PÉRDIDA Y RESTAURACIÓN

DE LA BAHÍA DE TODOS SANTOS

 

De Juan Antonio Correa
Edición electrónica de Ricardo Castells

 

 

Personas que hablan en ella:

 

• El gobernador DIEGODEMENDOZA

• Capitán ANTONIO DE MENDOZA, su hijo

• SOLDADOS HOLANDESES

• SOLDADOS PORTUGUESES

• El GENERAL HOLANDÉS

• RUGERO, capitán holandés

• Dos MUJERES PORTUGUESAS [María y Daphne]

• RIGEPE, capitán holandés

• GILBERTO, capitán holandés

• SIMÓN, capitán holandés

• GUILLERMO, capitán holandés

• EL OBISPO de la Bahía

• HUGO ANTONIO, holandés

• FRANCISCO DUSQUÉN, holandés

• Don FADRIQUE DE TOLEDO, general

• Don FRANCISCO DE MORA, gobernador

• Don PEDRO OSORIO

• MARQUÉS DE TORRECUSO

• ANTONIO MUÑIZ BARRETO

• Don LORENZO DE ORELLANA

• Don FRANCISCO DE FARO

• MARQUÉS DE COPRANI

• ESPAÑA

• LA FAMA

• Don FRANCISCO DE ALMERÍA

 

 

JORNADA PRIMERA

 

 

Tocan cajas y ruido de batalla dentro con estas voces:

 

 

VOZ 1:        ¡Viva España!

VOZ 2:                  ¡Holanda viva!

VOZ 1:        ¡Victoria, victoria Holanda!

VOZ 2:        ¡Viva Mauricio!

 

 

Sale con bastón y la espada desnuda el gobernador

DIEGO DE MENDOZA HURTADO.

 

 

GOBERNADOR:                  ¡No viva,

viva Filipo de España!

Ea, valientes soldados,     

ahora el ánimo falta:

¿no es mejor morir con honra,

que vivir con esta infamia?

Volved la cara, mirad,

que si no volvéis la cara,

que por la espalda morís,

que es muerte volver la espalda.

Si la muerte halla lugar

con la huïda no la haya,

con volver recuperáis

lo que con huir se alcanza.

Cuando el furibundo toro

tras el hombre tierra escarba,

sobando la capa el hombre,

se entretiene con la capa,

y divertido con ella,

de suerte en ella se enlaza,

que si vuelve el hombre puede

sujetarle su arrogancia.

El holandés divertido

está ahora con las capas,

porque como ve que huïs,

no teme suerte contraria.

Muchos son, pero son pocos

que muchos cuelgan las armas,

divertidos en los robos,

olvidadas las espadas.

Demos sobre ellos, que Dios

favorecerá su causa,

y si nos halla la muerte,

¿qué suerte a la nuestra iguala?

Ea, invictos portugueses,

honor y gloria os agurada,

si vencéis o si morís,

pero no aprovecha nada.

Huyendo van, y tras ellos

los holandeses, que alcanzan

la victoria con honor,

dejándonos con infamia.

Pues vive Dios, enemigos,

que no he de volver la cara,

ni la espada he de dejar,

si no me deja la espada.

 

 

Sale desnuda la espada el capitán ANTONIO DE MENDOZA, su hijo.

 

 

ANTONIO:      ¿Adónde vais, portugueses,

perdiendo la antigua fama,

por estimar vuestras vidas,

que más con la muerte ganan?

Ea, lusitanos, a ellos.

GOBERNADOR:  ¿Qué hay, hijo?

ANTONIO:                     Padre, desgracias,

que toda la gente huye,

y la tierra desampara.

Con esta espada en la mano

me arrojé, señor, al agua,

por defender, que no entrasen

al fuerte nuevo dos lanchas,

mas poco me aprovechó,

que solo no pude nada

yo con Lorenzo de Brito,

que ha hecho grandes hazañas.

El poder del enemigo

al nuestro flaco aventaja,

todos huyen, que no pueden

resistir, señor, sus armas,

pero yo quiero morir

antes de volver la espalda.

 

 

Éntrase.

 

 

GOBERNADOR:  Ah, hijo, ¡qué bien conoces

las honras que hoy alcanzas

con la muerte que procuras,

ganando una eterna fama!

Seguidle, nobles soldados,

seguidle, tomad las armas,

pues de esta suerte os anima,

y apenas conoce barba.

¡Qué bravamente pelea!

¡Cómo hiere y despedaza!

¡Y allí Lorenzo de Brito,

como matiza su espada!

¡Ah, valientes portugueses,

cántese vuestra alabanza,

que a tan valientes soldados

siempre alabanzas se cantan!

Mas aquí vienen huyendo:

¿dónde volvéis las espaldas,

nobles soldados? ¿Qué es esto?

¿Qué sentencia os amenaza?

 

 

Salen SOLDADOS huyendo.

 

 

SOLDADO 1:    ¿Qué hay que esperar sin remedio?

SOLDADO 2:    También huïr es hazaña

cuando el poder es tan poco.

GOBERNADOR:  Ahora es huir la infamia.

SOLDADO 1:    La muerte es fuerza temerla.

GOBERNADOR:  No, si fuere tan honrada.

SOLDADO 2:    No hay remedio, sino huir.

 

 

Éntranse, y salen tras ellos SOLDADOS HOLANDESES y el GENERAL. 

 

 

GENERAL:      Dejadlos, puente de plata

              se ha de hacer al enemigo.

SOLD. HOL. 1:  Síguele, señor, ¿qué aguardas?

GENERAL:      Las espaldas no se siguen,

que basta verlas espaldar.

GOBERNADOR:  Lo mejor es defenderte,

que esta soberbia arrogancia

veré rendida a mis pies,

aunque ya victoria cantas.

Si porque miras huïda

parte de la gente ensanchas

hoy el pecho, y victorioso

te prometes tanta fama,

engañado estás, que en mí

sobra lo que en ellos falta,

y solo espero cobrar

lo que tú hasta ahora ganas.

SOLD. HOL. 1:  Muera.

SOLD. HOL. 2.      Muera.

GENERAL:                     Deteneos,

nadie pase de esta raya.

Estimo haberte encontrado,

que por Dios que me pesaba

de no verte, que entendía

que la vida te faltaba.

Mi gente es mucha, y la tuya

poca y con defensa flaca,

mía la victoria es,

ganela por la ventaja

de la gente, que a la tuya,

como he dicho, aventajaba.

La vida te quiero dar,

porque la muerte no halla

lugar en pechos tendidos,

y vete donde te aguarda

tu gente; deja soberbias,

pues que las ves humilladas.

GOBERNADOR:  Primero verás del cuerpo

abiertas cien mil ventanas,

por donde salga inmortal

el alma a la eterna fama,

que mi espada se te rinda.

SOLD. HOL. 1:  Matémosle, ¿qué se aguarda?

GOBERNADOR:  Moriréis primero todos

abrasados en las llamas

de mi lealtad ofrecida

al Cuarto León de España.

 

 

Éntranse acuchillando, y queda el GENERAL. 

 

 

GENERAL:      Nadie le tire, que quiero

vivo mirar su arrogancia,

y al que preso le trujere,

mando una joya bizarra.

Bravamente se defiende,

y a todos lleva ventaja,

esto me compete a mí,

pues hasta el cielo se guarda

de mi cólera y enojo.

¡Viva Holanda, muera España!

 

 

Éntrase y sale RUGERO, capitán holandés,

con la MUJER PRIMERA [MARÍA].

 

 

MUJER 1:      ¿Hay desdicha semejante?

RUGERO:       No lo tengas a desdicha,

señora, alaba tu dicha.

MUJER 1:      Soy mujer, y soy diamante,

suelta, bárbaro arrogante,

porque primero la vida

verás del todo perdida,

que alcances lo que deseas.

RUGERO:       Que soy Tarquino no creas;

si tú, Lucrecia, ofendida.

Entre el confuso rumor

de este saco pude verte,

arriesgueme a defenderte

de algún bárbaro rigor.

La piedad fue, no el amor,

porque al verte maltratar,

sentía el el alma abrasar

helándose el corazón.

Y entre tanta confusión

todo ha sido pelear.

Mi estrella sin duda es,

señora, la que me inclina

a adorar tu pregrina

belleza, como lo ves.

Rendido estoy a tus pies,

que tienes tanto poder,

que al que aquí supo vencer

a tantos hombres rendiste.

Y pues ansí me venciste,

esclavo tuyo he de ser,

fortuna te cautivó,

sucesos son de la guerra.

Salí del mar a la tierra,

y en ella amor me venció;

dueño y esclavo soy yo,

y aunque eres esclava mía,

no temas descortesía,

aunque me obligue el amor,

porque en mí templa el rigor,

señora, la cortesía.

Es mi patria Ingalaterra,

pero no la de mi padre,

porque España fue su madre,

aunque España le destierra.

El alma, que el cuerpo encierra,

sigue la cristiana fe,

si lo contrario se ve,

es que quiero de esta suerte

disimular, que la muerte

por  lo contrario tendré.

Conmigo a mi tierra irás,

mi bien, si mi amor te agrada,

y en mi poder estimada

cuánto te quiero verás.

Una fe me pagarás

de tantos años, señora,

porque el alma que te adora

mucho antes de nacer

se sujetó a tu poder

todo el poder que atesora.

Y cuando no quiera darme    

justa paga tu rigor,

no querré yo otra mayor,

que siempre a tu lado hallarme,

con mirarte, y con mirarme

me contento, por tu gusto,

que desde hoy con él me ajusto,

mi señora, y bien, de suerte,

que antes me daré la muerte,

que darte el menor disgusto.

MUJER 1:      Inglés, o español cortés,

cual dice la cortesía,

que la que usas este día

es de español, no de inglés.

Tu esclava soy, y a tus pies

estoy rendida, y si hallé

cortesía en ti, podré

pedirte, aunque no te cuadre,

que mires un viejo padre,

que casi muerto dejé.

Ansí (si cristiano eres)

en Ingalaterra veas

la santa fe que deseas,

por vivir como tú quieres.

Que pues darme gusto quieres,

me lleves donde me hallaste,

porque la vida quitaste

a un viejo con mi partida,

que como era yo su vida,

trayéndome le mataste;

con esto me obligarás

a que, señor…

RIGEPE:                 No prosigas.

MUJER 1:      Ten lástima.

RUGERO:                 Más no digas,

que en esto quien soy verás.

Conmigo y tu padre irás

a Holanda, o Ingalaterra,

en dando fin a la guerra,

donde señora has de ser,

y veré si mi poder

alcanza más en mi tierra.

MUJER 1:      Tu esclava soy.

RUGERO:                      Mi señora.

MUJER 1:      A tu gusto estoy rendida.

RUGERO:       Eres dueño de mi vida,

que de tal suerte te adora

el alma, que te atesora,

que sólo con no perderte,

me contento con tenerte.

 

 

Salen DOS SOLDADOS HOLANDESES, asidos de una cadena

y DOS [SOLDADOS HOLANDESES] de una bolsa.

 

 

SOLDADO 1:    Suelta la cadena.

SOLDADO 2:                   Antes

verás blandos sus diamantes.

SOLDADO 1:     ¿Vienes buscando tu muerte?

SOLDADO 3:    Aqueste dinero es mío,

pues yo primero le hallé.

SOLDADO 4:   Mío ha de ser, que podré

humillarte aqueste brío.

SOLDADO 1:    No porfíes.

SOLDADO 2:              Sí porfío.

SOLDADO 3:    No te canses.

SOLDADO 4:              Tú te cansas.

SOLDADO 1:    Teme al furor las venganzas.

SOLDADO 2:    Teme el rigor que conoces

en mí, pues sabes que a coces

sujeto del mar mudanzas.

RUGERO:       Hola, soldados, tened.

¿Sobre qué es esta cuestión?

SOLDADO 1:    Sobre qué en esta ocasión.

RUGERO:       La cólera suspended.

TODOS:        Yo primero gané.

RUGERO:                      Oíd.

LOS DOS:      Esta cadena.

LOS DOS:                     El dinero.

RUGERO:       Callad, concertar os quiero

de aquesta suerte, advirtid:

quebremos esta cadena,

y lleve uno la mitad,

tomad vos, y vos tomad.

SOLDADO 1:    A tu voluntad lo ordene.

SOLDADO 2:    Contento estoy por tu gusto,

noble Capitán Rugero.  

 

 

Éntranse los DOS [SOLDADOS].

 

 

RUGERO:       También repartiros quiero

el dinero.

SOLDADO 3:              Yo me ajusto

a lo que ordenares.

