONARDO: Ya se han traspuesto. ¡Ce! ¡Inés! INÉS: ¿Eres tú, mi capitán? LEONARDO: ¿Por qué tus primas se van? INÉS: ¿No sabes ya por lo que es? Casilda es como una roca. Esta noche hay mal humor. LEONARDO: ¿No podrá el Comendador verla un rato? INÉS: Punto en boca, que yo le daré lugar cuando imagine que llega Pedro a alojarse. LEONARDO: Pues ciega, si me quieres obligar, los ojos desta mujer, que tanto mira su honor, porque está el Comendador para morir desde ayer. INÉS: Dile que venga a la calle. LEONARDO: ¿Qué señas? INÉS: Quien cante bien. LEONARDO: Pues adiós. INÉS: ¿Vendrás también? LEONARDO: Al alférez pienso dalle estos bravos españoles, y yo volverme al lugar. INÉS: Adiós. LEONARDO: Tocad a marchar, que ya se han puesto dos soles.
Vanse. El COMENDADOR en casa, con ropa, y LUJÁN, lacayo
COMENDADOR: En fin, ¿le viste partir? LUJÁN: Y en una yegua marchar, notable para alcanzar y famosa para huir. Si vieras cómo regía Peribáñez sus soldados, te quitara mil cuidados. COMENDADOR: Es muy gentil compañía, pero a la de su mujer tengo más envidia yo. LUJÁN: Quien no siguió, no alcanzó. COMENDADOR: Luján, mañana a comer en la ciudad estarán. LUJÁN: Como esta noche alojaren. COMENDADOR: Yo te digo que no paren soldados ni capitán. LUJÁN: Como es gente de labor, y es pequeña la jornada, y va la danza engañada con el son del atambor, no dudo que sin parar vayan a Granada ansí. COMENDADOR: ¿Cómo pasará por mí el tiempo que ha de tardar desde aquí hasta las diez? LUJÁN: Ya son casi las nueve. No seas tan triste, que cuando veas el cabello a la Ocasión, pierdas el gusto esperando; que la esperanza entretiene. COMENDADOR: Es, cuando el bien se detiene, esperar desesperando. LUJÁN: Y Leonardo, ¿ha de venir? COMENDADOR: ¿No ves que el concierto es que se case con Inés, que es quien la puerta ha de abrir? LUJÁN: ¿Qué señas ha de llevar? COMENDADOR: Unos músicos que canten. LUJÁN: ¿Cosa que la caza espanten? COMENDADOR: Antes nos darán lugar para que con el rüido nadie sienta lo que pasa de abrir ni cerrar la casa. LUJÁN: Todo está bien prevenido. Mas dicen que en un lugar una parentela toda se juntó para una boda, ya a comer y ya a bailar. Vino el cura y desposado, la madrina y el padrino, y el tamboril también vino con un salterio extremado. Mas dicen que no tenían de la desposada el sí, porque decía que allí sin su gusto la traían. Junta pues la gente toda, el cura le preguntó, dijo tres veces que no, y deshízose la boda. COMENDADOR: ¿Quieres decir que nos falta entre tantas prevenciones el sí de Casilda? LUJÁN: Pones el hombro a empresa muy alta de parte de su dureza y era menester el sí. COMENDADOR: No va mal trazado así; que su villana aspereza no se ha de rendir por ruegos; por engaños ha de ser. LUJÁN: Bien puede bien suceder, mas pienso que vamos ciegos.
Salen un CRIADO y los MÚSICOS
PAJE: Los músicos han venido. MUSlCO 1: Aquí, señor, hasta el día, tiene vuesa señoría a Lisardo y a Leonido. COMENDADOR: ¡Oh amigos! Agradeced que este pensamiento os fío, que es de honor y, en fin, es mío. MUSlCO 2: Siempre nos haces merced. COMENDADOR: ¿Dan las once? LUJÁN: Una, dos, tres... No dio más. MÚSICO 2: Contaste mal. Ocho eran dadas. COMENDADOR: ¿Hay tal? ¡Que aun de mala gana des las que da el reloj de buena! LUJÁN: Si esperas que sea más tarde, las tres cuento. COMENDADOR: No hay qué aguarde. LUJÁN: Sosiégate un poco, y cena. COMENDADOR: ¡Mala Pascua te dé Dios! ¿Que cene dices? LUJÁN: Pues bebe siquiera. COMENDADOR: ¿Hay nieve? PAJE: No hay nieve. COMENDADOR: Repartilda entre los dos. PAJE: La capa tienes aquí. COMENDADOR: Muestra. ¿Qué es esto? PAJE: Bayeta. COMENDADOR: Cuanto miro me inquieta. Todos se burlan de mí. ¡Bestias! ¿De luto? ¿A qué efeto? PAJE: ¿Quieres capa de color? LUJÁN: Nunca a las cosas de amor va de color el discreto. Por el color se dan señas de un hombre en un tribunal. COMENDADOR: Muestra color, animal. ¿Sois crïados o sois dueñas? PAJE: Ves aquí color. COMENDADOR: Yo voy, Amor, donde tú me guías. Da una noche a tantos días como en tu servicio estoy. LUJÁN: ¿Iré yo contigo? COMENDADOR: Sí, pues que Leonardo no viene. Templad, para ver si tiene templanza este fuego en mí.
Éntrense. Sale PERIBÁ&ñtilde;EZ
PERIBÁÑEZ: ¡Bien haya el que tiene bestia destas de huír y alcanzar, con que puede caminar sin pesadumbre y molestia! Alojé mi compañía, y con ligereza extraña he dado la vuelta a Ocaña. Oh, cuán bien decir podría: ¡Oh caña, la del honor! Pues que no hay tan débil caña como el honor a quien daña de cualquier viento el rigor. ¡Caña de honor quebradiza, caña hueca y sin sustancia, de hojas de poca importancia con que su tronco entapiza! ¡Oh caña, toda aparato, caña fantástica y vil, para quebrada sutil, y verde tan breve rato! Caña compuesta de nudos, y honor al fin dellos lleno, sólo para sordos bueno y para vecinos mudos. Aquí naciste en Ocaña conmigo al viento ligero; yo te cortaré primero que te quiebres, débil caña. No acabo de agradecerme el haberte sustentado, yegua, que con tal cuidado supiste a Ocaña traerme. ¡Oh, bien haya la cebada que tantas veces te di! Nunca de ti me serví en ocasión más honrada. Agora el provecho toco, contento y agradecido. Otras veces me has traído, pero fue pesando poco, que la honra mucho alienta; y que te agradezca es bien que hayas corrido tan bien con la carga de mi afrenta. Préciese de buena espada y de buena cota un hombre, del amigo de buen nombre y de opinión siempre honrada, de un buen fieltro de camino y de otras cosas así, que una bestia es para mí un socorro peregrino. ¡Oh yegua! ¡En menos de un hora tres leguas! Al viento igualas, que si le pintan con alas, tú las tendrás desde agora. Ésta es la casa de Antón, cuyas paredes confinan con las mías, que ya inclinan su peso a mi perdición. Llamar quiero, que he pensado que será bien menester. ¡Ah de la casa!
Dentro ANTÓN
ANTÓN: ¡Hola mujer! ¿No os parece que han llamado? PERIBÁÑEZ: ¡Peribáñez! ANTÓN: ¿Quién golpea a tales horas? PERIBÁÑEZ: Yo soy, Antón. ANTÓN: Por la voz ya voy, aunque lo que fuere sea.
[Sale ANTÓN]
¿Quién es? PERIBÁÑEZ: Quedo, Antón, amigo; Peribáñez soy. ANTÓN: ¿Quién? PERIBÁÑEZ: Yo, a quien hoy el cielo dio tan grave y crüel castigo. ANTÓN: Vestido me eché a dormir porque pensé madrugar; ya me agradezco el no estar desnudo. ¿Puedoos servir? PERIBÁÑEZ: Por vuesa casa, mi Antón, tengo de entrar en la mía, que ciertas cosas de día sombras por la noche son. Ya sospecho que en Toledo algo entendiste de mí. ANTÓN: Aunque callé, lo entendí. Pero aseguraros puedo que Casilda... PERIBÁÑEZ: No hay que hablar. Por ángel tengo a Casilda. ANTÓN: Pues regalalda y servilda. PERIBÁÑEZ: Hermano, dejadme estar. ANTÓN: Entrad, que si puerta os doy es por lo que della sé. PERIBÁÑEZ: Como yo seguro esté, suyo para siempre soy. ANTÓN: ¿Dónde dejáis los soldados? PERIBÁÑEZ: Mi alférez con ellos va, que yo no he traído acá sino sólo mis cuidados. Y no hizo la yegua poco en traernos a los dos, porque hay cuidado, por Dios, que basta a volverme loco.