SOLDADO 4:                        Yo

a tu gusto estoy sujeto.

RUGERO:       Repartido está en efecto:

tomad.

SOLDADO 4:         ¡Qué bien lo ordenó!

SOLDADO 3:    Si por tu gusto quedara,

sin duda contento fuera.     Éntrase.

SOLDADO 4:    Si tu mano no me diera

parte de él me contentara. Éntrase.

 

RUGERO:       Todos buscan los despojos

de plata, de oro y de perlas,

yo solo quiero cogerlas

en tus manos, boca y ojos.

 

 

Sale RIGEPE, capitán holandés.

 

 

RIGEPE:       ¡Que no la he podido hallar!

Pero qué digo:ésta es

la que ha rendido a sus pies

mi furor.

 

Han estado hablando.

 

MUJER 1:                Vele a buscar.

RUGERO:       Ven conmigo, porque veas

la diligencia que hago.

MUJER 1:      Ya de ti me satisfago.

RUGERO:       Que soy holandés no creas.

RIGEPE:       O, Rugero, ¿dónde bueno

con tales despojos vais?

¡Ay, ojos, que me matáis,

porque es el veros veneno!

RUGERO:       Esto con el saco cogí,

y con ello me contento.

RIGEPE:       Yo trocara el pensamiento,

pues que me saca de mí.

Entre las armas, Rugero,

pude ver esta mujer.

Tiene amor tanto poder,

que entre ella y el rapaz fiero

se entró, al pecho tirando,

rindió el alma, y por despojos

la sacrificó a los ojos,

y quedáronse abrasando,

y si feriarme queréis,

Rugero…

RUGERO:                 Tened, no vais

adelante, que pasáis

del término que debéis.

Si cautiva fuera mía,

por ningún precio la diera,

si amor muerto no me hubiera,    

hiciéralo en cortesía,

pero ya de suerte estoy

que Alejandro no seré,

sin en vos Apeles se ve.

Quedad con Dios, y yo os doy

mi palalabra de serviros

en todo lo que mandéis.

 

 

Éntrase con la MUJER.

 

 

RIGEPE:       Pues vive Dios, que veréis

que ejecuto mis suspiros.

¿Cómo que Rugero lleve

la mujer a quien adoro,

y que a perderme el decoro,

cuando la pido, se atreve?

Pues Rigepe no seré

el francés, si no la gozo:

afuera honrado rebozo,

por fuerza la gozaré.

 

 

Tocan cajas, y sale el GENERAL HOLANDÉS, GILBERTO, SIMÓN, capitanes, y DIEGODEMENDOZA y su HIJO presos.

 

 

GENERAL:      Con tan valientes soldados,

oh, capitanes famosos,

no es mucho ser victoriosos,

y en el mundo celebrados.

Oh, Ripepe valeroso,

¿cómo con la guerra va?

RIGEPE:       Señor, como quien está

a tu sombra victorioso.

GENERAL:      Gilberto, déme los brazos;

llegue Simón Fren.

GILBERTO:                         Señor,

vueseñoría el valor

acrecienta en estos lazos.

GENERAL:      ¿Ha habido muchos despojos?

SIMÓN.        Servir a Su Alteza estimo.

RIGEPE:       (Yo a servir también me animo, Aparte.

quien me mató con los ojos.)     

GENERAL:      ¿Tú pensabas defenderte

del valor de aquestos brazos?

ANTONIO:      Yo los hiciera pedazos

si aquí pudiera cogerte.    

GENERAL:      Primero a España tendré

puesta debajo los pies

del valeroso holandés.

Primero el mundo veré

ser suyo, y por mí ganado

con mi esfuerzo sin igual.

¿Sabes que soy inmortal,

que no temo adverso hado?

Si entre romanos naciera,

todo el mundo me adorara,

que si mi valor mirara,

por su Dios me conociera.

ANTONIO:      (La soberbia te dará, Aparte.

el premio bien merecido,

pues tan desdichado he sido,

que mi mano no lo da.)

GOBERNADOR:  ¿Sabes por qué conseguiste

la victoria que alcanzaste?

Porque sin gente me hallaste,

que por eso me venciste.

GENERAL:      ¿Sabes tú de qué me pesa?

De ue mucha no estuviera

en la Bahía, en que diera

mayor victoria a Su Alteza.

SIMÓN.        (¡Qué soberbio está!) Aparte.

GILBERTO:                         (¿Pues cuándo

no lo fue de aquesta suerte?) Aparte.

GOBERNADOR:  (¿Adónde estás, fiera muerte?, Aparte.

que huyes si te están llamando.)

ANTONIO:      Vueseñoría no sienta

de esa suerte estar vencido,

que haciendo lo que ha podido,

nuestra victoria alienta.

GENERAL:      Vuesas mercedes irán

a Holanda con dos navíos,

en cuyos cables los bríos

de estos dos amansarán,

y mostrarán a Su Alteza

la victoria que alcancé,

que el orbe todo a su pie

ha de ser pequeña empresa.

Que en señal de mi deseo    

estas dos prendas le envío,

que aumentan el señorío

de su estado en tal trofeo.

Lo que pasa han [de] decir,

que yo solo escribiré

cómo la ciudad gané,

vamos, que quiero escribir.

GILBERTO:     Ordene, vueseñoría,

lo que mandare.

SIMÓN.                       A tu gusto

me sujeto, como es justo.

GENERAL:      Estimo esa cortesía.

 

 

Vayan entrando con cortesías.

 

 

GOBERNADOR:  (¡Ha estado del mundo incierto Aparte.

que puesto vuelves la rueda!)    

ANTONIO:      La fortuna no está queda,

más valiera quedar muerto.

 

Éntranse, y queda RIGEPE. 

 

 

RIGEPE:       Y yo sólo divertido

en la belleza que adoro,

no estimo la plata y oro,

sino el haberlo perdido.

 

    

Éntrase, y sale GUILLERMO, capitán holandés, forcejeando

con la MUJER SEGUNDA [Daphne].

 

 

MUJER 2:      Rompe este pecho, traidor,

y harás entonces tu gusto.

GUILLERMO:    No lo consiente el amor,

que no soy yo tan injusto,

ni tengo tanto rigor.

MUJER 2:      ¿Pues qué pretendes?

GUILLERMO:                        Pretendo

obligarte.

MUJER 2:                Yo me ofendo.

GUILLERMO:    Advierte que eres mujer,

y que estás en mi poder.

MUJER 2:      Mi honor, no vida, defiendo.

GUILLERMO:    De esta guerra sólo a ti

saqué, de que estoy contento,

porque luego que te vi

cesó Marte, y al tormento

de amor cruel me rendí.

Pues eres mía, mi bien,

no me trates con desdén

ya que en mi poder estás,

que con él me obligarás

a usar de rigor también.

MUJER 2:      ¿De rigor? Prueba los brazos,

y en ellos verás, traidor,

tu rigor hecho pedazos,

y que a tu rigor mi honor

envuelve en funestos lazos.

Y si le quieres probar,

mándame una espada dar,

y verás esta amazona

sin arco, y flecha Belona,

que su honor sabe guardar.

GUILLERMO:    Sin espada me mataste,

flechas de amor me tiraste,

¿son armas de aquesta tierra?

Lo que no hizo la guerra

tú sin guerra lo acabaste.

Cautiva estás, ten por dicha,

que entre tan fiera desdicha

te ofrezco ser mi señora,

premia un alma que te adora,

y sigue en esto tu dicha,

ea, mi bien.

MUJER 2:                Ten la mano,

bárbaro, atrevido, loco.

GUILLERMO:    Acaba.

MUJER 2:           Suelta, villano,

que la vida estimo en poco

cuando con la muerte gano.

GUILLERMO:    ¡De que me obligues me pesa;

ah, rigor!

MUJER 2:                Soy portuguesa.

GUILLERMO:    Pues allá vive el amor.

MUJER 2:      Sí vive, mas con honor.

GUILLERMO:    He de conseguir mi empresa.

Ea, que ya me provoca

tu desdén a maltratarte.

MUJER 2:      Al cielo mi pecho invoca.

GUILLERMO:    Alcanzaré sin matarte

lo que me niega tu boca.

MUJER 2:      Socorredme, cielo santo,    

rompa esas puertas mi llanto.

 

 

Sale el GENERAL HOLANDÉS.

 

 

GENERAL:      ¿Qué voces oigo? ¿Qué es esto?

MUJER 2:      Un bárbaro del compuesto.

GUILLERMO:    Un amor, que puede tanto.

MUJER 2:      ¿No ha dos horas que me viste,

y dices que amor te fuerza?

Mientes.

GUILLERMO:              No ves que consiste

el amar, de ver, y es fuerza

que ninguno la resiste. De rodillas.

MUJER 2:      Victorioso general,

pues Dios te ha dado victoria,

remedia, señor, mi mal,

con que alcanzarás más gloria,

siendo tu fama inmortal.

Mujer soy, y en cortesía

debes en tanta porfía

amparar a las mujeres,

con que mayor honra adquieres

que en la victoria este día.

GENERAL:      (¡Qué bella mujer!) Aparte.

MUJER 2:                          Mi honor

pongo, señor, en tu mano,

no permitas...

GENERAL:                     (¡Ay, amor!) Aparte.

MUJER 2:      Qué bien...

GENERAL:                (Eres tirano.) Aparte.

MUJER 2:      ¡Con las mujeres rigor!

GUILLERMO:    (¿Parece que al general  Aparte.

no le ha parecido mal?

Templesu apetito aquí,

porque si me agravia a mí,

me ha de hacer amor su igual.)

GENERAL:      (¡Muerto estoy! ¡Qué bellos ojos! Aparte.

¿Pero qué digo? ¿No puedo

yo escoger estos despojos

para mí? Mas tengo miedo

de darle a Guillermo enojos.)

MUJER 2:      Permite, señor...

GENERAL:                     (¿Qué haré?) Aparte.

MUJER 2:      Que me vaya...

GENERAL:                     (No podré.) Aparte.

MUJER 2:      De tu favor amparada,            

a buscar mi madre amada.

GUILLERMO:    (De sus brazos la saqué,     Aparte.

y vive Dios de gozalla,

aunque me cueste la vida.)

GENERAL:      (¿Corazón, podré dejarla? Aparte.

No, que está el alma rendida,

que amor pudo sujertarla.

¡Que entre las armas amor

también use sus rigores!

¡Y ejecute su furor,

y que haya entre ellas amores,

olvidándose el valor!

No me sé determinar,

que no la podré quitar

a Guillermo, ni es razón,

pero en aquesta ocasión

tendrá la industria lugar.)

Portuguesa, no temáis,

que aunque holandeses miráis

que poseen vuestra tierra,

para mujeres no hay guerra,

(sino la que vos nos dais). Aparte.

GUILLERMO:    (Corazón, ¿de qué tembláis?) Aparte.

GENERAL:      (Mi remedio voy buscando, Aparte.

que se está el alma abrasando.)

MUJER 2:      Piedad quiero hallar en ti.

GENERAL:      (Amor hallará en mí.) Aparte.

GUILLERMO:    (Amor me está atormentando.) Aparte.

GENERAL:      ¿Señor Guillermo?

GUILLERMO:                   ¿Qué manda

vueseñoría?

GENERAL:                     Aquí anda

lejos el valor.

GUILLERMO:                   Es fuerza.

GENERAL:      Vueseñoría no tuerza

su fama: si se desmanda

con una mujer rendida,

más pierde de lo que gana.

GUILLERMO:    ¡Hame quitado la vida!

GENERAL:      Dejándola, es cosa llana,

que no la tendrá perdida.

No cometamos excesos,

que en la guerra hay mil sucesos,

y es rueda al fin la fortuna.

Advierta que no es ninguna

hazaña afligir los presos.

GUILLERMO:    Dispóngome a obedecer.

 

 

Éntrase GUILLERMO. 

 

 

GENERAL:      No temas nada, mujer.

MUJER 2:      No temo con tu favor.

GENERAL:      (Yo gozaré de tu amor, Aparte.

pues ya estás en mi poder.)

 

 

Éntranse, tocan cajas, y sale EL OBISPO, armado, y SOLDADOS.

 

 

OBISPO:       Hoy es el día, nobles portugueses,

que a nuestro portugués Antonio Santo

la Iglesia fiestas hace; hoy los arneses

habemos de probar, retumbe el canto.

Descuidados están los holandeses,

su descuido será su eterno llanto.

Hoy alcanzamos célebre victoria,

o con felice muerte eterna gloria.

Si no os obliga (¡ay, cielo! no lo creo)

ver de ajeno poder vuestras haciendas,

y habéis bebido el agua del Letheo,

para con los amigos dulces prendas,

muévaos el ver un bárbaro trofeo.

Las imágenes santas por las tiendas,

los conventos y altares profanados,

en los templos sagrados mil pecados.

Su Majestad (a quien el cielo guarde

para aumentar la fe, de que el columna)

no tengáis miedo, que al socorro tarde

dos meses, sujetad a la fortuna,

presto veréis llegar bélico alarde,

que España ha de enviar, sin duda alguna

lo perdido veréis recuperado,

y tal atrevimiento castigado.

En tanto, pues, que llega a sus oídos

nuestra desgracia (que eso sólo tarda

el socorro) pues veis entretenidos

los enemigos en el saco, arda

nuestra tierra con bélicos gemidos,

retumbe el arcabuz, flecha, y bombarda,

no le demos sosiego, y de esta suerte,

tendremos libertad, u honrada muerte.

SOLDADO 1:    Todos, señor, estamos alentados

a morir, y servir a vueseñoría.

SOLDADO 2:    Los Alpes parecieran bellos prados

para pasarlos en su compañía.

SOLDADO 1:    Mande vueseñoría a estos soldados,   

que sus vidas le ofrecen a porfía,

que el cielo las guardó en peligro tanto

para causar a Holanda eterno llanto.

OBISPO:       ¡Oh, invictos portugueses, decir puedo,

que el mundo todo tiembla de este nombre!

Jamás en vuestros pechos entró el miedo,

ni hay peligro ninguno que os asombre:

hoy entro en la Bahía, o muerto quedo.

SOLDADO 2:    A tu sombra se gana eterno nombre.

OBISPO:       Con soldados tan buenos me prometo

dichoso fin con un felice efecto.

Soy sacerdote para encomendaros

a Dios, que quiera aquí favoreceros,

y soldado seré para animaros,

el pecho ofreceré por defenderos.

La vida os doy, no tengo más que daros,

mi vida, y libertad quiero ofreceros.

Portugal ha de ser siempre invencible,

emprended esta empresa, aunque es terrible.

Dejadme aquí apartar, que quiero a solas

rogar a Dios nos dé feliz victoria.

SOLDADO 1:    Bien tu virtud abonas, y a crisolas

en este trance que te ofrece gloria.

OBISPO:       En mis ojos haré pujantes olas,

por ser obra a mi Dios tan meritoria,

que son ganzúas, lágrimas del cielo,

que abren sus puertas desde el mismo suelo.

¡O Trinidad unida en una esencia,

soberno Señor, cuyos secretos

no alcanza el hombre con la humana ciencia,

si de causas ocultas mira efectos!

Tú que por tu divina providencia

abres al mar caminos tan peligrosos,

queriendo que tu pueblo libre sea,

y su tierra por él dichoso vea.

A tu pueblo, Señor, vuelve los ojos,

sin mirar los pecados que son causa

de que vean ajenos sus despojos.

Cese el rigor, tenga el castigo pausa,

perdón piden de haberte dado enojos,

arrepentidos ya viendo que causa

en tu Divinidad su sinjusticia,

que el ramo de la oliva sea justicia.

En los templos sagrados, que servían

de cantar himnos, cánticos sagrados,

por mis pecados cánticos se oían

que mostraban estaban profanados.

Cese, Señor, la ira, y si pedían

más atroces castigos mis pecados,

páguelo yo, que no tus templos santos,

el culto se celebre en dulces cantos.

SOLDADO 1:    Los negros se alborotan, flechas tiran,

algo deben de ver, a ellos vamos.

OBISPO:       Dios le dé favor, que a él aspiran.

SOLDADO 2:    Peleando están con ellos, ¿qué aguardamos?

SOLDADO 1:    Y ya los enemigos se retiran.

SOLDADO 2:    San Antonio, en su día apellidamos.

OBISPO:       Al arma, pues, cobremos nuestra tierra.

TODOS.        ¡Al arma, al arma, guerra, guerra, guerra!

 

 

Éntranse con ruido, y sale por otra parte el GENERAL

HOLANDÉS, RUGERO, RIGEPE y GUILLERMO. 

 

 

GENERAL:      De aquesta suerte quedará más fuerte

la ciudad, por si acaso es necesario.

RIGEPE:       Hagan fosos, señor, que de esta suerte

será estarnos a juicio temerario.

 

    

Sale UN SOLDADO herido, y cae a sus pies.

 

 

HOLANDÉS:     Muerto estoy.

GENERAL:                     ¿Qué es aquesto?

HOLANDÉS:     Es ya mi muerte.

Ese que llaman obispo,

los cristianos, que aquí estaba,

viendo la tierra perdida

de ellos, porque tú la ganas,

se huyó al Mato, de adonde

con un ejército baja

de negros, y pocos blancos,

que rige, gobierna y manda,

de manera que parece

que siempre siguió las armas.

Salieron de la ciudad

unos soldados, y estaba

alerta, sobre ellos dio

con una presteza estraña.

Los negros con flechas tiran,

de manera que no escapa     

soldado alguno, a que apunten,

a quien no dejen sin alma.

Otros tan ligeros son,

que al aire tiran, y baja

la flecha ansí despedida,

y el alma del cuerpo aparta.

Hasta el Carmen se llegaron,

adonde estaba una escuadra

de los nuestros, y en la iglesia

a todos con rigor matan.

Han dado infinitas muertes,

¡ay de mí!

GENERAL:                     Murió.

RIGEPE:                           ¿Qué aguardas?

Castiga su atrevimiento.

GUILLERMO:    Toca al arma, toca al arma.

GENERAL:      Yo les cogeré ese perro

que negros gobierna y manda,

y el alma le sacaré.

¡Toca al arma, toca al arma!

RIGEPE:       Plega a Dios que se te vuelva,

al contrario lo que aguardas.

 

 

Éntranse, y hay ruido dentro de guerra, con estas voces.

 

 

VOZ 1.        ¡Viva Don Felipe!

VOZ 2.                            ¡Viva!

VOZ 1.        ¡San Antonio!

VOZ 2.                       ¡España!

VOZ 3.                                ¡Holanda!

OBISPO:       Soldados a retirar,

que todo su poder baja,

bastan por hoy estas muertes,

otras daremos mañana,

que donde el poder es poco,

es la industria necesaria.


 

JORNADA SEGUNDA

 

 

Tocan cajas, salen en orden don PEDRO OSORIO, Maese de Campo; ANTONIO MUÑIZ BARRETO, Maese de Campo; MARQUÉS DE COPRANI, Maese de Campo General; MARQUÉS DE TORRECUSO, Maese de Campo, italiano; Don LORENZO DE ORELLANA, Maese de Campo de la Armada; don FRANCISCO DE MORA, Gobernador; don FADRIQUE DE TOLEDO, General; y ACOMPAÑAMIENTO.

 

 

D. FRANCISCO: Ansí muerto el obispo, me eligieron

por su obernador. 

D. FADRIQUE:                      No se engañaron.

D. FRANCISCO: Y como dueño del bastón me hicieron,

recobrar lo perdido procuraron.

Tan cerca muchas veces estuvieron

de las puertas, que muchos nos mataron,

de los suyos también al llanto eterno,

muchos fueron en postas al infierno.

Y con sólo los pocos portugueses

que vueselencia ve, he ganado el fuerte

de San Antonio, que los holandeses

poseían, en él me hice fuerte,

y allí supe también de unos ingleses,

que a mí se huyeron por huir la muerte,

las fuerzas y poder del enemigo,

poder que le dará mayor castigo.

Son dos mil ochocientos los soldados

que traen de Francia, Holanda, Ingalaterra,

y como en las naciones encontrados

tienen unos con otros civil guerra.

Quinientos negros, de navíos robados,

fía otros que le huyeron de la tierra;

ciento y ochenta piezas que han juntado

de las naves del puerto, que han robado.

Más de sesenta son las que han cogido,

ansí en la mar, como otras, que inocentes

del piélago en que entraron, se han venido

a buscar la Bahía diligentes,

que como el daño no era prevenido,

aquí entraron, y viendo extrañas gentes,

el gusto de llegar a salvamento era.

Nueve navíos por la costa traen,

robando los que el puerto a buscar vienen,

como en la liga pajarillos caen,

que por seguros de paz acá se tienen,

con engaños y fuerzas los atraen,

que por aquí ningunos se previenen,

dejando munición, su fuerza y maña

para la costa bélica de España.

Tres baluartes en la playa hicieron,

todos de artillería los cercaron,

y sus naves debajo se metieron,

cuando la Armada con temor miraron,

de suerte que su vista se temieron,

que tres de ellas a pique luego echaron

delante de ellos, porque reparasen,

que a ellos los de España no llegasen.

Esto supe, y también que a Holanda preso

han enviado a Diego de Mendoza,

gobernador que estaba en tal suceso,

donde Mauricio su fortuna goza,

no pudo remediar tan fuerte exceso,

que siempre la fortuna les reboza

el mal a los que son tan desdichados,

¿mas quién podrá huir adversos hados?

D. FADRIQUE:  El Español Monarca, a quien el cielo

lustros eternos haga victorioso,

tiene en campaña ejército tan fuerte,

que de tan corta empresa se ha vergüenza,

DON PEDRO:    Mande hacer vueselencia en esta iglesia

alto, señor, pues la han desamparado

los enemigos.

D. FADRIQUE:                 Hagan alto en ella.

COPRANI:      Dos mil hombres, señor, tengo ya puestos

en San Benito, donde en Dios espero

ver los oficios celebrar divinos,

desterrando la herética serpiente,

que incendios amenaza a nuestra gente.

Allí se harán trincheras de manera

que ofendernos no pueda el enemigo.

D. FADRIQUE:  Como tan gran soldado, lo ha ordenado

vueseñoría.

COPRANI:                Vueselencia me honra.

TORRECUSO:    Otro real aquí puede sentarse.

D. FRANCISCO: Ésta es la casa de la Virgen Santa

del Carmelo, señor.

D. FADRIQUE:                      En ella quiero

que a Dios se den loores, y pidamos,

permita que su fe siempre triunfante

vean los que gozosos militando

están del pastor Pedro el estandarte,

por quien siguen el bélico de Marte.

Señor Marqués de Torrecuso, baje

a la playa a traer vueseñoría,

llevando con gobierno, como espero

de su prudencia, su valiente ejército,

la artillería, para repartirla

aquí, y en San Benito, donde todos

hemos de hacer trincheras, porque importa

para que esté guardada nuestra gente,

que yo seré el primero que al trabajo

aplique mi persona, porque todos

con mi ejemplo animados, se prevengan,

y en la milicia nombre eterno tengan.

OSORIO:       Vamos a San Benito, que hay peligro. Vase.

COPRANI:      Yo voy a reparar lo que faltare. Vase.

TORRECUSO:    Yo a hacer lo que manda Vueselencia. Vase.

 

 

D. FADRIQUE:  Con tan bravos soldados por maestros,

ya me prometo victoriosos fines.

MUÑIZ:        Teniendo a vueselencia por amparo,

¿qué peligro se teme, o mal suceso?

DON LORENZO:  Quien a tal general viene sirviendo,

poco es el mundo para su trofeo,

y yo solo me atrevo a conquistarle.

D. FADRIQUE:  De tal valor mayores cosas creo,

que en su persona un nuevo Marte veo.

MUÑIZ:        El enemigo de tirar no cesa

la artillería, vueselencia, ordene

se haga aquí trinchera, y se dé asalto.

D. FADRIQUE:  En el Carmen, señor Maese de Campo,

los dos para el gobierno quedaremos,

y el señor don Lorenzo de Orellana.

El señor don Francisco abajo vaya,

pues el fuerte ganado está a su cargo,

muestre el valor de su heredada sangre.

Don Juan Fajardo el mar tiene seguro,

que es en valor incontrastable muro.

Don Manuel de Meneses también guarda

con su valiente armada portuguesa

la Bahía, seguro estoy de entrambos.

Hagamos en la tiera de manera

nosotros, que se asombre el enemigo.

Ea, señores capitanes, de ese

principio a lo tratado, trabajemos,

que a buen Señor servimos; una azada

me den de mano en mano.

MUÑIZ:        Azadas vengan.

D. FADRIQUE:                 Ea, famosos Lusitanos.

DON LORENZO:                                    Ea,

valientes castellanos, trabajemos,

que eternos en la fama nos hacemos.

 

 

Éntranse, y salen tocando cajas, el GENERAL HOLANDÉS,

RUGERO, RIGEPE y GUILLERMO, capitanes.