Éntrense. Salga el COMENDADOR, LUJÁN con broqueles, y los MÚSICOS
COMENDADOR: Aquí podéis comenzar para que os ayude el viento. MÚSICO 2: Va de letra. COMENDADOR: ¡Oh cuánto siento esto que llaman templar!
Los MÚSICOS canten
"Cogíme a tu puerta el toro, linda casada; no dijiste: Dios te valga. El novillo de tu boda a tu puerta me cogió; de la vuelta que me dio se rió la villa toda; y tú, grave y burladora, linda casada, no dijiste: Dios te valga.
INÉS a la puerta
INÉS: ¡Cese, señor don Fadrique! COMENDADOR: ¿Es Inés? INÉS: La misma soy. COMENDADOR: En pena a las once estoy. Tu cuenta el perdón me aplique para que salga de pena. INÉS: ¿Viene Leonardo? COMENDADOR: Asegura a Peribáñez. Procura, Inés, mi entrada, y ordena que vea esa piedra hermosa, que ya Leonardo vendrá. INÉS: ¿Tardará mucho? COMENDADOR: No hará, pero fue cosa forzosa asegurar un marido tan malicioso. INÉS: Yo creo que a estas horas el deseo de que le vean vestido de capitán en Toledo, le tendrá cerca de allá. COMENDADOR: Durmiendo acaso estará. ¿Puedo entrar? Dime si puedo. INÉS: Entra, que te detenía por si Leonardo llegaba. LUJÁN: (Luján ha de entrar.) Aparte COMENDADOR: Acaba, Lisardo. Adiós, hasta el día.
Éntranse. Quedan los MÚSICOS
MÚSICO 1: El cielo os dé buen suceso. MÚSICO 2: ¿Dónde iremos? MÚSICO 1: A acostar. MÚSICO 2: ¡Bella moza! MÚSICO 1: Eso... callar. MÚSICO 2: Que tengo envidia confieso.
Vanse. PERIBÁÑEZ solo en su casa
PERIBÁÑEZ: Por las tapias de la huerta de Antón en mi casa entré, y deste portal hallé la de mi corral abierta. En el gallinero quise estar oculto, mas hallo que puede ser que algún gallo mi cuidado los avise. Con la luz de las esquinas le quise ver y advertir, y vile en medio dormir de veinte o treinta gallinas. Que duermas, dije, me espantas, en tan dudosa fortuna; no puedo yo guardar una, y quieres tú guardar tantas. No duermo yo, que sospecho y me da mortal congoja un gallo de cresta roja, porque la tiene en el pecho. Salí al fin y, cual ladrón de casa, hasta aquí me entré. Con las palomas topé, que de amor ejemplo son; y como las vi arrullar, y con requiebros tan ricos a los pechos por los picos las almas comunicar, dije: ¡Oh, maldígale Dios, aunque grave y altanero, al palomino extranjero que os alborota a los dos! Los gansos han despertado, gruñe el lechón, y los bueyes braman; que de honor las leyes hasta el jumentillo atado al pesebre con la soga desasosiegan por mí, que soy su dueño, y aquí ven que ya el cordel me ahoga. Gana me da de llorar. Lástima tengo de verme en tanto mal. Mas ¿si duerme Casilda? Aquí siento hablar. En esta saca de harina me podré encubrir mejor, que si es el Comendador, lejos de aquí me imagina.
Escóndese. INÉS y CASILDA
CASILDA: Gente digo que he sentido. INÉS: Digo que te has engañado. CASILDA: Tú con un hombre has hablado. INÉS: ¿Yo? CASILDA: Tú, pues. INÉS: Tú, ¿lo has oído? CASILDA: Pues si no hay malicia aquí, mira que serán ladrones. INÉS: ¡Ladrones! Miedo me pones. CASILDA: Da voces. INÉS: Yo no. CASILDA: Yo sí. INÉS: Mira que es alborotar la vecindad sin razón.