 

 

GENERAL:      No le demos sosiego,

jugad la artillería,

y ansí defenderemos lo ganado.

Vomite el muro fuego,

que mi pecho confía,

que la muerte estos perros han buscado,

y estoy tan confiado

en vuestros nobles pechos,

valientes holandeses,

que haréis lo que otras veces,

y sus designios españoles,

eclipasará este sol aquellos soles.

En posesión estamos,

harta fuerza tenemos,

y llegará de Holanda cada hora;

primero aquí muramos

que la tierra dejemos,

que en el morir toda la vida honra.

Esta muerte atesora

inmortal fama, y honra,

Ésta es dichosa muerte,

envidiada de suerte,

que felice se llama, porque honra

al dueño de la vida,

porque a inmortalidad está ofrecida.

RUGERO:       No temas siniestro caso,

porque todos moriremos

primero que te dejemos.

GUILLERMO:    (Y yo en cólera me abraso,  Aparte.

y procuro mi venganza.)

RIGEPE:       (Mi vida tengo ofrecida  Aparte.

a esta empresa, si mi vida

justa venganza no alcanza.)

GUILLERMO:    (Que el coronel me quitase  Aparte.

la mujer a quien adoro,

y perdindola el docoro,

¿quién duda que la gozase?)

RIGEPE:       (¡Que aqueste arrogante ingles  Aparte.

goce el dueño de mi vida!

La suya he de ver perdida,

o yo no seré francés.)

RUGERO:       (¡Que contra cristianos voy,  Aparte.

cuando la Santa Fe sigo!

¡Y que sea su enemigo,

cuando católico soy!)

GENERAL:      ¿Qué murmuran entre sí

éstos? No sé qué sospecho,

que a la cara sale el pecho,

y han murmurado de mí.

RIGEPE:       (Hoy ha de morir Rugero, Aparte.

si el tiempo tiempo me da.)

GENERAL:      Temblando el pecho me está,

algún mal suceso espero:

no se pierda la ocasión,

si el tiempo nos la ofreciere.

GUILLERMO:    (Yo sé, si el tiempo la diere,  Aparte.

que he de hacer mi obligación,

y te quitaré la vida.)

RIGEPE:       (Alerta siempre estaré,  Aparte.

y habiendo ocasión, haré

que esté su vida perdida.)

GENERAL:      Temo perder lo ganado,

no por armas españolas,

mas por ver que entre mil olas,

navega a cada soldado.

Mal haya, amén, quien mezcló

ingleses con holandeses,

porque hay cristianos ingleses,

de qué me recelo yo.

GUILLERMO:    (Ahora bien, ¿qué hay que aguardar?  Aparte.

Declarar mi intención quiero,    

pues la pena con que muero,

no me consiente esperar.

Del Rey de España el poder

a todo el poder abate,

no procures defender

la Bahía, antes se trate

que la vuelva a poseer.

¿Con qué quieres resistir

a las naves que se miran?

Más nos importa el vivir,

que los que a morir aspiran,

no saben lo que es morir.

¿El mar no miras temblando,

y de esa fuerte la tierra?

¿Él, la armada sustentando,

y ella mirando la guerra,

que le están amenazando?

¿Qué gente tienes aquí

para poder defenderte?

¿Qué poder tienes, me di,

para resistir la muerte

que se te apareja ansí?

Cuando en la Bahía entramos

hacerlo fácil pudimos,

pues sin fuerzas los hallamos,

mas la venganza no vimos

de Filipo, que agraviamos.

Con dos mil hombres pretendes

resistir los portugueses,

¡qué mal su su valor entiendes!

Y más habiendo franceses,

a quien de contino ofendes.

Los dos fuertes de la playa

ya los han desamparado;

en el principio se ensaya,

¿qué será el fin acertado

cuando buen principio haya?

Y pues él tan malo está,

el medio será peor,

y el fin cual los dos será,

pues abrasando en amor:

mi mano te matará.)

Un don Manuel de Meneses,

cual sabes, General, es

de los bravos portugueses,

y él por sí tan portugués,

como saben los ingleses.

Ése que su nao quemó

después de haber peleado

con tal valor, que arrasó

nuestra armada, y en salado

campo al General dejó.

Don Fadrique de Toledo

es el otro general,

de quien Marte tiene miedo,

en valor, y esfuerzo igual.

(Refrenar mi ardor no puedo.) Aparte.

Aquese que en el estrecho

solo mostró su valor

(yo con aquesto mi pecho) Aparte.

y a su enemigo furor

dejó del bien satisfecho.

El portugués almirante

don Francisco, ¿quién le iguala?

No hay nación a quien no espante,

y entre todas se señala

el Fajardo, nuevo Atlante.

De Holanda no hay que aguardar,

pues viniendo será de ellos.

(Mejor es disimular,  Aparte.

hasta que por los cabellos

pueda la ocasión tomar.)

Y demás desto, señor,

ordene vueseñoría

lo que parezca mejor,

que a su lado, y compañía

de todos crece el valor.

RUGERO:       Señor Guillermo, no sé

cómo del valor se ausenta,

(ansí encubrirme podré) Aparte.

¿pues que no mira la afrenta

que en sus razones se ve?

Ahora vueseñoría

cuando animarnos debiera,   

¿no anima nuestra porfía?

(Sabe Dios si yo quisiera  Aparte.

entregar ya la Bahía.)

Y si de España el poder

al nuestro ahora aventaja,

de nuestra parte ha de haber

la posesión, que es ventaja

para la defensa hacer.

RIGEPE:       Señor Rugero, el valor

del señor Guillermo está

conocido, y es mayor,

que el de alguno que nos da

mal ejemplo con amor.

(Muy bien lo que dice advierte,  Aparte.

no puedo disimular

mi mal, que es de amor, y es fuerte,

la vida se ha de aguardar,

y no entregarla a la muerte.)

Y cuando forzoso fuese

perder la vida, es vivir,

si esto mejor pareciere,

nadie rehúsa el morir,

si muriendo vida adquiere.

RUGERO:       Señor Rigepe, el guardar

la vida es cosa cerrada,

pero no se ha de tratar,

que esté la espada envainada

cuando es fuerza pelear.

En la ocasión que es forzosa

con la espada, el noble guarda,

lo que el cobarde no osa,

que a quien el verla acorbarda,

por los pies la vida goza.

La honra es perder la vida,

y la espalda no volver.

Siempre es afrenta la huïda,

que con huir sin perder,

la vida queda perdida.

GENERAL:      Basta señores, bien veo

de mi enemigo la fuerza,

(bien sabe Dios mis deseos) Aparte.

mas no es justo que me tuerza

si lo que busca poseo.

Ocasiones hay en que es

metiendo mano a la espada,

honra valer de los pies.

RUGERO:       Si es huïda, no es honrada,

ni aquese nombre le des.

GENERAL:      Ni siempre es afrenta huir,

que cuando el poder es poco,

y no puede resistir,

querer hacerlo es ser loco,

y estimar poco el vivir.

RUGERO:       Si huyendo me ha de matar

si me alcanza el enemigo,

¿no es mejor el pecho dar,

con que más honra consigo,

que no afrentado quedar?

GUILLERMO:    Aquí no le entiende huïda,

si partidos aceptamos.

GENERAL:      Con ellos está perdida

la honra que ya ganamos,

y tenemos adquirida.

Quien huye, muestra temer

al enemigo a quien huye.

Si llegamos a ofrecer

partidos, de ellos se arguye

que tememos su poder.

Y así en aquesta ocasión

será huïr grande afrenta,

si le mira la razón

ni habrá nadie que consienta

en aquesta sinrazón.

Lo que aquí se me ha advertido,

es de soldados prudentes.

(Aunque siento haberlo oído,  Aparte.

que con los bandos presentes,

temo perder lo adquirido.)

Fuertes estamos de suerte,

de mucho habrán menester

para batirnos el fuerte;

lo ganado defender,

es la honra, si se advierte.

Bien confiado estoy yo           

del valor de aquesos pechos.

(La lengua en todo mintió,  Aparte.

que veo cobardes hechos,

y miedo sí, valor no.)

 

 

Sale un SOLDADO HOLANDÉS.

 

 

SOLD. HOL. 1:  Acude, señor, al muro,

sobre San Benito presto,

porque en trabada batalla

de parte a parte se han muerto

muchos, y se han retirado

hasta los muros los nuestros,

y los bravos españoles

hasta ellos los van siguiendo,

y de suerte se han metido

debajo del poder nuestro,

que del muro pueden darles

el bien merecido premio.

Y a las picas han largado,

y a las espadas se han vuelto,

sube de presto a ayudarles,

castiga su atrevimiento.

GENERAL:      Capitanes, soldados valerosos,

a ellos, pues tan cerca se ha llegado.

Hoy es el día de la eterna honra.

RUGERO:       Subamos al muro, y dará fuego

a las piezas que van a San Benito.

GENERAL:      Disparen todas, salgamos todos.

GUILLERMO:    Más abrasará el fuego que me quema.

RIGEPE:       El furor en que ardo más abrasa.

GENERAL:      A ellos, pues tan cerca se han metido.

GUILLERMO:    Vamos al muro; amor, yo voy perdido.

 

 

Éntranse, tocan cajas, y disparan dentro, ruido de batalla.

Sale el MARQÉS DE COPRANI riñendo con un SOLDADO.

 

 

COPRANI:      Ríndete, perro.

HOLANDÉS:                    Español,

humilla aquesa arrogancia,

o defiende bien tu vida.

COPRANI:      Habla, perro, con la espada.

HOLANDÉS:     Sin ella verás mis brazos. Arrójala y abrázanse.

COPRANI:      La muerte en los míos hallas.

HOLANDÉS:     Ah, soberbios españoles.

COPRANI:      ¡Ah, perro, tú los infamas,

cuando en mis brazos esperas

de tus palabras venganza!

HOLANDÉS:     Calla, perro, que tu vida

aquí dejarás.

COPRANI:                     Tú calla,

ya la muerte te apercibe.

HOLANDÉS:     Dejémonos de palabras.

COPRANI:      Las obras conocerás.

HOLANDÉS:     (¡Brava fuerza! Ya me cansa.) Aparte.

 

Dentro don FRANCISCO DE FARO:

 

FARO:         Con el Marqués de Coprani

un hereje a brazos anda.

HOLANDÉS:     Ah, perro, que te socorren.

COPRANI:      ¿Y mis manos no me bastan

para ti?

HOLANDÉS:               Antes que lleguen,

probarás aquesta daga.

 

 

Sale don FRANCISCO DE FARO:

 

 

FARO:         Tu muerte verás primero. Derríbale.

COPRANI:      Y ya en mis brazos le hallaba.

No le mates, Faro ilustre,

que al vencido no se mata,

antes es mayor grandeza

dejar que con vida salga,

que yo prenderle quería.

HOLANDÉS:     Mátame, mata, ¿qué aguarda?

FARO:         ¿No sabes que en los rendidos

lugar la muerte no halla?

HOLANDÉS:     ¿Pues qué pretendes?

FARO:                                 Ahora

lo verás. Cógele en brazos.

HOLANDÉS:               Mátame.

FARO:                             Calla.

Vueseñoría agradezca

mis deseos en tal causa.

HOLANDÉS:     Suelta, y probemos las fuerzas.

FARO:          ¿No conoces la ventaja

de mis brazos, y que en ellos    

ya Su Excelencia te aguarda?

 

 

Éntrase con él.

 

 

COPRANI:      En los brazos le ha cogido,

y le lleva. ¡Fuerza extraña!

Las armas, y el rumor crecen,

la Bahía restaurada

veré hoy, que mis soldados

ya casi en los muros andan.

¡Ea, invictos Españoles!

¡Viva España, viva España!

 

 

Sale DON FADRIQUE, ANTONIO MUÑIZ BARRETO, don LORENZODE ORELLANA y SOLDADOS.

 

 

D. FADRIQUE:  ¿Tanto a don Pedro apretaron?

SOLDADO 1:    Y don Pedro a ellos tanto,

que de los muros me espanto

como a muchos no mataron.

DON LORENZO:  El enemigo nos vio

con el trabajo ocupados,

y viéndolos descuidados,

la buena ocasión cogió.

MUÑIZ:        No sosiega el holandés,

con que muestra su temor,

porque conoce el valor

castellano y portugués.

DON LORENZO:  Notable hecho en los brazos,

trae un hereje un soldado.

MUÑIZ:        Faro es quien le trae atado,

y son sus brazos los lazos.

 

 

Sale don FRANCISCO DE FARO con el SOLDADO en los brazos.

 

 

FARO:         ¿Hay quien me compre un hereje?

D. FADRIQUE:  Con los brazos.

FARO:                             Honra tanta

a buscar otros anima,

pero escuche esta desgracia,

Vueselencia.

D. FADRIQUE:            ¡Faro ilustre,

bravo valor le acompaña!

FARO:         En el cuartel de San Berto

la gente ocupada andaba,

unos con traer fajina,

otros con hacer las cavas.

Cuando viendo el enemigo

su trabajo, toca alarma.

Salió Lorenzo de Brito,

y mucha gente le mata.

Don Pedro Osorio acudió

y de suerte los maltrata,

que hasta los muros llegaron

mostrándoles las espaldas.

Fue de suerte que del muro

la artillería disparan,

con que dieron muchas muertes,

dando vida eterna al alma.

Don Pedro Osorio murió,

mas no morirá su fama,

ni la de otros capitanes,

que con él al cielo marchan.

Hirieron muchos soldados,

cuyas heridas son marcas

de sus valerosos hechos,

adonde se ven fijadas.

Con una lanza en la mano

picando herejes andaba,

cuando el Marqués de Coprani

vide que a brazos se traba

con este holandés, a quien

por prender vivo, no mata.

Solté la lanza, arrojeme

metiendo mano a la espada,

cogíle en brazos, cordeles

que los suyos fuertes atan.

Aquí lo traigo, y plugiera

a Dios, que del muro entrara,

porque vengando las muertes,

volviera esta Holanda a España,

o mostrara con la vida,

muriendo en aquesta Holanda,

que sirviendo al Gran Filipo,

no estimo la vida en nada.

D. FADRIQUE:  Señor don Francisco, bien

muestra del Faro el valor,

y es justo premio le den:

sirve al Rey nuestro Señor,

que le premirará muy bien.

Yo no puedo el premio darle,

que su nobleza merece,

mas mostraré en abrazarle,

que en mis brazos valor crece,

cuando abrazos quiero darle.

FARO:         Vueselencia quiere honrarme,

y con aquestos abrazos

viene también a premiarme,

que aumentan valor sus brazos,

porque no puede faltarme.

 

 

Sale CARVALLO, soldado portugués, con una bandera holandesa y la espada desnuda.

 

 

CARVALLO:     A su pies la he de poner.

D. FADRIQUE:  ¿Qué es esto, noble soldado?

CARVALLO:     A vueselencia ofrecer

la bandera que he quitado

del herético poder.

MUÑIZ:        ¡Bravo valor!

DON LORENZO:            ¡Increíble!

CARVALLO:     A la enemiga trinchera

me arrojé.

D. FADRIQUE:            ¡Hecho terrible!

CARVALLO:     Y le quité la bandera

con la defensa posible.

D. FADRIQUE:  ¿Quién a eso te obligó?

CARVALLO:     Dos cosas.

D. FADRIQUE:            ¿Cuáles son?

CARVALLO:     Envidia que en mí reinó,

de la que en esta ocasión

el aragonés sacó,

y el aventurar la vida,

sirviendo a Su Majestad,

dándola por bien perdida,

si la muerte a mi lealtad

no quisiera darme vida.

D. FADRIQUE:  Dame los brazos, soldado,

en tanto que el premio falta

de Su Majestad.

CARVALLO:                    Premiado

quedo con merced tan alta,

y de vueselencia honrado.

D. FADRIQUE:  Si al atrevido holandés

la bandera ansí quitaste,

bien muestras ser portugués,

cuyo valor imitaste

con la bandera en los pies.

DON LORENZO:  De aqueste holandés sabrá

vuselencia sus intentos.

MUÑIZ:        Sin tormentos los dirá,

DON LORENZO:  Y si no denle tormentos,

y en ellos confesará.

D. FADRIQUE:  Ven acá, ¿qué es lo que intentan

en la Bahía?

HOLANDÉS:                    No sé,

porque eso en secreto cuentan.

Lo que decirte podré,

es que su esfuerzo alimentan

con esperanzas tardías,

del socorro que se espera

de Holanda todos los días.

D. FADRIQUE:  Que ya viniera quisiera

aumentar las glorias mías.

¿Está fuerte la ciudad?

HOLANDÉS:     Eso sí, ella está muy fuerte.

D. FADRIQUE:  Mira que digas verdad.

HOLANDÉS:     Mandarás darme la muerte

si aquesto fuere maldad.

Cada calle es un castillo

con fosos y con trincheras,

y esto bien podré decillo,

porque en vano un siglo esperas

si no quisieren rendillo.

Las piezas son infinitas,

los ardides temerarios,

y las trazas exquisitas,

y aunque fuertes los contrarios,

con verte, su valor quitas.

D. FADRIQUE:  ¿Hay navíos en la mar?

HOLANDÉS:     Ocho al Río de Enero

fueron la costa a robar,

nueve a Guinea primero

los navíos a guardar;

de Holanda esperan setenta.

D. FADRIQUE:  Dios quiera traerlos ya

para darles más afrenta,

que mayor gloria será

yendo esos en nuestra cuenta.

¿Qué te parece, darán

la ciudad?

HOLANDÉS:               La ciudad no,

que primero morirían.

D. FADRIQUE:  Pues quitarésela yo,

si a partido no la dan.

HOLANDÉS:     También tienen contra sí

bandos y guerras civiles,

que a algunos franceses vi,

que buscan nuevos ardides

para venir hoy aquí.

Es malquisto el coronel,

tiene cristianos franceses

que no están muy bien con él,

y muchos también ingleses,

que siguen este nivel.

D. FADRIQUE:  Eso más fuerza será

para dar fin a esta guerra.

HOLANDÉS:     Eso solo lo dará,

que está tan fuerte la tierra,

cuanto ardiendo en guerra.

D. FADRIQUE:  Esté preso este holandés.

HOLANDÉS:     Ansí la ciudad rendida

veas mañana a tus pies,

que me concedas la vida,

y la muerte no me des.

D. FADRIQUE:  A los pies del gran Filipo

espero restituirla,

que en aquesto participo

servirle solo; a rendirla,

o la muerte me anticipe.

FARO:         La noche baja en la mar,

Febo sus rayos esconde.

D. FADRIQUE:  Esta noche le he de dar

mucho que hacer. Disparan dentro.

MUÑIZ:                  Piezas.

D. FADRIQUE:                      ¿Dónde?

DON LORENZO:  La mar se quire abrasar.

MUÑIZ:        Navíos de fuego son,

que a los nuestros han echado.

D. FADRIQUE:  No alterarnos es razón;

allá está tan gran soldado,

que no perderá ocasión.

De la mar no hay que temer,

donde el general está

de Portugal, que a vencer

está acostumbrado ya;

Él se sabrá defender.

Y también el almirante

don Juan Fajardo, que iguala

en valor, y esfuerzo a Atlante.

FARO:         Aquesa señal es mala,

y el fuego pasa adelante.

D. FADRIQUE:  Pues no le demos sosiego

en la tierra, si en la mar

él nos altera con fuego,

yo le sabré revidar,

ya que él descubre su juego.

Dispare la artillería,

y empiece a batirle el muro.

MUÑIZ:        Hoy entraré en la Bahía.

DON LORENZO:  Entrar hoy dentro procuro.

FARO:         Esta empresa será mía.

 

 

Éntranse y salen RUGERO y RIGEPE. 

 

 

RUGERO:       Aquí no nos pueden ver.

Di, Rigepe, lo que quieres.

RIGEPE:       Que te sepas defender,

si la mujer no me dieres

que tienes en tu poder.

RUGERO:       Tú pretensión es muy loca.

RIGEPE:       El alma sale a la boca,

aquesta es mi pretensión.

RUGERO:       Mira que huyes la razón,

si el gusto ansí te provoca.

RIGEPE:       Resuélvete aquí, Rugero,

o la mujer has de darme,

o por fuerza haberla espero

con matarte, o tú matarme.

RUGERO:       Yo satisfacerte quiero,

y ansí aunque este lugar

no sea ya para hablar,

quiero en él satisfacerte

la sinrazón de la muerte

que ansí vienes a buscar.

Tú confiesas que miraste

esa dama, siendo mía,

y que viéndola, la amaste;

mira tu loca porfía,

que eso no consideraste.

Yo la hallé, y quedé sin mí,

y el efecto que hizo en ti,

en mí primero lo hizo,

y tanto me satisfizo,

que sólo a ella escogí.

Y ya en mi poder estaba

cuando tú me la pediste,

y era para ser tu esclava;

si la viste, necio fuiste

en pedir lo que yo amaba.

RIGEPE:       Dejémonos de razones.

RUGERO:       Mira, Rigepe, que pones

el crédito en opinión.

RIGEPE:       No conoce amor razón,

porque todo es sinrazones.

Saca, Rugero, la espada.

RUGERO:       Para esto viene conmigo,

ya está, Rigepe, sacada.

RIGEPE:       Mi venganza sólo sigo,

y aquí la veré alcanzada.

 

 

Riñen, y sale la MUJER PRIMERA vestida de hombre.

 

 

MUJER 1:      Por aquí los vi entrar,

diéronme que sospechar,

y ya cierta vengo a ver,

mi sospecha. Defender

quiero, quien me supo amar,

pero no, veré primero

cuál de ellos vencido es.

 

Cae RIGEPE. 

 

RIGEPE:       Detén la espada, Rugero,

no me mates.

RUGERO:                 ¿No lo ves?

Levanta.

RIGEPE:                 Eres caballero.

MUJER 1:      Rigepe a sus pies cayó,

y a levantarle mandó.

Bien muestras que eres cristiano,

pues detuviste la mano

para aquel que te ofendió.

RUGERO:       Vuelve Ripege a la espada,

que el caer no es cobardía.

RIGEPE:       Antes ha sido acertada

la caída, porque es mía

la victoria comenzada.

Que la muerte que temí,

hallando piedad en ti,

la vida quisiste darme,

porque fue resucitarme

para matarte yo a ti.

RUGERO:       Mal lo vienes a entender,

si te mandé levantarte,

fue por volverte a vencer,

y con dos victorias darte

mi razón a conocer.

RIGEPE:       Defenderte es lo mejor.

RUGERO:       A ti no te está peor.

MUJER 1:      La guerra vuelve a trabarse.

¡Que no quisiese obligarse

Rigepe de aquel valor!

 

Caésele la espada.

 

RIGEPE:       Maldigo mi mala suerte,

y mi desdicha maldigo.

RUGERO:       Vuelve, vuelve a defenderte,

álzala, que ansí me obligo

tercera vez a vencerte.

RIGEPE:       Mátame, no quiero alzarla,

porque vuelvo a empuñarla.

(Ha de ser para tu mal,  Aparte.

pues es aquesto señal

de tu muerte, que he de darla.)

RUGERO:       ¿Quieres ver tu sinrazón,

y cuánto sin ella estás,

que ves en esta ocasión,

que la victoria me das,

y sigues tu obstinación?

A mis pies te has visto aquí,

pude matarte, y te di

la vida, y ahora tu vida

estuvo también perdida 

soltando la espada ansí.

Tampoco quiero matarte;

alza la espada, que quien

dos veces pudo humillarte,

la tercera hará también

de sinrazón ausentarte.

MUJER 1:      ¡Hay más brava cortesía,

y más extraña porfía!

¡Qué bien lo sabe obligar!

¿No era mejor acabar,

como Rigepe lo haría?

RIGEPE:       Dos veces vida me diste,

cuando las dos me venciste,

y creo sin duda alguna,

que fue por matarte en una,

pues de dos tú no quisiste,

deuda es la vida salvar

de un amigo alguna vez,

no me quisiste matar

de dos veces, deuda es

que no se puede pagar.

Mas para tu daño fue,

porque yo te pagaré

aquestas vidas de suerte,

que dándote a ti la muerte,

dos victorias vengaré.

Yo me confieso obligado,

Rugero, cuanto corrido

de verme de ti afrentado,

dos veces estoy vencido,

vida otras tantas me has dado.

No quiero deberte tres

con verme una, a tus pies,

voy mi fortuna llorar,

y procurarte matar,

porque más vidas no des.

 

 

Éntrase RIGEPE. 

 

 

RUGERO:       Tu sinrazón te venció,

y ayudome tu razón.

MUJER 1:      ¿Quien aquí dos vidas dio,

podrá en aquesta ocasión

dar una a quien la quitó?   

RUGERO:       Hermosa doña María,

aunque la victoria es mía,

a vos se debe la gloria,

pues fue por vos la victoria,

porque en el pecho os traía.