Salen el COMENDADOR Y LUJÁN
COMENDADOR: Ya no puede mi afición sufrir, temer ni callar. Yo soy el Comendador, yo soy tu señor. CASILDA: No tengo señor más que a Pedro. COMENDADOR: Vengo esclavo, aunque soy señor. Duélete de mí, o diré que te hallé con el lacayo que miras. CASILDA: Temiendo el rayo, del trueno no me espanté. Pues, prima, ¡tú me has vendido! INÉS: Anda, que es locura agora, siendo pobre labradora, y un villano tu marido, dejar morir de dolor a un príncipe; que más va en su vida, ya que está en casa, que no en tu honor. Peribáñez fue a Toledo. CASILDA: ¡Oh prima crüel y fiera, vuelta de prima, tercera! COMENDADOR: Dejadme, a ver lo que puedo. LUJÁN: Dejémoslos, que es mejor. A solas se entenderán.
Váyanse
CASILDA: Mujer soy de un capitán, si vos sois comendador. Y no os acerquéis a mí, porque a bocados y a coces os haré... COMENDADOR: Paso, y sin voces. PERIBÁÑEZ: (¡Ay honra! ¿Qué aguardo aquí? Aparte Mas soy pobre labrador bien será llegar y hablalle pero mejor es matalle.) Perdonad, Comendador, que la honra es encomienda de mayor autoridad. COMENDADOR: ¡Jesús! ¡Muerto soy! ¡Piedad! PERIBÁÑEZ: No temas, querida prenda, mas sígueme por aquí. CASILDA: No te hablo de turbada.
Éntrense. Siéntese el COMENDADOR en una silla
COMENDADOR: Señor, tu sangre sagrada se duela agora de mí, pues me ha dejado la herida pedir perdón a un vasallo.
Sale LEONARDO
LEONARDO: Todo en confusión lo hallo. Ah, Inés! ¿Estás escondida? ¡Inés! COMENDADOR: Voces oigo aquí. ¿Quien llama? LEONARDO: Yo soy, Inés. COMENDADOR: ¡Ay Leonardo! ¿No me ves? LEONARDO: ¿Mi señor? COMENDADOR: Leonardo, sí. LEONARDO: ¿Qué te ha dado? Que parece que muy desmayado estás. COMENDADOR: Dióme la muerte no más. Más el que ofende merece. LEONARDO: ¡Herido! ¿De quién? COMENDADOR: No quiero voces ni venganzas ya. Mi vida en peligro está, sola la del alma espero. No busques ni hagas extremos, pues me han muerto con razón. Llévame a dar confesión y las venganzas dejemos. A Peribáñez perdono. LEONARDO: ¿Que un villano te mató y que no lo vengo yo? Esto siento. COMENDADOR: Yo le abono. No es villano, es caballero; que pues le ceñí la espada con la guarnición dorada, no ha empleado mal su acero. LEONARDO: Vamos, llamaré a la puerta del Remedio. COMENDADOR: Sólo es Dios.
Váyanse. Salen LUJÁN, enharinado; INÉS, PERIBÁÑEZ, y CASILDA
PERIBÁÑEZ: Aquí moriréis los dos. INÉS: Ya estoy, sin heridas, muerta. LUJÁN: Desventurado Luján, ¿dónde podrás esconderte? PERIBÁÑEZ: Ya no se excusa tu muerte. LUJÁN: ¿Por qué, señor capitán? PERIBÁÑEZ: Por fingido segador. INÉS: Y a mí, ¿por qué? PERIBÁÑEZ: Por traidora.
Huya LUJÁN, herido, y luego INÉS
LUJÁN: ¡Muerto soy! INÉS: ¡Prima y señora! CASILDA: No hay sangre donde hay honor. PERIBÁÑEZ: Cayeron en el portal. CASILDA: Muy justo ha sido el castigo. PERIBÁÑEZ: ¿No irás, Casilda, conmigo? CASILDA: Tuya soy al bien o al mal. PERIBÁÑEZ: A las ancas desa yegua amanecerás conmigo en Toledo. CASILDA: Y a pie, digo. PERIBÁÑEZ: Tierra en medio es buena tregua en todo acontecimiento, y no aguardar al rigor. CASILDA: Dios haya al Comendador. Matóle su atrevimiento.