MUJER 1:      No empecéis, Rugero, ya

las lisonjas apartad,

pues en mí vuestra verdad,

y amor, en el alma está.

Amor el premio os dará

que vuestro valor merece,

porque como es niño crece,

y va creciendo a porfía,

viendo el laurel que este día

justo la fama os ofrece.

RUGERO:       No sé cómo agradecer

lo que sabéis obligar,

yo supe, mi bien, amar,

vos supistes merecer.

Deseo acabada ver

esta guerra, y si pudiera,

ya, mi bien, con vos me fuera

donde pudiera, y haciendo

dichosos mi amor, sirviendo

goazará el bien que me espera.

No dudéis que han de entregarse,

y yo he de ser el primero

que ver mi deseo espero

de esta suerte ejecutarse.

Otros hay que quieren darse,

que son cristianos también.

MUJER 1:      Quiera Dios que ya se den.

RUGERO:       Yo más que ellos lo deseo,

para que en dulce himeneo

nuestros amores estén.

MUJER 1:      Temo que Rigepe sea

gran contrario de los dos.

RUGERO:       Yo tengo confianza en Dios,

de no ver lo que desea,

y que ha de volverse crea

a sus dueños en Bahía.

MUJER 1:      ¿Cuándo llegará tal día?

RUGERO:       Que llegue no estoy dudoso.

MUJER 1:      Vámonos, querido esposo.

RUGERO:       Vamos, dulce esposa mía.

 

 

Éntranse, y sale el GENERAL HOLANDÉS forcejeando con la MUJER SEGUNDA.

 

MUJER 2:      No te canses.

GENERAL:                     Tu rigor

me ha obligado a maltratarte.

He de gozarte o matarte.

MUJER 2:      La muerte me está mejor.

GENERAL:      Mira que te tengo amor.

MUJER 2:      No es amor, sino apetito.

GENERAL:      Ves que las armas me quito

sólo por venirte a ver,

pues me viniste a vencer,

siendo ahora amor delito.

¿No ves la tierra abrasada

con guerra en esta ocasión,

y que el mal del corazón

tiene la espada envainada?

¿No ves que tanto me agrada

tu vista, que ya no trato

sino de mostrarme grato

a lo que debo a tus ojos,

que son gloria los enojos

que de tu beldad retrato?

MUJER 2:      Ya te dije que primero

los montes llanos véais,

las noches vueltas en días,

en tierra firme el mar fiero,

el león hecho cordero,

la esfera del fuego helada,

y la del celo abrasada,

que mirases que a tu amor

correspondía mejor,

pues no hay voluntad forzada.

Del capitán me libraste,

y ya conozco tu intento,

pues que fue con pensamiento

de los que luego mostraste,

pero mala suerte echaste,

como hasta ahora lo miras,

y si ansí no te retiras,

verás en mi proceder,

que sabré no ser mujer,

si a no ser cortés aspiras.

Mejor es dejando amores,

que hay españoles mirar,

y la ciudad entregar

escusando sus rigores.

Ya conoces los furores

del español, y bien ves

que ha de morir o a sus pies

humillado te ha de ver,

si conoces su poder,

no te arrepientas después.

Si por fuerza has de entregar,

como es cierto, la Bahía,

¿en qué tu pecho confía?

¿Qué tienes más que aguardar?

¿Tienes con quién pelear?

No, que todos tus soldados

están medio rebelados,

y procuran, como entiendes,

darte muerte porque ofendes

a los que son más honrados.

GENERAL:      Ahora consejos deja,

y mira que estoy muriendo.

MUJER 2:      De que porfíes me ofendo.

GENERAL:      Poco me importa tu queja,

amor sólo me aconseja,

que regoce, aunque no quieras.

MUJER 2:      Cuando tú cristiano fueras,

si conmigo te casaras,

entonces tu amor lograras.

GENERAL:      ¿Quién yo soy no consideras?

MUJER 2:      Sí considero quien eres.

GENERAL:      ¿No ves que tu señor soy?

MUJER 2:      Bien sé que cautiva estoy.

GENERAL:      ¿Pues por qué mi enojo adquieres?

MUJER 2:      Porque deshonrarme quieres.

GENERAL:      En esclava no hay deshonra.

MUJER 2:      Pues en mí vive la honra.

GENERAL:      Si me enojo te herraré.

MUJER 2:      Con eso honrada estaré.

GENERAL:      ¿Qué, tu boca me deshonra?

MUJER 2:      Mañana serás cautivo,

si hoy lo vengo a ser de ti,

la libertad que perdí,

del español la recibo.

GENERAL:      Ya sin mi libertad vivo,

que tus ojos la prendieron,

ellos tal poder tuvieron,

mas los españoles bravos

vienen a ser mis esclavos,

como los otros lo fueron.

En efecto tú verás

vienen a buscar la muerte,

y que tú la tuya advierte

buscas, si luego no das

remedio a mi mal, y estás

firme en tu desdén.

MUJER 2:                          Espera,

tómale de esta manera

cuando puedas alcanzarme.

GENERAL:      No podrás, Daphne, dejarme,

aunque de laurel te viera.

 

 

 

    


JORNADA TERCERA

 

 

Salen RIGEPE y GUILLERMO, capitanes holandeses.

 

 

GUILLERMO:    ¿Que eso pasó con Rugero?

RIGEPE:       Estoy, por Dios, sin sentido,

mirando mi honor perdido,

pues ansí le considero.

A una calle le llevé,

por ser muy secreta calle,

mas no es posible que calle

lo que allí con él pasé.

Mano a la espada metí,

y anduve tan desdichado,

que tropezando he quedado

sin el honor que perdí.

Que me alzase me mandó,

mirad cómo me alzaría,

y cuando para él volvía,

la espada se me cayó.

Mandó que alzase la espada,

que en el pecho quise verla,

antes que otra vez meterla

en la vaina tan manchada.

Propuse, al fin, de vengarme

antes que esto llegue a hablar,

que es cierto se ha de alabar

de que no quiso matarme.

Mi honor está en opinión,

y con su muerte sosiega,

mi pasión está tan ciega,

que sólo busca ocasión.

Esto os digo como amigo,

porque este cristiano inglés

no se alabe, que a un francés

hizo el agravio que digo.

Pues gozando la mujer

sobre que la pasión fue,

sin ella y honra quedé:

para su muerte ha de ser.

GUILLERMO:    Agradecido me siento,

Rigepe, a vuestra amistad,

y por mostrar mi verdad

os diré mi pensamiento.

Cuando en la Bahía entramos

pude hallar otra mujer,

llevándola en mi poder,

al General encontramos.

Su beldad hizo el efecto

en él, que en mí había hecho,

y quedó tan satisfecho

como mostró, y en efecto,

quitómela en cortesía,

pidiéndome no quisiese

agraviarla, y que me fuese

a saquear la Bahía.

Vídeme de él obligado,

dejéla, y él la llevó

a su casa, y la gozó,

y hasta ahora la ha gozado.

Vengarme quiero también,

y la vida he de quitarle,

y si no puedo matarle,

yo haré que muerte le den.

RIGEPE:       Queréis bien nos venguemos,

que harto en esto nos vengamos,

pues con esto le infamamos,

a la Bahía entreguemos.

GUILLERMO:    ¿Pues cómo habemos de hacer?

RIGEPE:       No queriendo pelear,

le podremos obligar

a partidos ofrecer.

GUILLERMO:    Decís bien, que de esta suerte

él quedará aniquilado,

y su honor atropellado

por huir ansí la muerte.

¿Pero nosotros también

nuestro honor no perderemos?

RIGEPE:       Nosotros obedecemos,

no hay de qué culpa nos echen.

¿Qué más venganza queremos

que verlos ir despojados

de cargos mal empleados,

donde sus muertes veremos?

Todos los tercios están

de aqueste acuerdo conmigo,

que ansí mi venganza sigo.

GUILLERMO:    Sus soberbias pagarán.

RIGEPE:       Muy quejosos y agraviados

estaban todos, y ansí

mi pecho les descubrí,

y ya estamos concertados.

GUILLERMO:    Pues empecemos a hacer.

RIGEPE:       Vámosle luego a buscar.

GUILLERMO:    Ellos nos vienen a hallar.

RIGEPE:       Sabrán nuestro parecer.

 

 

Sale el GENERAL HOLANDÉS y RUGERO, las DOS MUJERES

de hombres y SOLDADOS.

 

 

GENERAL:      ¿Qué, el fuego no aprovechó

de las naos?

RUGERO:                      Ninguna cosa.

GENERAL:      Sola nos fue provechosa

la pieza que les mató

al Morgado de Olivera.

MUJER 1:      (Tú su muerte pagarás.) Aparte.

MUJER 2:      (El premio de ella tendrás.) Aparte.

MUJER 1:      (Bueno es el que le espera.) Aparte.

GUILLERMO:    (No hay sino que le digamos  Aparte.

nuestra intención.)

RIGEPE:                      Pues escucha.

GENERAL:      Mi pecho con temor lucha.

RIGEPE:       Ea, ¿qué es lo que aguardamos?

Nuestro poder es muy poco,

el del español es bravo,

mejor es vivir esclavo,

que ansí morir como loco.

Yo, pues, a eso me provoco,

y todos los más soldados

con esto mancomunados,

quieren su poder midiendo,

vivirá España, sirviendo

antes de morir cercados.

Cuando Guillermo te dio

este consejo burlaste,

si entonces no le aceptaste,

fue porque no porfió.

Ahora lo digo yo

por todos, y ansí es ya fuerza,

que de aquesto no se tuerza,

que si más tarde ha de ser,

pierde el derecho el poder

adonde rige la fuerza.

GENERAL:      Capitanes, si miramos

el poder del español,

lo que a una estrella el sol

con el nuestro aventajamos.

Fuertes, como veis, estamos,

y en posesión, que es lo más,

y si volvemos atrás

nuestra honra perderemos;

peleemos, venceremos.

RIGEPE:       En desierto voces da.

MUJER 1:      Dios guíe tal consejero

para que esto tenga efecto.

MUJER 2:      Que le has de ver te prometo.

RUGERO:       Hoy tu esposo ser espero.

GENERAL:      (Si la fuerza considero Aparte.

del español, me acobarda.

De Holanda el socorro tarda,

pero si mi honra miro,

la cobardía retiro,

aunque en ella el pecho arda.)

GUILLERMO:    Resolveré, y acabemos,

antes que cueste más gente.

GENERAL:      Soldados, ¿queréis que intente

tal pensamiento?

TODOS:                       Queremos.

GENERAL:      ¿Que la ciudad entreguemos?

DENTRO:       Sí, salvaremos las vidas.

GENERAL:      ¿No veis que quedan perdidas

con una inmortal afrenta?

DENTRO:       La muerte a nadie contenta,

ni el mirar tantas heridas.

GENERAL:      ¿Qué han de decir en Holanda?

GUILLERMO:    Dirán que muy bien hicimos,

pues defender no pudimos

aquesta nueva Gelanda.

GENERAL:      ¿Y si el socorro nos manda

Su Alteza?

RIGEPE:                 Tarde vendrá

pudiendo estar acá ya.

GENERAL:      ¿Qué dice el señor Rugero?

RUGERO:       Yo seguir los más espero.

GENERAL:      ¿También de su parte está?

(Siempre yo aquesto temí  Aparte.

de estos cristianos ingleses,

que en su cara algunas veces

su pecho falso leí.)

Mi buena suerte perdí

en el reparo en que eché,

azar, y lo que gané

veo perder de esta suerte,

que por excusar mi muerte

su parecer seguiré.

MUJER 1:      No temas, que hoy ha de ser

la Bahía otra vez nuestra.

MUJER 2:      Temo mi suerte siniestra,

pero Dios lo puede hacer.

RUGERO:       Yo no tienes que temer,

pues en mi poder estás.

MUJER 2:      Tú solo vida me das.   

RUGERO:       Irás con doña María

si entregamos la Bahía,

y mi proceder verás.

GENERAL:      ¿En efecto no hay remedio,

la ciudad he de entregar?

RIGEPE:       Ya hecho pudiera estar.

GENERAL:      Está el honor de por medio.

GUILLERMO:    Para vivir, esto es medio.

GENERAL:      Pues que entregarla queréis,

cobardía no mostréis.

Bandera blanca arbolad

sobre el muro, allá bajad

donde al general habléis,

y fingid que vais a ver

para qué efecto os llamó,

porque ansí sospecho yo,

que mejor nos viene a ser.

Él habrá de responder,

y por aquí se entrará,

de suerte que no dará

el temor muestra ninguna,

que pues rueda la fortuna,

otro día volverá.

GUILLERMO:    Vamos a arbolar todos.

GENERAL:      Quiero su gusto seguir,

por no verme aquí morir.

RIGEPE:       (Para vengarse hay mil modos.  Aparte.

Hoy veremos si sois godos,

soberbios ingleses.)

 

 

Éntranse y quedan RUGERO y las dos MUJERES.

 

 

RUGERO:                           Den

a mi alma el parabién

de tal gusto.

MUJER 1:                     A mí primero.

MUJER 2:      Y yo recibirlo espero

de mi victoria también.

RUGERO:       Ya llegó el dichoso día,

señora, tan deseado,

que vemos ejecutado

el entregar la Bahía.

Hoy, bella doña María,

me recibís por esposo,

bien que me hace tan dichoso,

que no envidió al rey mayor,

pues gozando vuestro amor,

el mejor tesoro gozo.

Y vos, señora, creed

que seréis de mí servida

con el alma y con la vida,

esta confianza tened

MUJER 2:      Haceisme tantamerced,

señor Rugero, que creo,

por las señas que en vos veo,

que solo en vos se cifró

la cortesía.

MUJER 1:                     Alcanzó

mi amor su justo deseo.

Gracias a Dios que podré,

esposo, mi bien, llamaros.

¿Que la mano hoy he de daros?

Si aquesto crea no sé.

RUGERO:       Hacéis agravio a mi fe.

A España os he de llevar,

y en Lisboa he de sentar

casa, mi doña María,

y allí en vuestra compañía

esta señora ha de estar.

Ser poderoso quisiera,

señora, para ampararos,

pero no podré dejaros

aunque la vida perdiera.

MUJER 2:      Obligaisme de manera,

que no sé con qué pagar.

RUGERO:       Vos me sabéis obligar,

y ansí pago lo que os debo,

y a vos, mi bien, ya me atrevo

esto mismo a suplicar.

MUJER 2:      En todo merced me hacéis.

 

    

Éntranse, y salen DON FADRIQUE, ANTONIO MUÑIZ BARRETO,

don LORENZO ORELLANA y SOLDADOS.

 

    

D. FADRIQUE:  Si al mayorazgo mataron,

inmortal vida le dieron.

MUÑIZ:        ¡Qué bien su muerte pagaron!

DON LORENZO:  De ningún provecho fueron

los navíos de fuego que echaron.

D. FADRIQUE:  Su capitana pagó,

y los dos navíos más.

MUÑIZ:        Si aquesos a pique echó

don Manuel a los demás,

¿de qué manera dejó?

D. FADRIQUE:  En tierra, dice el francés,

que están ya puestas por tierra

las piezas del holandés,

y que hay entre todos guerra,

dijo también el inglés.

MUÑIZ:        Su castigo eso será,

que le aniquila el poder.

DON LORENZO:  Tan aniquilado está,

que no pueden defender

la Bahía un día ya.

D. FADRIQUE:  Buenos asaltos le dimos,

y bravos hechos hicieron

nuestros soldados, pues vimos

que dos banderas trujeron.

MUÑIZ:        Alguna gente perdimos.

 

 

Arriba un tambor con bandera blanca, y un papel en el sombrero,

y vayan por el muro apareciendo SOLDADOS.

 

 

DON LORENZO:  Ya está la guerra acabada,

banderas de paz en el muro.

D. FADRIQUE:  Bandera blanca arbolada.

MUÑIZ:        Debe de pedir seguro.

DON LORENZO:  No se le conceda nada.

D. FADRIQUE:  Las escalas han echado,

veremos lo que nos quieren,

que el partido es acertado,

si los conciertos se hicieren,

de suerte que sea honrado.

MUÑIZ:        Todos arriba parecen,

algún motín los forzó.

DON LORENZO:  Sí, pero las armas crecen.

MUÑIZ:        Ya por todo el muro echó

banderas blancas; merecen

que seguro se le dé,   

pues lo piden de esta suerte.

D. FADRIQUE:  Nunca negarlo podré,

que es afrenta dar la muerte

al que humillado se ve.

DON LORENZO:  Y dos capitanes bajan,

sin duda será a tratar

de conciertos.

MUÑIZ:                  Ansí atajan

su muerte.   

D. FADRIQUE:            Con la atajar

de esta suerte, más se ultrajan.

 

    

Bajan RIGEPE y GUILLERMO. 

 

    

RIGEPE:       Por ti llamados venimos

a saber lo que nos quieres.

D. FADRIQUE:  Buen disfraz, yo no he llamado.

(Mal encubrirte pretendes.) Aparte.

MUÑIZ:        (Miren los perros cobardes  Aparte.

el disfraz con que acá vienen.)

DON LORENZO:  Por no mostrar cobardía,

con esto encubrirse quieren.

D. FADRIQUE:  Del Real del Rey de España,

cuyo estado Dios aumente,

no se llama al enemigo

cuando en pelear se entiende.

Y si a otra cosa venís,

decidlo, si os pareciere,

y sitio, dentro de un hora,

que de plazo se os concede.

Vuestro intento declarad,

porque de nuevo se empiece.

SOLDADO 1:    (Por Dios que no huelen a ámbar  Aparte.

estos señores herejes.)

SOLDADO 2:    (Ni aun a almizcle, que por Dios  Aparte.

que bien muestran a qué huelen.)

GUILLERMO:    Al invicto Rey de España,

señor, otra vez se ofrece

lo que fue suyo, y queremos

que la ciudad se le entregue,

si tú quisieres estar

por los conciertos que ofrecen.

D. FADRIQUE:  Si los conciertos me agradan.

SOLDADO 1:    (Que ahorcados para siempre  Aparte.

quedasen, es buen concierto.)

SOLDADO 2:    (Que aunque sola una hora fuese  Aparte.

el concierto se aceptara.)

RIGEPE:       Pues para que se concierten

suban allá capitanes,

que entretanto aquí nos tienes.

D. FADRIQUE:  Ea, el sargento mayor

de Nápoles, y el teniente

del Maese del Campo, vayan

a la ciudad en rehenes,

para que nos concertemos,

si concertarse quisieren.

MUÑIZ:        (Por Dios que el mejor concierto  Aparte.

era que todos subiesen

a la horca.)

DON LORENZO:            A mí me pesa

que sin armas se concierten.

D. FADRIQUE:  A mí no, porque sin armas

más infamia se le ofrece,

y sin ellas, con conciertos

no costará tantas muertes.

Que ya algún rey en la guerra

fue vencedor muchas veces,

trocando en oro las armas,

y en moneda los arneses.

Vamos a mi tienda, adonde

se junten los holandeses,

y allí nos concertaremos,

como mejor pareciere.

RIGEPE:       (Aunque mi venganza sigo, Aparte.

pésame que ansí me vengue.)

GUILLERMO:    (Aunque me vengo, me pesa  Aparte.

de que sea de esta suerte.)

DON LORENZO:  Aunque es muy bueno el concierto,

me holgara se deshiciese.

MUÑIZ:        Aunque en esto se aniquilan,

más me holgara que muriesen.

 

 

Éntranse con cortesías, y sale ESPAÑA deteniendo a LA FAMA,

por las apariencias que quisieren.

 

 

FAMA:         España, suelta.

ESPAÑA:                      No haré,

hasta que, Fama, me digas,

¿adónde vas?

FAMA:                        Si me obligas

por fuerza, no lo diré.

ESPAÑA:       Tan presto quieres pasar    

por mí con tanta alegría,

sin decirme, Fama amiga,

¿quién pudo la causa dar?

FAMA:         Aunque el detenerme sienta,

que el mundo voy a correr,

quiero darte este placer.

ESPAÑA:       Ya te escucho.

FAMA:                        Estame atenta.

Ya sabes, España ilustre,

como Maurico en Holanda,

para el Brasil de secreto

despachó una fuerte armada.

Fuele favorable el viento,

que entregándole las alas

des sus portátiles torres

en voladoras escuadras.

Un día impensadamente,

que nunca son las desgracias

que suceden a los hombres

prevenidas ni esperadas,

llegaron a la Bahía,

cuyos vecinos las armas

previenen con diligencia

por defenderle la entrada.

Adonde el Gobernador

y su hijo se señalan,

mas comodel enemigo

la gente le aventajaba,

no aprovechó su valor,

y después de mil hazañas,

presos los dos, luego al punto

manda el General que vayan

a dar la nueva a Mauricio

con la gente que despacha.

Pero yo luego también

calzando veloces alas,

como sabes esta nueva

le truje al Cuarto Monarca.

Él, pues, que las cuatro partes

del mundo gobierna y manda,

sintiendo de Dios la ofensa,

arma gente a la venganza.   

hace la Armada que sabes,

pues que diste tú la Armada,

don Fadrique de Toledo,

el General de la escuadra

castellana, y su valor,

digno es de eterna alabanza.

Don Juan Fajardo, almirante

fue de esta escuadra gallarda,

y de Coprani el marqués

Maese de Campo señalan.

El reino de Portugal

no se descuida, que causas

de su rey, son propias suyas,

y así junta fuerte armada.

A don Manuel de Meneses

por su valor se le encarga,

que a tan valiente soldado

bien pudo su rey fiarla.

Fue almirante don Francisco

de Almeida, de cuya espada

desde el Ártico al Antártico

sabe el orbe sus hazañas.

A Antonio Muñiz Barreto,

Maese de Campo señalan,

que es persona en quien compiten

prudencia, consejo y armas.

Aquí ya sabes también

que por soldados se embarcan

los más ilustres y nobles,

bravo amor, y lealtad brava.

Como muestra don Alonso

de Noroña, en edad larga,

que se asienta por soldado,

que amor de su rey le llama.

Téllez, Manríquez, Guzmanes,

Toledos, Osorios, Vargas,

Pimenteles y Mendozas,

Girones y Santillanas,

Cuevas, Almeidas, Hurtados,

Meneses, Castros, Guevaras,

Alburquerques y Coutiños,

Correas, Zúñigas, Laras,    

Cuñas, Jiménez, Fajardos,

Almeidas, Faros, Almadas,

Vicentelos, Moras Sosias,

Carvallos, Césares, Ávilas,

Noroñas, Silvas y Melos,

Vasconcelos y Mirandas,

Mascareñas y Farías,

Silveras, Britos y Salas,

Táboras, Camiños, Costas,

Regos, López,Lobos, Palmas,

condes, marqueses, señores,

como tú sabes, España.

Al fin embarcados todos

sueltan las hinchadas alas,

y entre montañas de espumas

del mar del Norte al Sur pasan.

Llegaron a la Bahía,

después de larga jornada,

cuyos valerosos hechos

impresos llevo en mis alas

a publicar por el mundo

en las naciones más varias.

Por eso no me detengo,

quédate con Dios, España,

que ellos a servir su rey

fueron, yo a decir sus hazañas.

 

 

Éntranse, y sale el MARQUÉS DE COPRANI, Maese de Campo General, ANTONIO MUÑIZ BARRETO, don FRANCISCO DE ALMEIDA, don FADRIQUE DE TOLEDO, con el papel de los conciertos, GUILLERMO, HUGO ANTONIO, y FRANCISCO DUSQUÉN y HOLANDESES.

 

 

D. FADRIQUE:  De aquesta suerte ha de ser,

o no habemos hecho nada.

HUGO:         Si a vueselencia le agrada

mande lo escrito leer.

D. FADRIQUE:  Si no quisieren firmar,

rasgaré luego el papel,

pues lo que se dice en él

por armas puedo tomar. Vaya leyendo.

Primeramente darán

la entrega de la ciudad

a mí por Su Majestad.

GUILLERMO:    Sí, luego la entregarán.

MARQUÉS:      Eso no se lo agradecen,

que por fuerza había de ser.

D. FADRIQUE:  Y si ansí lo quieren ver,

las armas mejor parecen.

D. FADRIQUE:  Esta entrega me han de hacer

en el estado en que está

la ciudad hoy.

DUSQUÉN:                     Sí hará.

D. FADRIQUE:  Porque todo le ha de ver,

la artillería y banderas,

las armas y bastimentos,

y las municiones todas,

con todos los más pertrechos.

GUILLERMO:    Muy bien está de ese modo,

de esa suerte lo queremos.

MUÑIZ:        (Pues voto a Dios, que si falta Aparte.

alguna cosa de aquesto

que los he de abrasar vivos.)

Miren los perros luteros,

que están haciendo follajes,

y están temblando de miedo,

que al entrar vendan los ojos

a Diego Ruiz, y al Sargento,

que en rehenes envíamos,

y aquí que fueran quisiéramos

linces, vieran el poder

que contra el suyo tenemos.