Vanse. Salen el REY Enrique y el CONDESTABLE
REY: Alégrame de ver con qué alegría Castilla toda a la jornada viene. CONDESTABLE: Aborrecen, señor, la monarquía que en nuestra España el africano tiene. REY: Libre pienso dejar la Andalucía, si el ejército nuestro se previene, antes que el duro invierno con su hielo cubra los campos y enternezca el suelo. Iréis, Juan de Velasco, previniendo, pues que la Vega da lugar bastante, el alarde famoso que pretendo, por que la fama del concurso espante por ese Tajo aurífero, y subiendo al muro por escalas de diamante, mire de pabellones y de tiendas otro Toledo por las verdes sendas. Tiemble en Granada el atrevido moro de las rojas banderas y pendones. Convierta su alegría en triste lloro. CONDESTABLE: Hoy me verás formar los escuadrones. REY: La Reina viene, su presencia adoro. No ayuda mal en estas ocasiones.
Salen la REINA y acompañamiento
REINA: Si es de importancia, volveréme luego. REY: Cuando lo sea, que no os vais os ruego. ¿Qué puedo yo tratar de paz, señora, en que vos no podáis darme consejo? Y si es de guerra lo que trato agora, ¿cuándo con vos, mi bien, no me aconsejo? ¿Cómo queda don Juan? REINA: Por veros llora. REY: Guárdele Dios, que es un divino espejo donde se ven agora retratados, mejor que los presentes, los pasados. REINA: El príncipe don Juan es hijo vuestro; con esto sólo encarecido queda. REY: Mas con decir que es vuestro, siendo nuestro, él mismo dice la virtud que hereda. REINA: Hágale el cielo en imitaros diestro, que con esto no más que le conceda, le ha dado todo el bien que le deseo. REY: De vuestro generoso amor lo creo. REINA: Como tiene dos años, le quisiera de edad que esta jornada acompañara vuestras banderas. REY: ¡Ojalá pudiera, y a ensalzar la de Cristo comenzara!
Sale GÓMEZ Manrique
[REY:] ¿Qué caja es esa? GÓMEZ: Gente de la Vera y Extremadura. CONDESTABLE: De Guadalajara y Atienza pasa gente. REY: ¿Y la de Ocaña? GÓMEZ: Quédase atrás por una triste hazaña. REY: ¿Cómo? GÓMEZ: Dice la gente que ha llegado que a don Fadrique un labrador ha muerto. REY: ¿A don Fadrique y al mejor soldado que trujo roja cruz? REINA: ¿Cierto? GÓMEZ: Y muy cierto. REY: En el alma, señora, me ha pesado. ¿Cómo fue tan notable desconcierto? GÓMEZ: Por celos. REY: ¿Fueron justos? GÓMEZ: Fueron locos. REINA: Celos, señor, y cuerdos, habrá pocos. REY: ¿Está preso el villano? GÓMEZ: Huyóse luego con su mujer. REY: ¡Qué desvergüenza extraña! ¿Con estas nuevas a Toledo llego? ¿Así de mi justicia tiembla España? Dad un pregón en la ciudad, os ruego, Madrid, Segovia, Talavera, Ocaña. que a quien los diere presos, o sean muertos, tendrán de renta mil escudos ciertos. Id luego y que ninguno los encubra ni pueda dar sustento ni otra cosa, so pena de la vida. GÓMEZ: Voy.
Vase
REY: ¡Que cubra el cielo aquella mano rigurosa! REINA: Confïad que tan presto se descubra, cuanto llega la fama codiciosa del oro prometido.
Sale un PAJE
PAJE: Aquí está Arceo, acabado el guión. REY: Verle deseo.
Sale un SECRETARIO con un pendón rojo, y en él las armas de Castilla con una mano arriba que tiene una espada, y en la otra banda un Cristo crucificado
SECRETARIO: Éste es, señor, el guión. REY: Mostrad. Paréceme bien, que este capitán también lo fue de mi redención. REINA: ¿Qué dicen las letras? REY: Dicen: Juzga tu causa, Señor. REINA: Palabras son de temor. REY: Y es razón que atemoricen. REINA: Desotra parte ¿qué está? REY: El castillo y el león, y esta mano por blasón, que va castigando ya. REINA: ¿La letra? REY: Sólo mi nombre. REINA: ¿Cómo? REY: Enrique Justiciero, que ya, en lugar del Tercero, quiero que este nombre asombre.
Sale GÓMEZ
GÓMEZ: Ya se van dando pregones, con llanto de la ciudad. REINA: Las piedras mueve a piedad. REY: ¡Basta que los azadones a las cruces de Santiago se igualan! ¿Cómo o por dónde? REINA: ¡Triste dél si no se esconde! REY: Voto y juramento hago de hacer en él un castigo que ponga al mundo temor.
Sale Un PAJE
PAJE: Aquí dice un labrador que le importa hablar contigo.
Sale PERIBÁÑEZ, todo de labrador, con capa larga y su mujer
REY: Señora, tomemos sillas. CONDESTABLE: Éste algún aviso es. PERIBÁÑEZ: Dame, gran señor, tus pies. REY: Habla, y no estés de rodillas. PERIBÁÑEZ: ¿Cómo, señor, puedo hablar, si me ha faltado la habla y turbados los sentidos después que miré tu cara? Pero, siéndome forzoso, con la justa confïanza que tengo de tu justicia, comienzo tales palabras. Yo soy Peribáñez REY: ¿Quién? PERIBÁÑEZ: Peribáñez, el de Ocaña. REY: ¡Matalde, guardas, matalde! REINA: No en mis ojos. Tenéos, guardas. REY: Tened respeto a la Reina. PERIBÁÑEZ: Pues ya que matarme mandas, ¿no me oirás siquiera, Enrique, pues Justiciero te llaman? REINA: Bien dice. Oílde, señor. REY: Bien decís; no me acordaba que las partes se han de oír, y más cuando son tan flacas. Prosigue. PERIBÁÑEZ: Yo soy un hombre, aunque de villana casta, limpio de sangre, y jamás de hebrea o mora manchada. Fui el mejor de mis iguales, y en cuantas cosas trataban me dieron primero voto, y truje seis años vara. Caséme con la que ves, también limpia, aunque villana, virtuosa, si la ha visto la envidia asida a la fama. El Comendador Fadrique, de vuesa villa de Ocaña, señor y Comendador, dio, como mozo, en amarla. Fingiendo que por servicios, honró mis humildes casas de unos reposteros, que eran cubiertos de tales cargas. Dióme un par de mulas buenas, mas no tan buenas que sacan este carro de mi honra de los lodos de mi infamia. Con esto intentó una noche, que ausente de Ocaña estaba, forzar mi mujer, mas fuese con la esperanza burlada. Vine yo, súpelo todo, y de las paredes bajas quité las armas que al toro pudieran servir de capa. Advertí mejor su intento, mas llamóme una mañana y díjome que tenía de Vuestras Altezas cartas para que con gente alguna le sirviese esta jornada. En fin, de cien labradores me dio la valiente escuadra. Con nombre de capitán salí con ellos de Ocaña; y como vi que de noche era mi deshonra clara, en una yegua a las diez de vuelta en mi casa estaba; que oí decir a un hidalgo que era bienaventuranza tener en las ocasiones dos yeguas buenas en casa. Hallé mis puertas rompidas y mi mujer destocada, como corderilla simple que está del lobo en las garras. Dio voces, llegué, saqué la misma daga y espada que ceñí para servirte, no para tan triste hazaña; paséle el pecho, y entonces dejó la cordera blanca, porque yo, como pastor, supe del lobo quitarla. Vine a Toledo y hallé que por mi cabeza daban mil escudos, y así quise que mi Casilda me traiga. Hazle esta merced, señor, que es quien agora la gana, porque viuda de mí, no pierda prenda tan alta. REY: ¿Qué os parece? REINA: Que he llorado, que es la respuesta que basta para ver que no es delito, sino valor. REY: ¡Cosa extraña! ¡Que un labrador tan humilde estime tanto su fama! ¡Vive Dios que no es razón matarle! Yo le hago gracia de la vida. Mas ¿qué digo? Esto justicia se llama. Y a un hombre deste valor le quiero en esta jornada por capitán de la gente misma que sacó de Ocaña. Den a su mujer la renta, y cúmplase mi palabra; y después desta ocasión, para la defensa y guarda de su persona, le doy licencia de traer armas defensivas y ofensivas. PERIBÁÑEZ: Con razón todos te llaman don Enrique el Justiciero. REINA: A vos, labradora honrada, os mando de mis vestidos cuatro, por que andéis con galas, siendo mujer de soldado. PERIBÁÑEZ: Senado, con esto acaba la tragicomedia insigne del Comendador de Ocaña.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002