D. FADRIQUE:  Item, que me han de entregar

también todos los dineros,

oro, plata, joyas, piezas,

mercaderías y negros,

los esclavos y caballos,

y lo más que hubiere dentro,

los navíos.

DUSQUÉN:                Esos no,

que en ellos de aquí saldremos.

D. FADRIQUE:  En otro item oirán,

que embarcaciones ofrezco,

mas las suyas han de darme.

MARQUÉS:      ¿Pues qué duda tiene aqueso?

D. FADRIQUE:  (Querían que les dejasen  Aparte.

sus naves aquestos perros.)

MUÑIZ:        ¿Sus naves? ¿No era mejor

ahorcarlos que hacer esto?     

HUGO:         Vueselencia sea servido

que salgamos en los mismos.

MUÑIZ:        Voto a Dios que han de salir

como fuere gusto nuestro.

GUILLERMO:    Aún en posesión estamos.

MARQUÉS:      Por armas lo quitaremos.

D. FADRIQUE:  Oigan las más condiciones.

DUSQUÉN:      ¿Qué embarcaciones tenemos

para irnos?

MUÑIZ:                  De Plutón,

pues caminan al infierno.

D. FADRIQUE:  Luego verán que les doy

embarcaciones.

HUGO:                        Con eso

prosiga ya vueselencia

hasta que a eso lleguemos.

D. FADRIQUE:  Ansí mismo ha de entregarme

con esto los prisioneros

que en la ciudad estuvieren

de calidades y reinos

del Rey mi señor vasallos.

GUILLERMO:    Es muy justo todo aquesto.

D. FADRIQUE:  Item, yo el general

don Fadrique de Toledo,

en nombre del Rey de España,

que Dios guarde, les concedo,

que el coronel y ministros,

capitanes y sargentos,

alfereces y soldados,

holandeses y flamencos,

alemanes y franceses,

escoseses y tudescos,

ingleses, gente de mar,

y los míos que hubiere dentro,

siendo de los que de Holanda

en los navíos vinieron,

puedan salir libremente,

sin ningún impedimento

con su ropa de vestir.

DUSQUÉN:      ¿Y no más?             

D. FRANCISCO:           Y antes menos.

D. FADRIQUE:  Al coronel, capitanes

y oficiales, les concedo

que en una caja o baúl,

lleven la ropa del cuerpo

los soldados en mochilas.

MUÑIZ:        Mejor era en el pescuezo

con una soga una piedra,

y al mar dar con todos ellos.

HUGO:         ¡Muy gran rigor es aquese!

D. FADRIQUE:  No muy grande a lo que entiendo.

DUSQUÉN:      Poco es, ¿de qué nos quejamos,

si más que esto merecemos?

MARQUÉS:      ¿Qué pensaban, de salir

con vestidos y dineros,

con armas y municiones?

Muy buen aliño tenemos.

D. FADRIQUE:  Mejor salieran sin vidas.

HUGO:         Mejor era.

MUÑIZ:                  Éntrenle dentro,

y remítanse a las armas

los ítemes del concierto.

D. FADRIQUE:  (Basta, señores; rendidos Aparte a los capitanes.

están, no les agraviemos,

que al rendido es más valor

favorecerle su intento.)

DUSQUÉN:      ¡Ah, mal hayan los cobardes

que dieron tales consejos!

GUILLERMO:    (Aunque del consejo fui Aparte.

por vengarme, me arrepiento.)

D. FADRIQUE:  Item, que yo le daré

también en el nombre mismo,

un pasaporte que lleven

de aqueste para sus reinos,

que en el tiempo del viaje,

yendo la suya siguiendo,

no le hagan daño ninguno

las armadas y ansí mismo,

les daré embarcaciones,

y les daré bastimientos

que sirvan para tres meses,

para el viaje harto tiempo,

y también les daré armas

para algún pequeño encuentro,    

con que puedan defenderse.

MUÑIZ:        Vueselencia borre aqueso,

porque será darles armas

para ofender a los nuestros,

y si algún navío encuentran,

o caravela, a lo menos

le han de llevar a su tierra.

D. FADRIQUE:  No harán, porque han de hacer pleito

homenaje para todo.

GUILLERMO:    De aqueso somos contentos.

D. FADRIQUE:  Item, que toda la gente

saldrá junta por el medio

del escuadrón español.

HUGO:         (¡Hay más infames conciertos!) Aparte.

D. FADRIQUE:  Y que he de nombrar personas

para que vean sus cuerpos

si llevan alguna cosa

más de lo que les concedo.

Item, que saldrán sin armas.

DUSQUÉN:      Vueselencia se vea en eso,

que pues ansí nos rendimos,

afrenta no merecemos.

MUÑIZ:        (Bien dicen, afrenta no,  Aparte.

más muerte sí, y cuando menos

de fuego, perros, herejes,

pues os aguarda otro fuego.)

D. FADRIQUE:  Sin armas han de salir

hasta sus naves, excepto

los capitanes, a quien

llevar espadas concedo.

GUILLERMO:    Como vueselencia quiere,

lo hace todo.

D. FADRIQUE:            Como quiero

muy favorables los hago,

pues entrar sin ellos puedo.

HUGO:         Sí puede, porque hay cobardes,

y porque hay cristianos dentro.

MARQUÉS:      Si bien no les parecieren

las condiciones, entiendo

que nos holgaremos mucho,

porque a las armas tomemos.

D. FADRIQUE:  Item, que yo le daré

para volver instrumentos.

Item, que me han de dejar

rehenes al cumplimiento

de todo, y ansí también

a enviarme los dineros

del flete de los navíos,

y gasto del bastimiento.

DUSQUÉN:      ¿Pues habemos de pagar

los fletes? ¡Rigor por cierto!

D. FRANCISCO: ¿Querían que los llevasen

a sus tierras sin provecho?

¿No basta que los envíen,

aunque cueste sus dineros?

D. FADRIQUE:  Esto es justo, como todo.

Item, que junto con esto

de Holanda enviarán a España

los padres que fueron presos

con don Diego de Mendoza.

GUILLERMO:    Eso es muy justo por cierto.

D. FADRIQUE:  Esto es lo que tengo escrito,

que lo firmen sólo espero.

HUGO:         Pues sírvase vueselencia

de mandar darnos los presos

de nuestra nación, que tiene.

D. FADRIQUE:  Es justo, yo lo concedo.

Escríbase aquesto aquí,

y todos lo firmanos.

 

Escribe y vayan firmando.

 

GUILLERMO:    (Yo firmo en fuego abrasado,  Aparte.

aunque estimo los conciertos,

porque ansí quedo vengado,

que aunque también pierdo en ello,

sólo a vengarme camino.)

HUGO:         Yo firmo abrasado en fuego.

D. FRANCISCO: Yo firmo, por Dios, rabiando.

D. FADRIQUE:  Yo firmo alegre y contento,

por dar a Su Majestad

lo que fue suyo.

MUÑIZ:        Yo creo que firmara con la espada

de mejor gana sus pechos.

MARQUÉS:      Aunque esto escusa las armas,

firmo con gusto el concierto.

D. FRANCISCO: Si esto nos da tanta gloria

como si entráramos dentro

por fuerza, contento firmo.

D. FADRIQUE:  Pues que firmadas tenemos

ansí ya las condiciones,

a la ciudad nos lleguemos

a tomar la posesión.

GUILLERMO:    Yo, señor, iré primero,

porque vea el General

lo que firmado tenemos.

D. FADRIQUE:  Vaya y léale el papel.

 

 

Éntrase GUILLERMO con el papel.

 

 

MUÑIZ:        Y acabemos ya de presto.

D. FADRIQUE:  Vuesas mercedes no tienen

por qué enojarse con esto,

pues que no le quitan nada

de lo suyo, pues es nuestro

lo que nos dan.

D. FRANCISCO:                Muy bien dice.

(Vueselencia: ah, infame miedo,  Aparte.

¡que ansí sin honras nos dejas!)

 

Ábrese una puerta, por donde saldrá GUILLERMO con el papel,

y las llaves de la ciudad a su tiempo.

 

 

HUGO:         Ya las puertas han abierto.

D. FRANCISCO: Gracias a Dios que podrán

volver otra vez los templos

a ser cielos en la tierra,

teniendo el bien de los cielos.

MARQUÉS:      Muy bien de esta suerte se hizo.

MUÑIZ:        ¿Vueselencia no ve el miedo

con que estos perros se entregan?

MARQUÉS:      Dios de esta suerte lo ha hecho.

 

    

Sale GUILLERMO. 

 

 

GUILLERMO:    Ya los conciertos se han visto,

aunque tan malos conciertos

(pero ansí son a mi gusto,  Aparte.

que mi venganza deseo)

y pues que ya los firmamos,

estas llaves aquí entrego

a vueselencia, y lo más

que firmamos, entre dentro,

porque el coronel le aguarda.

D. FADRIQUE:  Y yo en en nombre las acepto

del Rey mi señor, a quien

se restituye con esto

la Bahía.

MARQUÉS:                Si era suya,

¿qué le ganamos?

D. FRANCISCO:                Entremos.

MUÑIZ:        Plega a Dios que a sus pies vea

cuántos extranjeros reinos

la luna alumbra de noche,

y de día abrasa Febo.

GUILLERMO:    El coronel le ha salido

a vueselencia al encuentro.

 

 

Salen los SOLDADOS rendidos y el GENERAL. 

 

 

GENERAL:      ¡Ah, fortuna, y cuán apriesa

me quitaste este trofeo!

D. FADRIQUE:  Vueseñoría me dé

los brazos.

GENERAL:                Los pies pretendo

de vueselencia besar,

con que mayor honra adquiero,

que afrenta de estar vencido,

pues por vueselencia siendo,

muy gran disculpa me queda.

D. FADRIQUE:  Podré decir por lo menos,

que siendo vencedor, soy

el vencido, pues que veo

que lo está vueseñoría

en la guerra, y que yo llego

a estarlo en la cortesía,

en que me ganó primero.

Vueseñoría se embarque,

y crea que en este aprieto

no ha perdido su opinión

de soldado, y de discreto,

que donde obliga la fuerza,

pierde la suya el derecho.

GENERAL:      Vueselencia me da honra.

D. FADRIQUE:  Yo juzgo por lo que veo.

 

 

Sale RUGERO y las MUJERES.

 

 

RUGERO:       Vueselencia favorezca

nuestros cristianos intentos.

D. FADRIQUE:  ¿Qué queréis?

RUGERO:                      Yo lo diré,

si me da oído atento.

Yo soy, señor, español,

que por algunos sucesos

se fue mi padre de España

para Ingalaterra, siendo

mozo, donde le casaron

con una inglesa, que creo,

que a faltar (que ser no puede)

la fe, se hallara en su pecho.

Vivían con gran recato,

por escusar el ser muertos,

y por eso mismo vine

yo aquí forzado del miedo,

que la muerte es natural,

que siempre la huye el cuerpo.

En el saco (que Dios sabe

cuánto sentí ver los templos

profanados) pude ver

esta señora, y mi pecho

se movió como cristiano

a sus lágrimas y ruegos.

Al fin con fe de su esposo,

si Dios quisiese, algún tiempo

la tuve en mi compañía,

gracias a Dios, que le vea.

Y aquesta también que ves

es mujer a quien mil templos

levantarán los romanos

por su casto y firme pecho.

También se amparó de mí,

y hasta ahora la tengo,

deseando aqueste día

por confirmarle su intento.

Suplícote, gran señor,

amparéis nuestros deseos,

mi mujer es esta dama,

ésta por hermana quiero,

o podrá ser que ya ahora

halle en la ciudad sus deudos,

a quien yo la llevaré

por la Santa Fe que tengo.

D. FADRIQUE:  ¿Es verdad esto, señoras?   

LAS DOS:      Todo es verdad.

MARQUÉS:                     ¿Hay suceso

semejante?

D. FRANCISCO:           También hay

mil cristianos encubiertos

en Ingalaterra.

MUÑIZ:                       Merece

que le cumplan sus deseos.

D. FADRIQUE:  Entremos en la ciudad,

donde el padrino ser quiero

de pecho tan leal y noble.

RUGERO:       Vivas siglos siempre eternos.    

MUJER 1:      Laurel tu cabeza adorne.

MUJER 2:      No olvide tu fama el tiempo.

D. FADRIQUE:  Con esto es justo se dé

fin al próspero suceso

del restaurar la Bahía.

Perdonad sus muchos yerros,

que quien desea serviros,

merece perdón y premio.

 

FIN